Sabiduría 2, 1-24


Sea nuestra fuerza la norma de la justicia

Se dijeron, razonando equivocadamente:
La vida es corta y triste, y la muerte del hombre, irremediable;
y no se sabe de nadie que haya regresado del Abismo. Nacimos casualmente y luego pasaremos como quien no existió;
nuestro aliento es como el humo,
y el pensamiento, chispa del corazón que late; cuando ésta se apague, el cuerpo se volverá ceniza
y el espíritu se desvanecerá como suave brisa. Nuestro nombre, con el tiempo, caerá en el olvido
y nadie se acordará de nuestras obras;
pasará nuestra vida como rastro de nube, se disipará como neblina
acosada por los rayos del sol y abrumada por su calor. Nuestra vida es el paso de una sombra,
y nuestro fin, no puede ser retrasado;
está aplicado el sello, no hay retorno. Por eso, a disfrutar de los bienes presentes,
a gozar de las cosas con ansia juvenil; a llenarnos del mejor vino y de perfumes,
que no se nos escape la flor primaveral; Coronémonos con capullos de rosas antes de que se marchiten; que no quede pradera sin probar nuestra orgía;
dejemos en todas partes huellas de nuestra alegría,
porque ésta es nuestra suerte y nuestra fortuna. Atropellemos al justo que es pobre,
no nos apiademos de la viuda
ni respetemos las canas venerables del anciano; que sea nuestra fuerza la norma de la justicia,
porque está visto que la debilidad no sirve para nada. Tendamos trampas al justo, que nos resulta incómodo:
se opone a nuestras acciones,
nos echa en cara las faltas contra la ley,
nos reprende las faltas contra la educación que nos dieron; declara que conoce a Dios y dice que él es hijo del Señor; se ha vuelto acusador de nuestras convicciones,
y su sola presencia nos molesta; lleva una vida distinta de los demás y va por un camino aparte; nos considera de mala ley
y se aparta de nuestras sendas como si contaminasen;
proclama dichoso el final del justo
y se gloría de tener por padre a Dios. Vamos a ver si es verdad lo que dice:
comprobando cómo es su muerte; si el justo ese es hijo de Dios,
él lo auxiliará y lo arrancará de las manos de sus enemigos. Lo someteremos a tormentos despiadados,
para apreciar su paciencia y comprobar su resistencia; lo condenaremos a muerte deshonrosa,
pues dice que hay alguien que cuida de él. Así discurren, y se engañan, porque los ciega su maldad; no conocen los secretos de Dios, no esperan el premio de la virtud
ni valoran el galardón de una vida intachable. Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo imagen de su propio ser; pero la muerte entró en el mundo por la envidia del Diablo
y sus seguidores tienen que sufrirla.
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