Salmos 79, 1-13


44; 74; 102

Oh Dios, los paganos han invadido tu heredad,
han profanado tu santo templo,
han reducido Jerusalén a ruinas. Echaron los cadáveres de tus siervos
como pasto a las aves del cielo,
la carne de tus leales a las fieras de la tierra. Derramaron su sangre como agua
en torno a Jerusalén,
sin que nadie los sepultara. Fuimos la irrisión de nuestros vecinos,
burla y oprobio de quienes nos rodean. ¿Hasta cuándo, Señor, estarás enojado?, ¿para siempre?,
¿hasta cuando arderán tus celos como fuego? Derrama tu furor, oh Dios,
sobre los paganos que no te reconocen,
y sobre los reinos que no invocan tu Nombre; porque han devorado a Jacob,
han asolado su mansión. No nos imputes los delitos de los antepasados,
que tu ternura se apresure a alcanzarnos,
porque estamos totalmente abatidos. Socórrenos, Dios Salvador nuestro,
por el honor de tu Nombre;
líbranos y perdona nuestros pecados,
en atención a tu Nombre. ¿Por qué han de decir los paganos:
Dónde está su Dios?
Que ante nuestros ojos
se muestre a los paganos
la venganza de la sangre
de tus servidores derramada. Lleguen a tu presencia
los lamentos de tus cautivos,
con tu inmenso poder
salva a los condenados a muerte. ¡Devuelve siete veces más a nuestros vecinos
la afrenta con que te afrentaron, Señor. Y nosotros, pueblo tuyo, ovejas de tu rebaño,
te daremos gracias siempre,
y cantaremos tus glorias por generaciones.
Ver contexto