Cantares  5, 1-16

He entrado en mi jardín, hermana y novia mía,
he recogido mi mirra y mi bálsamo,
he comido mi néctar con mi miel,
he bebido mi vino con mi leche.
Compañeros, coman y beban,
embriáguense de amores.

XIV. Segundo nocturno

Yo dormía, pero mi corazón velaba.
¡Un rumor...! Mi amado llama:
Ábreme, hermana mía, amada mía,
mi paloma sin tacha;
que mi cabeza está cubierta de rocío,
mis rizos, del relente de la noche. Ya me he quitado la túnica,
¿cómo vestirme otra vez?
Ya me he lavado los pies,
¿cómo mancharlos de nuevo? Cuando mi amado metió
la mano en la hendidura,
mis entrañas se estremecieron. Ya me he levantado para abrirle a mi amado:
mis manos destilaban mirra,
mis dedos goteaban mirra,
en el pestillo de la cerradura. Abrí yo misma a mi amado,
pero mi amado ya se había marchado.
¡El alma se me fue tras él!
Lo busqué, y no lo encontré;
lo llamé, y no respondió. Me encontraron los centinelas
que rondan por la ciudad;
me golpearon y me hirieron,
me quitaron el velo
los centinelas de las murallas. Les conjuro, muchachas de Jerusalén,
que si encuentran a mi amado,
¿qué han de decirle?
Que he sido herida por el Amor.

XV. Así es mi amado

¿Qué tiene de especial tu amado
tú, la más hermosa de las mujeres?
¿Qué tiene de especial tu amado
para que así nos conjures? Mi amado es radiante y rubicundo,
egregio entre millares. Su cabeza es oro finísimo,
sus rizos, colinas ondulantes,
son negros como el cuervo. Sus ojos, cual palomas
a la vera de las aguas,
se bañan en leche,
se posan en la orilla. Sus mejillas, plantel de balsameras,
semillero de plantas aromáticas.
sus labios rosáceos
destilan mirra líquida. Sus brazos, torneados en oro,
engastados con piedras de Tarsis;
su vientre, de marfil labrado,
todo incrustado de zafiros; sus piernas, columnas de alabastro
asentadas en basas de oro.
Su porte como el Líbano,
esbelto como los cedros. Su talle es delicioso,
todo él codiciable.
Así es mi amado, así es mi amigo,
muchachas de Jerusalén.
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