Hechos 2, 1-13

Y al llegar el día de pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar, cuando de repente vino del cielo un estruendo como de viento que irrumpe impetuoso, el cual llenó toda la casa donde estaban. Y vieron sendas lenguas como de fuego que se posaron sobre cada uno de ellos; se sintieron todos llenos de Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas según que el Espíritu les concedía expresarse. Paraban entonces en Jerusalén judíos devotos procedentes de todos los países que hay bajo el cielo. Al producirse este ruido, se congregó la muchedumbre, y no salían de su asombro al oírlos hablar cada uno en su propia lengua. Estaban como fuera de sí y maravillados decían: «¿Pero no son galileos todos estos que hablan? ¿Pues cómo nosotros los oímos hablar cada uno en nuestra propia lengua nativa? Partos, medos, elamitas y los habitantes de Mesopotamia, de Judea y de Capadocia, del Ponto y de Asia, de Frigia y de Panfilia, de Egipto y de la región de Libia que está junto a Cirene, y los peregrinos romanos, tanto judíos como prosélitos, cretenses y árabes los estamos oyendo expresar en nuestras propias lenguas las grandezas de Dios.» Estaban todos fuera de sí y perplejos, y se decían unos a otros: «¿Qué significa esto?» Otros, en plan de burla, decían: «Están borrachos de mosto.»
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