Nahúm  2, 2-13


Asalto y conquista de Nínive
Is 14,24-27

Que te asaltan los arietes
y se estrecha el cerco:
vigila las entradas,
prepárate para luchar
y redobla tus fuerzas. El escudo de la tropa está rojo
y los soldados visten de púrpura,
reluce en los carros
el brillo del acero
cuando se forman para la batalla. Los jinetes vertiginosos,
los carros enloquecidos
se lanzan por calles
y callejas revolviéndose
como antorchas o relámpagos. Convoca a sus capitanes
que tropiezan unos con otros,
al correr hacia las murallas
y se asegura la defensa. Se abren las compuertas de los ríos
y el palacio se derrumba; hacen formar y salir a los cautivos,
conducen a las esclavas,
que se golpean el pecho
gimiendo como palomas. Nínive es un estanque
cuyas aguas se escapan:
¡Deténganse, deténganse!,
pero nadie se vuelve. Roben la plata, roben el oro,
la riqueza es inacabable,
qué abundancia de toda clase
de objetos preciosos. ¡Destrucción, desolación,
devastación!
El valor se funde,
vacilan las rodillas,
se estremecen los cuerpos,
el rostro pierde el color. ¿Dónde está la cueva de los leones,
el pastizal de los cachorros;
adonde iban sin asustarse
el león con la leona y sus crías? El león que hacía presas
para sus cachorros
y despedazaba para sus leonas,
su cueva se llenaba de víctimas,
su guarida de despojos. ¡Aquí estoy yo contra ti!
– oráculo del Señor de los ejércitos– .
Arderán humeando tus carros
y la espada devorará tus cachorros,
extirparé de la tierra tus presas
y no volverá a sonar
la voz de tus mensajeros.
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