Ezequiel  47, 1-12


El manantial del templo
Jl 4,18; Zac 14,8; Sal 46,5

Me hizo volver a la entrada del templo. Del umbral del templo manaba agua hacia oriente – el templo miraba a oriente– . El agua iba bajando por el lado derecho del templo, al sur del altar. Me sacó por la puerta norte y me llevó por fuera a la puerta del atrio que mira al oriente. El agua iba corriendo por el lado derecho. El hombre que llevaba el cordel en la mano salió hacia el este. Midió quinientos metros, y me hizo atravesar las aguas: ¡agua hasta los tobillos! Midió otros quinientos, y me hizo cruzar las aguas: ¡agua hasta las rodillas! Midió otros quinientos, y me hizo pasar: ¡agua hasta la cintura! Midió otros quinientos: era un torrente que no pude cruzar, pues habían crecido las aguas y no se hacía pie; era un torrente que no se podía vadear. Me dijo entonces:
–¿Has visto, Hijo de hombre?
A la vuelta me condujo por la orilla del torrente. Al regresar, vi a la orilla del río una gran arboleda en sus dos márgenes. Me dijo:
– Estas aguas fluyen hacia el oriente, bajarán hasta el desierto, desembocarán en el mar de las aguas pútridas y lo sanearán. Todos los seres vivos que bullan, allí donde desemboque la corriente tendrán vida, y habrá peces en abundancia. Al desembocar allí estas aguas quedará saneado el mar y habrá vida dondequiera que llegue la corriente. Se pondrán pescadores a su orilla: desde Engadí hasta Eglaín habrá tendederos de redes; su pesca será variada, tan abundante como la del Mediterráneo. Pero sus pantanos y esteros no serán saneados: quedarán para salinas. A la vera del río, en sus dos riberas, crecerá toda clase de frutales; no se marchitarán sus hojas ni sus frutos se acabarán; darán cosecha nueva cada luna, porque los riegan aguas que manan del santuario; su fruto será comestible y sus hojas medicinales.
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