Hechos 13, 16-41

Se levantó Pablo e, indicando silencio con la mano, dijo: «Hombres de Israel y los temerosos de Dios, oíd. El Dios de este pueblo de Israel eligió a nuestros padres y exaltó al pueblo durante su destierro en el país de Egipto, y con brazo firme los sacó de él. Cerca de cuarenta años aguantó su conducta en el desierto, y habiendo exterminado a siete naciones en el país de Canaán, les dio su tierra en herencia durante casi cuatrocientos cincuenta años. Después les proporcionó jueces, hasta el profeta Samuel. Luego pidieron un rey, y Dios les concedió a Saúl, hijo de Cis, hombre de la tribu de Benjamín, por espacio de cuarenta años. Después de rechazar a éste, les suscitó a David por rey, del cual además dio testimonio diciendo: He hallado en David, el hijo de Jesé, un hombre según mi corazón, que hará en todo mi voluntad (Sal 89,21; lSam 13,14). De la descendencia de éste, según la promesa, Dios ha hecho salir para Israel un salvador, Jesús, precedido por Juan, que predicó antes de su llegada un bautismo de conversión a todo el pueblo de Israel. Y cuando estaba a punto de terminar su carrera, Juan decía: Yo no soy lo que pensáis que soy; sino que detrás de mí viene aquel de quien yo no soy digno de desatar la sandalia de sus pies (cf. Lc 3,16). Hermanos, hijos del linaje de Abraham, y los que entre vosotros temen a Dios: a nosotros ha sido enviado un mensaje de salvación. Porque los habitantes de Jerusalén y sus jefes, al condenarlo, cumplieron, sin saberlo, las palabras de los profetas que se leen cada sábado; y sin encontrar causa alguna de muerte, pidieron a Pilato que lo condenara. Cuando hubieron realizado todo lo que de él estaba escrito, lo bajaron de la cruz, y lo pusieron en un sepulcro. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y él se apareció durante muchos días a los que habían subido con él de Galilea a Jerusalén, los cuales son ahora testigos suyos ante el pueblo. Porque nosotros os anunciamos que la promesa hecha a los padres, Dios la ha cumplido en favor de los hijos, que somos nosotros, suscitando a Jesús, como ya estaba escrito en el Salmo segundo: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy (Sal 2,7). Y que lo había de resucitar de entre los muertos de manera que no volviera a la corrupción, lo había dicho con estas palabras: Os daré lo santo, lo que no ha de fallar, prometido a David (Is 55,3). Y en otro lugar: No dejarás que tu santo experimente corrupción (Sal 16,10). Ahora bien; David, después de haber servido durante su vida al designio de Dios, murió y fue a reunirse con sus padres y experimentó corrupción. Pero este a quien Dios resucitó no experimentó corrupción. Sabed, pues, hermanos, que por medio de él os anuncia la remisión de los pecados, y que de todas aquellas cosas de las cuales no pudisteis ser justificados por la ley de Moisés, es justificado por él todo el que cree. Mirad, pues, no sobrevenga lo que está dicho en los profetas: Ved, menospreciadores, admiraos y desapareced; porque voy a realizar en vuestros días una obra que no la creeríais si os la contaran (Hab 1,5).»
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