Genesis 31, 19-44


Persecución y encuentro

Labán se marchó a esquilar las ovejas y Raquel robó los amuletos de su padre. Jacob había disimulado con Labán el arameo, sin darle a entender que se escapaba. Así se escapó con todo lo suyo, cruzó el río y se dirigió a los montes de Galaad. Al tercer día informaron a Labán de que Jacob se había escapado. Reunió a su gente y salió en su persecución. A los siete días de marcha le dio alcance en los montes de Galaad. Aquella noche se le apareció Dios en sueños a Labán el arameo y le dijo:
–¡Cuidado con meterte con Jacob para bien o para mal! Labán se acercó a Jacob. Éste había acampado en una altura y Labán acampó en la montaña de Galaad. Labán dijo a Jacob:
–¿Qué has hecho? ¿Por qué has disimulado conmigo y te has llevado a mis hijas como cautivas de guerra? ¿Por qué has huido a escondidas, furtivamente, sin decirme nada? Yo te habría despedido con festejos, con cantos y cítaras y panderos. Ni siquiera me dejaste besar a mis hijas y a mis nietos. ¡Qué imprudente has sido! Podría hacerles daño, pero el Dios de tu padre me dijo anoche: ¡Cuidado con meterte con Jacob para bien o para mal! Pero si te has marchado por nostalgia de la casa paterna, ¿por qué me has robado mis dioses? Jacob contestó a Labán:
– Tenía miedo pensando que me ibas a arrebatar a tus hijas. Pero aquél a quien le encuentres tus dioses no quedará con vida. En presencia de tu gente, si reconoces que tengo algo tuyo, tómalo.
No sabía Jacob que Raquel los había robado. Entró Labán en la tienda de campaña de Jacob y en la tienda de Lía y en la tienda de las dos criadas y no encontró nada. Salió de la tienda de Lía y entró en la tienda de Raquel. Raquel había recogido los amuletos, los había escondido en una montura de camello y estaba sentada encima. Labán registró toda la tienda y no encontró nada. Ella dijo a su padre:
– No te enfades, señor, si no puedo levantarme delante de ti; es que me ha venido la cosa de las mujeres.
Y él, por más que buscó, no encontró los amuletos. Entonces Jacob, irritado, discutió con Labán y le dijo:
–¿Cuál es mi crimen, cuál mi pecado, para que me acoses? Después de revolver todo mis cosas, ¿qué has encontrado que pertenezca a tu casa? Ponlo aquí delante de mis parientes y los tuyos, y ellos decidan quién tiene razón. Veinte años he pasado contigo. Tus ovejas y cabras no han abortado, no he comido los carneros de tu rebaño. Lo que las fieras despedazaban no te lo presentaba, sino que lo reponía con lo mío; me exigías cuentas de lo robado de día y de noche. De día me consumía el calor, de noche el frío, y no conciliaba el sueño. De estos veinte años que he pasado en tu casa, catorce te he servido por tus dos hijas, seis por las ovejas, y tú me has cambiado el salario diez veces. Si el Dios de mi padre, el Dios de Abrahán, y el Terrible de Isaac no hubiera estado conmigo, me habrías despedido con las manos vacías. Pero Dios se fijó en mi aflicción y en la fatiga de mis manos y me ha defendido anoche. Labán replicó a Jacob:
– Mías son las hijas, míos son los nietos, mío es el rebaño, cuanto ves es mío. ¿Qué puedo hacer hoy por estas hijas mías y por los hijos que han dado a luz? Por eso, hagamos una alianza que sirva de garantía a los dos.
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