Daniel  4, 31-37

No había acabado de hablar, cuando se oyó una voz en el cielo: –¡Contigo hablo, rey Nabucodonosor! Has perdido el reino, te apartarán de los hombres, vivirás en compañía de las fieras comiendo hierba como los toros, te mojará el rocío de la noche, y así pasarás siete años, hasta que reconozcas que el Altísimo es dueño de los reinos humanos y da el poder a quien quiere. Inmediatamente ejecutaron la sentencia contra Nabucodonosor, lo alejaron de los hombres, comió hierba como los toros, lo mojó el rocío de la noche, le crecieron plumas de buitre y garras de ave rapaz. Pasado el tiempo, yo, Nabucodonosor, alcé los ojos al cielo, recobré la razón, bendije al Altísimo, alabé al que vive siempre: Su reino es eterno,
su imperio dura
de generación en generación;
nada valen ante él
los que habitan la tierra,
y trata como quiere
al ejército del cielo;
nadie puede atentar contra él
ni exigirle cuentas de lo que hace. En aquel momento recobré la razón, recobré los honores y la dignidad real, mis consejeros y nobles acudieron a mí, volví a ocupar el trono y creció mi poder incomparable. Y ahora yo, Nabucodonosor, alabo y ensalzo y glorifico al Rey del cielo, porque sus obras son justas y rectos sus caminos; al que procede con soberbia lo humilla.
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