II Reyes  22, 1-20


Josías de Judá (640-609)
2 Cr 34s

Cuando Josías subió al trono tenía dieciocho años, y reinó treinta y un años en Jerusalén. Su madre se llamaba Yedidá, hija de Adaya, natural de Boscat. Hizo lo que el Señor aprueba. Siguió el camino de su antepasado David, sin desviarse a derecha ni izquierda. El año dieciocho de su reinado mandó al secretario Safán, hijo de Asalías, hijo de Musulán, que fuera al templo con este encargo: – Preséntate al sacerdote Jelcías; que tenga preparado el dinero ingresado en el templo por las colectas que los porteros hacen entre la gente. Que se lo entreguen a los encargados de las obras del templo, para que lo repartan a los obreros que trabajan en el templo reparando los desperfectos del edificio – carpinteros, albañiles y tapiadores– o para comprar madera y piedras talladas para reparar el edificio. Pero que no les pidan cuentas del dinero que les entregan, porque se portan con honradez. El sumo sacerdote Jelcías, dijo al cronista Safán:
– He encontrado en el templo el libro de la ley. Entregó el libro a Safán, y éste lo leyó. Luego fue a dar cuenta al rey:
– Tus siervos han juntado el dinero que había en el templo y se lo han entregado a los encargados de las obras. Y le comunicó la noticia:
– El sacerdote Jelcías me ha dado un libro.
Safán lo leyó ante el rey, y cuando el rey oyó el contenido del libro de la ley, se rasgó las vestiduras y ordenó al sacerdote Jelcías; a Ajicán, hijo de Safán; a Acbor, hijo de Miqueas; al cronista Safán, y a Asaías, funcionario real: – Vayan a consultar al Señor por mí y por el pueblo y por todo Judá a propósito de este libro que han encontrado; porque el Señor estará enfurecido contra nosotros, porque nuestros padres no obedecieron los mandatos de este libro cumpliendo lo prescrito en él. Entonces el sacerdote Jelcías, Ajicán, Acbor, Safán y Asaías fueron a ver a la profetisa Julda, esposa de Salún, el guardarropa, hijo de Ticua de Jarjás. Julda vivía en Jerusalén, en el Barrio Nuevo. Le expusieron el caso, y ella les respondió:
– Así dice el Señor, Dios de Israel: Díganle al hombre que los ha enviado: Así dice el Señor: Yo voy a traer la desgracia sobre este lugar y todos sus habitantes: todas las maldiciones de este libro que ha leído el rey de Judá; por haberme abandonado y haber quemado incienso a otros dioses, irritándome con sus ídolos, está ardiendo mi cólera contra este lugar, y no se apagará. Y al rey de Judá, que los ha enviado a consultar al Señor, díganle: Así dice el Señor, Dios de Israel: Porque tu corazón se ha conmovido y te has humillado delante el Señor al oír mi amenaza contra este lugar y sus habitantes, que serán objeto de espanto y de maldición; porque te has rasgado las vestiduras y llorado en mi presencia, también yo te escucho – oráculo del Señor– . Por eso, cuando yo te reúna con tus padres, te enterrarán en paz, sin que llegues a ver con tus ojos la desgracia que voy a traer a este lugar.
Ellos llevaron la respuesta al rey.
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