I Samuel 8, 6-22

A Samuel le disgustó que le pidieran ser gobernados por un rey, y se puso a orar al Señor. El Señor le respondió:
– Escucha al pueblo en todo lo que te pidan. No te rechazan a ti, sino a mí; no me quieren por rey. Como me trataron desde el día que los saqué de Egipto, abandonándome para servir a otros dioses, así te tratan a ti. Por eso, escucha su reclamo; pero adviérteles bien claro, explícales los derechos del rey. Samuel comunicó la Palabra del Señor a la gente que le pedía un rey: –Éstos son los derechos del rey que los regirá: él tomará a los hijos de ustedes y los destinará a sus carros de guerra y a su caballería y ellos correrán delante de su carroza; los empleará como jefes y oficiales en su ejército, como aradores de sus campos y para recoger su cosecha, como fabricantes de armamentos y de arneses para sus carros. A sus hijas se las llevará como perfumistas, cocineras y reposteras. Les quitará sus mejores campos, viñas y olivares para dárselos a sus ministros. Exigirá el diezmo de los sembrados y las viñas, para dárselos a sus funcionarios y ministros. A sus criados y criadas, a sus mejores burros y bueyes se los llevará para usarlos en su hacienda. De sus rebaños les exigirá diezmos. ¡Y ustedes mismos serán sus esclavos! Entonces gritarán contra el rey que se han elegido, pero Dios no les responderá. El pueblo no quiso hacer caso a Samuel, e insistió:
– No importa. ¡Queremos un rey! Así nosotros seremos como los demás pueblos. Que nuestro rey nos gobierne y salga al frente de nosotros a luchar en la guerra. Samuel oyó lo que pedía el pueblo y se lo comunicó al Señor. El Señor le respondió:
– Escúchalos y nómbrales un rey.
Entonces Samuel dijo a los israelitas:
–¡Vuelva cada uno a su ciudad!
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