Juan  5, 1-18


Sana al enfermo de la piscina
cfr. Mt 9,1-8; Mc 2,1-12; Lc 5,17-26

Pasado algún tiempo, celebraban los judíos una fiesta, y Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la puerta de los Rebaños, una piscina llamada en hebreo Betesda, que tiene cinco pórticos. Yacía en ellos una multitud de enfermos, ciegos, cojos y lisiados, que aguardaban a que se removiese el agua. [[De vez en cuando bajaba el ángel del Señor a la piscina y agitaba el agua, y el primero que se metía apenas agitada el agua, se sanaba de cualquier enfermedad que padeciese.]] Había allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo. Jesús lo vio acostado y, sabiendo que llevaba así mucho tiempo, le dice:
–¿Quieres sanarte? Le contestó el enfermo:
– Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua. Cuando yo voy, otro se ha metido antes. Le dice Jesús:
– Levántate, toma tu camilla y camina. Al instante aquel hombre quedó sano, tomó su camilla y empezó a caminar. Pero aquel día era sábado; por lo cual los judíos dijeron al que se había sanado:
– Hoy es sábado, no puedes transportar tu camilla. Les contestó:
– El que me sanó me dijo que tomara mi camilla y caminara. Le preguntaron:
–¿Quién te dijo que la tomaras y caminaras? Pero el hombre sanado lo ignoraba, porque Jesús se había retirado de aquel lugar tan concurrido. Más tarde lo encuentra Jesús en el templo y le dice:
– Mira que has sanado. No vuelvas a pecar, no te vaya a suceder algo peor. El hombre fue y dijo a los judíos que era Jesús quien lo había sanado. Por ese motivo perseguían los judíos a Jesús, por hacer tales cosas en sábado. Pero [Jesús] les dijo:
– Mi Padre trabaja siempre y yo también trabajo. Por eso los judíos tenían aún más deseos de matarlo, porque no sólo violaba el sábado, sino además llamaba Padre suyo a Dios, igualándose a Él.
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