Sabiduría 9, 1-18


Envíala desde el cielo

Dios de los padres, Señor de misericordia,
que todo lo creaste con tu palabra y con tu Sabiduría formaste al hombre
para que dominara todas tus criaturas, gobernara el mundo con justicia y santidad
y administrara justicia rectamente: dame la Sabiduría que reina junto a ti,
y no me excluyas de entre tus siervos. Porque soy siervo tuyo, hijo de tu sierva,
hombre débil y de existencia breve,
incapaz de entender el derecho y la ley. Por perfecto que sea un hombre,
si le falta tu Sabiduría, no valdrá nada. Tú me has elegido como rey de tu pueblo
y jefe de tus hijos e hijas, me encargaste construirte un templo en tu monte santo
y un altar en la ciudad de tu morada,
copia del santuario que fundaste al principio. Contigo está la Sabiduría, que conoce tus obras,
a tu lado estaba cuando hiciste el mundo;
ella sabe lo que a ti te agrada, lo que responde a tus mandamientos. Envíala desde el cielo sagrado, mándala desde tu trono glorioso,
para que esté a mi lado y trabaje conmigo,
enseñándome lo que te agrada. Ella, que todo lo sabe y lo comprende,
me guiará prudentemente en mis empresas
y me custodiará con su gloria; así aceptarás mis obras, juzgaré a tu pueblo con justicia
y seré digno del trono de mi padre. Porque, ¿qué hombre conoce los planes de Dios?
¿Quién comprende lo que Dios quiere? Los pensamientos de los mortales son mezquinos
y nuestros razonamientos son inseguros; porque el cuerpo mortal es un peso para el alma
y la tienda terrestre abruma la mente que reflexiona. A duras penas adivinamos lo que hay en la tierra
y con trabajo encontramos lo que está a nuestro alcance:
¿quién podrá rastrear las cosas del cielo? ¿Quién conocerá tu designio, si tú no le das la Sabiduría
enviando tu santo espíritu desde el cielo? Sólo así fueron rectos los caminos de los que están sobre la tierra,
así los hombres aprendieron lo que te agrada y la Sabiduría los salvó.
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