Jeremías  12, 7-13


He desechado mi heredad

He abandonado mi casa
y rechazado mi herencia,
he entregado el amor de mi alma
en manos enemigas; porque mi herencia
se había vuelto contra mí,
rugiendo como león feroz;
por eso la detesté; mi herencia
se había vuelto un leopardo,
y los buitres giraban sobre él:
¡vengan, fieras del campo,
acérquense a comer! Entre tantos pastores
destrozaron mi viña
y pisotearon mi parcela,
convirtieron mi parcela escogida
en desierto desolado, la dejaron desolada, desértica,
¡qué desolación!
Todo el país desolado,
¡y a nadie le importaba! Por todas las lomas del desierto
llegaron hombres violentos,
porque la espada del Señor
devora de un extremo al otro del país,
y ningún ser vivo se salvará.
¿Hasta cuándo hará duelo la tierra
y se secará la hierba del campo?
Por la maldad de sus habitantes
mueren el ganado
y las aves del cielo. Sembraron trigo
y cosecharon cardos,
en vano se agotaron
¡qué miseria de cosecha!,
por la ira ardiente del Señor.
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