Genesis 1, 17-27

Y Dios las puso en el firmamento de los cielos para que diesen luz sobre la tierra, para que señoreasen sobre el día y la noche, y separasen la luz de las tinieblas. Y vio Dios que estaba bien. Y hubo tarde y mañana: día cuarto. Dijo Dios: Bullan las aguas en un hervidero de seres vivientes, y vuelen aves sobre la tierra bajo el firmamento de los cielos. Y creó Dios los grandes cetáceos y todos los seres vivos que serpentean y bullen en las aguas, según su especie, y todas las aves aladas según su especie. Y vio Dios que estaba bien. Y Dios los bendijo diciendo: Sed fecundos y multiplicaos; llenad las aguas del mar, y multiplíquense las aves sobre la tierra. Y hubo tarde y mañana: día quinto. - Dijo Dios: Produzca la tierra seres vivientes según su especie: ganados, reptiles y animales salvajes según su especie; y así fue. Hizo Dios los animales salvajes según su especie, los ganados, según su especie, y todos los reptiles de la tierra según su especie. Y vio Dios que estaba bien. - Dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza, y domine sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados, sobre la tierra y sobre todo reptil que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a imagen suya: a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Dios los bendijo, diciéndoles: Sed fecundos y multiplicaos; llenad la tierra y dominadla; señoread sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo viviente que se mueve sobre la tierra. Y dijo Dios: He aquí que os doy cuantas plantas de semilla hay sobre la haz de la tierra, y todo árbol que en sí tiene fruto con semilla de árbol, para que os sirva de alimento. Y a todo animal salvaje, a todo volátil de los cielos, a todo ser que se mueve sobre la tierra y en el que hay hálito de vida, doy toda hierba verde por alimento. Y así fue. mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comas, pues el día en que de él comieres, morirás sin remedio. Dijo Yahvéh -Dios: No es bueno que el hombre esté solo; voy a hacerle una ayuda que se acomode a él. Entonces Yahvéh -Dios formó del suelo todos los animales del campo y todas las aves de los cielos, y los condujo al hombre para ver qué nombre les daba; y todo ser viviente llevaría el nombre que le impusiera el hombre. El hombre impuso nombres a todos los ganados, a las aves del cielo y a todos los animales del campo; pero para el hombre no se encontró ayuda que se acomodara a él. Entonces Yahvéh -Dios hizo caer sobre el hombre un profundo sopor, y el hombre se durmió. Y le quitó una de sus costillas, y cerró nuevamente la carne en su lugar; y de la costilla que había quitado del hombre formó Yahvéh -Dios la mujer, y la presentó al hombre. El hombre exclamó: Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Se llamará varona, porque del varón ha sido tomada. Por eso, dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y vendrán a ser los dos una sola carne. Ambos estaban desnudos, el hombre y su mujer, pero no se avergonzaban. Y dijo al hombre: Porque escuchaste la voz de tu mujer y comiste del árbol del que te prohibí comer diciéndote: No comas de él, Maldita será la tierra por tu causa; con trabajo sacarás de ella el alimento todos los días de tu vida; espinas y cardos te producirá, y la hierba del campo comerás. Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste tomado; ya que polvo eres y al polvo volverás. El hombre llamó Eva a su mujer, porque fue ella la madre de todos los vivientes. Y Yahvéh -Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles y los vistió. Dijo entonces Yahvéh -Dios: He aquí que el hombre se ha hecho como uno de nosotros, por haber conocido el bien y el mal. No sea que ahora alargue su mano y tome también del árbol de la vida, coma de él y viva para siempre. Y le arrojó Yahvéh -Dios del jardín de Edén, para que labrara la tierra de donde fue tomado. Echó, pues, fuera al hombre, y apostó al oriente del jardín de Edén querubines: llameantes espadas, para guardar el camino del árbol de la vida. Conoció Caín a su mujer, que concibió y dio a luz a Henok. Y edificó Caín una ciudad, a la que dio el nombre de su hijo: Henok. A Henok le nació Irad, e Irad engendró a Mehuyael, y Mehuyael engendró a Metusael, y Metusael engendró a Lámek. Lámek tomó para sí dos mujeres: una de ellas se llamaba Ada, y la otra SiHá. y Ada dio a luz a Yabal, que fue el padre de los que habitan en tiendas y tienen rebaños. Su hermano se llamaba Yubal, y fue el padre de todos los que tocan la cítara y la flauta. También SiHá dio a luz a TubalCaín, forjador de instrumentos cortantes de bronce y de hierro. La hermana de TubalCaín fue Naamá. Dijo Lámek a sus mujeres: Ada y SiHá, oíd mi voz; mujeres de Lámek, escuchad mis palabras. Por haberme herido él, he matado a un hombre, y a un joven por haberme golpeado. Si Caín será vengado siete veces, Lámek lo será setenta y siete. Adán conoció de nuevo a su mujer, que dio a luz un hijo, al que puso por nombre Set, diciendo: Dios me ha concedido otro descendiente en lugar de Abel, a quien mató Caín. También a Set le nació un hijo, al que llamó Enlós. Entonces se comenzó a invocar el nombre de Yahvéh. Y fueron todos los días de Mahalalel ochocientos noventa años, y murió. Tenía Yéred ciento sesenta y dos años cuando engendró a Henok. Y vivió Yéred, después de haber engendrado a Henok, ochocientos años; y engendró hijos e hijas. Y fueron todos los días de Yéred novecientos sesenta y dos años, y murió. Tenía Henok sesenta y cinco años cuando engendró a Matusalén. Después que engendró a Matusalén, anduvo Henok en compañía de Dios trescientos años; y engendró hijos e hijas. Y fueron todos los días de Henok trescientos sesenta y cinco años. Caminó Henok con Dios y desapareció, porque se lo llevó Dios. Tenía Matusalén ciento ochenta y siete años cuando engendró a Lámek. Y vivió Matusalén, después de haber engendrado a Lámek, setecientos ochenta y dos años; y engendró hijos e hijas. Y fueron todos los días de Matusalén novecientos sesenta y nueve años, y murió. Tenía Lámek ciento ochenta y dos años cuando engendró un hijo, al que llamó Noé, diciendo: Éste nos consolará en nuestra tarea y en la fatiga de nuestras manos por la tierra que maldijo Yahvéh. Vivió Lámek, después de haber engendrado a Noé, quinientos noventa y cinco años; y engendró hijos e hijas. Por mi parte, voy a traer el diluvio: las aguas sobre la tierra, para exterminar toda carne en la que hay hálito de vida debajo de los cielos; cuanto hay en la tierra perecerá. Pero contigo estableceré yo mi alianza, y entrarás en el arca tú y tus hijos, tu mujer y las mujeres de tus hijos contigo. De todos los animales, de toda carne, introducirás en el arca dos de cada especie, para conservarlos en vida contigo; que sean macho y hembra. De las aves según su especie, de los animales domésticos según su especie y de todos los reptiles de la tierra según su especie, parejas de todos ellos entrarán contigo para salvar la vida. Por tu parte, provéete de todo manjar que se come, v almacénalo contigo, pues os servirá de alimento a ti y a ellos. Hízolo Noé, y lo hizo conforme a todo lo que Dios le había ordenado. Cuarenta días duró el diluvio sobre la tierra. Subieron las aguas y elevaron el arca, que se alzó sobre la tierra. Crecieron las aguas y se multiplicaron mucho sobre la tierra, y flotaba el arca sobre la superficie de las aguas. Fueron aumentando cada vez más las aguas sobre la tierra, y cubrieron los montes más altos que hay debajo de todos los cielos. Las aguas subieron quince codos por encima de los montes, y quedaron éstos totalmente cubiertos. Toda carne que se movía sobre la tierra pereció: aves, ganados, animales salvajes y todo ser que pulula sobre la tierra, y todo hombre. Todo lo que tenía hálito de espíritu de vida en sus narices, de cuanto existía en la tierra firme, murió. Así fueron exterminados todos los seres existentes sobre la haz de la tierra, desde el hombre a la bestia, y los reptiles y las aves del cielo; todos fueron exterminados de la tierra, quedando sólo Noé y los que estaban con él en el arca. Y crecieron las aguas sobre la tierra durante ciento cincuenta días. A todos los animales de toda carne que están contigo: aves, ganados y todo reptil que se arrastra sobre la tierra, los harás salir contigo, para que pululen por la tierra, fructifiquen y se multipliquen sobre la tierra. Salió, pues, Noé y con él sus hijos, su mujer y las mujeres de sus hijos. Todos los animales, todo reptil y toda ave, todo lo que se mueve sobre la tierra según sus especies, salieron del arca. Edificó Noé un altar a Yahvéh, y tomando de todos los animales puros y de todas las aves puras, ofreció holocaustos sobre el altar. Y aspiró Yahvéh el olor apaciguador, y dijo Yahvéh en su corazón: No volveré ya más a maldecir la tierra por causa del hombre, pues los designios del corazón del hombre son malos desde su niñez, ni volveré a castigar más a todo viviente, como lo he hecho. Todos los días que dure la tierra, sementera y siega, frío y calor, verano e invierno, noche y día nunca cesarán. Dijo Dios a Noé: Ésta es la señal de la alianza que establezco entre mí y toda carne que está sobre la tierra. Los hijos de Noé salidos del arca fueron Sem, Cam y Jafet; Cam es el padre de Canaán. Estos tres son los hijos de Noé, y de ellos se pobló toda la tierra. Y Noé, agricultor, comenzó a plantar una viña. Bebió vino de ella, se embriagó y quedó desnudo en medio de su tienda. Vio Cam, padre de Canaán, la desnudez de su padre, y fue a contárselo a sus dos hermanos que estaban fuera. Sem y Jafet tomaron un manto, se lo pusieron ambos sobre los hombros, y caminando de espaldas, cubrieron la desnudez de su padre; por tener su rostro vuelto hacia atrás no vieron la desnudez de su padre. Cuando Noé despertó de su embriaguez y se enteró de lo que había hecho con él su hijo menor, dijo: Maldito sea Canaán; esclavo de esclavos será para sus hermanos. Y añadió: Bendito sea Yahvéh, el Dios de Sem, y sea Canaán esclavo suyo. Dilate Dios a Jafet, y habite éste en las tiendas de Sem; y sea Canaán esclavo suyo. Vivió Noé después del diluvio trescientos cincuenta años. Y fueron todos los días de Noé novecientos cincuenta años, y murió. al jevveo, al arqueo, al sineo, al arvadeo, al semareo y al jamateo. Después se dispersaron las familias de los cananeos. Y el término de los cananeos fue desde Sidón, en dirección de Guerar, hasta Gaza, y en dirección de Sodoma, de Gomorra, de Admá y de Seboyim, hasta Lesa. Éstos fueron los hijos de Cam, según sus familias y lenguas, tierras y naciones. También le nacieron hijos a Sem, que es el padre de todos los hijos de Éber y el hermano mayor de Jafet. Hijos de Sem: Elam, Assur, Arpaksad, Lud y Aram. Hijos de Aram: Us, Jul, Guéter y MaS. Arpaksad engendró a Sélaj, y Sélaj engendró a Éber. A Éber naciéronle dos hijos: el primero se llamó Péleg, porque en sus días fue dividida la tierra, y el nombre de su hermano fue Yoqtán. Yoqtán engendró a Almodad, a Sélef, a Jasarmávet, a Yéraj, a Hadoram, a Uzal, a Diqlá, a Obal, a Abimael, a Sebá, a Ofir, a Javilá y a Yobab. Todos éstos fueron hijos de Yoqtán, y habitaron desde Mesa, según se va a Sefar, en la montaña del este. Vivió Éber, después de haber engendrado a Péleg, cuatrocientos treinta años; y engendró hijos e hijas. Tenía Péleg treinta años cuando engendró a Reú. Vivió Péleg, después de haber engendrado a Reú, doscientos nueve años; y engendró hijos e hijas. Tenía Reú treinta y dos años cuando engendró a Serug. Vivió Reú, después de haber engendrado a Serug, doscientos siete años; y engendró hijos e hijas. Tenía Serug treinta años cuando engendró a Najor. Vivió Serug, después de haber engendrado a Najor, doscientos años; y engendró hijos e hijas. Tenía Najor veintinueve años, cuando engendró a Téraj. Vivió Najor, después de haber engendrado a Téraj, ciento diecinueve años; y engendró hijos e hijas. Tenía Téraj setenta años, y engendró a Abraham, a Najor y a Harán. Éstas son las generaciones de Téraj: Téraj engendró a Abram, a Najor y a Harán; Harán engendró a Lot. Después murió Harán en presencia de Téraj, su padre, en su tierra nativa, en Ur de los Caldeos. Abram y Najor tomaron para sí mujeres; el nombre de la mujer de Abram era Saray; y el de la mujer de Najor, Milká, hija de Harán, padre de Milká y de Yiská. Pero Sara y era estéril, y no tenía hijos. Pero Yahvéh hirió al Faraón y a su casa con grandes plagas, por causa de Saray, mujer de Abram. Llamó el Faraón a Abram, y le dijo: ¿Qué es lo que has hecho conmigo? ¿Por qué no me hiciste saber que ella era tu mujer? ¿Por qué dijiste: Es mi hermana, de manera que yo me la tomara por mujer? Ahora, pues, ahí tienes a tu mujer; tómala y vete. Entonces el Faraón dispuso que unos hombres lo condujeran fuera, a él y a su mujer, con todo lo que tenía. Levántate, recorre la tierra a lo largo y a lo ancho, pues a ti te la daré. Levantó Abram sus tiendas, y se fue a habitar junto al encinar de Mamré, que está en Hebrón, y edificó allí un altar a Yahvéh. Cuando volvía, después de derrotar a Kedorlaómer y a los reyes coaligados con él, el rey de Sodoma le salió al encuentro al valle de Savé, que es el valle del rey. Melquisedec, rey de Salem, sacó pan y vino, pues era sacerdote del Dios Altísimo, y bendijo a Abram diciéndole: Bendito sea Abram del Dios Altísimo, creador de los cielos y de la tierra. Y bendito sea el Dios Altísimo, que puso a tus enemigos en tu mano. Abram le dio el diezmo de todo. Dijo el rey de Sodoma a Abram: Entrégame las personas, y toma para ti la hacienda. Respondió Abram al rey de Sodoma: Alzo mi mano a Yahvéh, Dios Altísimo, creador de los cielos y de la tierra, para atestiguar que no tomaré nada tuyo, ni un hilo ni una correa de sandalia, para que no digas: Yo enriquecí a Abram. Nada para mí; sólo lo que han comido los criados. En cuanto a los hombres que vinieron conmigo: Aner, Eskol y Mamré, éstos tomarán su parte. Puesto ya el sol, hubo una densa oscuridad, y he aquí que un horno humeante y una antorcha de fuego pasaron por entre las mitades de las víctimas. En aquel día hizo Yahvéh alianza con Abram, diciéndole: A tu posteridad entrego yo esta tierra deslíe el torrente de Egipto hasta el gran río, el río Eufrates: el país de los quenitas, de los quenizeos, de los qadmoneos, de los hittitas, de los perizeos, de los refaím, de los amorreos, de los cananeos, de los guirgaseos y de los yebuseos. Cayó Abraham rostro en tierra y se echó a reír, diciéndose en su corazón: ¿A un hombre de cien años le nacerá un hijo? ¿Dará a luz Sara a los noventa años? Y dijo a Dios: ¡Si siquiera Ismael viviera delante de ti! Respondió Dios: ciertamente, Sara, tu mujer, te dará a luz un hijo, al que llamarás Isaac, y con él estableceré mi alianza como alianza perpetua para su posteridad después de él. Y en cuanto a Ismael, te he escuchado: yo lo bendigo, le haré fructificar y lo multiplicaré muy grandemente. Doce jefes engendrará, y haré de él un gran pueblo. Con todo, mi alianza la estableceré con Isaac, el que Sara te dará a luz por este tiempo, el año que viene. Acabó Dios de hablar con él y se elevó de junto a Abraham. Tomó Abraham a Ismael, su hijo, y a todos los nacidos en su casa, y a los que había comprado con su dinero, a todos los varones de la casa de Abraham, y les circuncidó la carne del prepucio aquel mismo día, como se lo había ordenado Dios. Tenía Abraham noventa y nueve años cuando circuncidó la carne de su prepucio. A los trece años de edad le fue circuncidada a Ismael, su hijo, la carne del prepucio. En el mismo día fueron circuncidados Abraham e Ismael, su hijo, y todos los varones de su casa. Tanto el nacido en casa como el comprado con dinero a los extranjeros, fueron circuncidados con él. Y Yahvéh se decía: ¿Puedo, acaso, encubrir a Abraham lo que voy a hacer, habiendo de convertirse él en una nación grande y fuerte y habiendo de ser bendecidas en él todas las naciones de la tierra? Porque yo lo he escogido para que mande a sus hijos, y a mi casa después de él, que guarden el camino de Yahvéh, haciendo lo que es justo y recto, para que Yahvéh realice en Abraham cuanto le ha dicho. Dijo entonces Yahvéh: El clamor contra Sodoma y Gomorra es grande, y su pecado muy grave. Voy a bajar, y veré si han obrado en todo según el clamor que me ha llegado; y si no, lo sabré. Partieron de allí los hombres y se encaminaron a Sodoma; pero Abraham seguía aún de pie delante de Yahvéh. Se acercó entonces Abraham y le dijo: ¿Es que de verdad vas a exterminar al justo con el pecador? Quizá haya cincuenta justos en la ciudad. ¿Los aniquilarás, acaso, y no perdonarás al lugar por los cincuenta justos que hay dentro? Lejos de ti el hacer semejante cosa: hacer morir al justo con el pecador, y que sea el justo como el impío. ¡Lejos eso de ti! ¿Acaso el que juzga a toda la tierra no hará justicia? Respondió Yahvéh: Si hallare en la ciudad de Sodoma cincuenta justos, perdonaría por ellos a todo el lugar. Prosiguió Abraham y dijo: Mira, te ruego; aunque soy polvo y ceniza, me atrevo a hablar a mi Señor. Si de los cincuenta justos faltaran cinco, ¿por esos cinco destruirás a toda la ciudad? Y contestó: No la destruiría si hallase allí cuarenta y cinco. Y porfió Abraham en hablarle y le dijo: Quizá se encuentren allí cuarenta. Respondió: No lo haría, por consideración a los cuarenta. Insistió Abraham: No se enoje mi señor, y seguiré hablando. Quizá haya allí treinta. Contestó: No lo haré si hállate allí los treinta. Mientras los sacaban fuera, dijéronle: Escapa, por tu vida. No mires atrás, ni te detengas en toda la llanura. Escapa al monte, si no quieres perecer. Lot les contestó: No, señor mío. Puesto que tu siervo ha hallado gracia a tus ojos, y ha sido grande la misericordia que has hecho conmigo al salvar mi vida, mira que no puedo huir al monte, no sea que me alcance el desastre y yo muera. Cerca está esa ciudad a la que puedo huir. Es pequeña. Deja que me refugie en ella. ¿No es pequeña? Así salvaría la vida. Y le contestó: Bien, te hago favor también en esto, y no destruiré la ciudad de la que hablas. Date prisa, huye allá; pues nada puedo hacer mientras tú no llegues allí. Por esto a la ciudad se le llama Sóar. Había salido el sol sobre la tierra cuando llegó Lot a Sóar. Entonces Yahvéh hizo llover sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego de Yahvéh, desde los cielos, y destruyó estas ciudades y toda la llanura, con todos los habitantes de las ciudades y las plantas del suelo. La mujer de Lot miró atrás y se convirtió en estatua de sal. Abraham se levantó de madrugada y se fue al lugar donde había estado delante de Yahvéh, y mirando hacia Sodoma y Gomorra y hacia toda la tierra del contorno, vio que el humo subía de la tierra como la humareda de un horno. Cuando destruyó Dios las ciudades de la llanura, se acordó Dios de Abraham y sacó a Lot de en medio de la catástrofe, mientras destruía las ciudades en las cuales había habitado Lot. Subió Lot de Sóar y habitó en el monte con sus dos hijas, porque temía habitar en Sóar; vivió en una cueva con sus dos hijas. Rogó Abraham a Dios; y Dios sanó a Abimélek, a su mujer y a sus siervas, para que pudieran tener hijos; pues Yahvéh había cerrado todo seno en la casa de Abimélek, por causa de Sara, mujer de Abraham. Oyó Dios la voz del niño, y el ángel de Dios llamó a Agar desde el cielo y le dijo: ¿Qué te ocurre, Agar? No temas, pues Dios ha escuchado la voz del niño desde el lugar donde él está. Levántate, alza al niño, y tómalo de la mano, pues he de hacer de él una gran nación. Dios le abrió los ojos a Agar, y le hizo ver un pozo de agua; fue, llenó el odre y dio de beber al niño. Y Dios protegió al chico, que creció y habitó en el desierto, y llegó a ser tirador de arco. Habitó en el desierto de Paran, y su madre tomó para él una mujer de la tierra de Egipto. Aconteció por aquel tiempo que Abimélek y Pikol, jefe de su ejército, hablaron a Abraham diciéndole: Dios está contigo en todo lo que haces. Ahora, pues, júrame aquí por Dios que no me has de engañar ni a mí, ni a mi linaje, ni a mi posteridad, sino que procederás conmigo y con la tierra en la cual has morado como forastero con la misma benevolencia con que te he tratado. Respondió Abraham: Lo juro. Pero Abraham reconvino a Abimélek por causa de un pozo de agua que los siervos de Abimélek habían usurpado. Respondió Abimélek: no sé quién ha hecho eso; tampoco tú me informaste de ello, ni yo lo había oído hasta hoy. Tomó Abraham ganado menor y mayor y se lo dio a Abimélek, y ambos hicieron alianza. Abraham apartó siete corderas del rebaño, y preguntó Abimélek a Abraham: ¿Para qué son estas corderas que has puesto aparte? Respondió: Para que las recibas de mi mano y me sirvan de prueba de que yo cavé este pozo. te bendeciré copiosamente y multiplicaré tu posteridad como las estrellas de los cielos y como la arena de las orillas del mar; tu descendencia se adueñará de las ciudades de sus enemigos. Por haberme obedecido tú, todas las naciones de la tierra serán bendecidas en tu descendencia. Volvió Abraham adonde se quedaron sus criados, levantáronse éstos, y todos juntos se fueron a Beerseba. Allí continuó morando Abraham. Después de estos sucesos, se le dio a Abraham esta noticia: También Milká ha dado hijos a tu hermano Najor: a Us, su primogénito; a Buz, su hermano; a Quemuel, padre de Aram; a Késed, a Jazó, a Pildas, a Jidlaf y a Betuel. Betuel engendró a Rebeca. Éstos son los ocho hijos que dio Milká a Najor, hermano de Abraham. También su concubina, de nombre Reuma, dio a luz a Tébaj, a Gajam, a Tajas y a Maaká. De esta manera, el campo de Efrón, en Makpelá, que está enfrente de Mamré, el campo y la cueva que hay en él, y todos los árboles del campo y de todo su término alrededor, pasaron a Abraham en propiedad, a la vista de los hijos de Jet y de cuantos entraban por la puerta de la ciudad. Después de esto sepultó Abraham a Sara, su mujer, en la cueva del campo de Makpelá, frente a Mamré, que es Hebrón, en tierra de Canaán. Y el campo y la cueva que hay en él fueron traspasados por los hijos de Jet a Abraham en propiedad sepulcral. Entonces corrió el criado a su encuentro y le dijo: Te ruego que me des a beber un poco de agua de tu cántaro. Contestó ella: Bebe, señor mío, y apresuróse a bajar su cántaro hasta el brazo y le dio de beber. Cuando hubo acabado de darle de beber, dijo ella: También para tus camellos voy a sacar agua, hasta que se sacien. Se dio prisa a vaciar su cántaro en el abrevadero, corrió de nuevo a la fuente a sacar agua y la sacó para todos los camellos. El hombre la contemplaba en silencio, con ánimo de saber si Yahvéh había hecho prosperar o no su camino. Cuando los camellos acabaron de beber, tomó el hombre un anillo de oro de medio siclo de peso y dos brazaletes de diez siclos de oro, los puso en su mano, y preguntó: ¿De quién eres hija? Ruégote que me digas si no habría lugar en casa de tu padre donde pudiéramos pasar la noche. Le contestó: Soy hija de Betuel, el hijo que dio Milká a Najor. Y añadió: Hay en nuestra casa paja y mucho forraje y también lugar para pasar la noche. Postróse entonces el hombre y adoró a Yahvéh, diciendo: Bendito sea Yahvéh, Dios de mi señor Abraham, que no ha negado su misericordia y su fidelidad a mi señor, y que me ha guiado en el camino a la casa de los hermanos de mi señor. Corrió la joven a contar en casa de su madre lo que había sucedido. Tenía Rebeca un hermano llamado Labán, que se apresuró a salir fuera hacia la fuente donde estaba el hombre. Tan pronto como vio el anillo y los brazaletes en las manos de su hermana y escuchó las palabras de Rebeca, su hermana, que decía: Así me habló el hombre, vino a él, que seguía de pie al lado de los camellos, junto a la fuente, Éstos fueron los años de la vida de Ismael: ciento treinta y siete años. Expiró y murió, y fue a reunirse con sus antepasados. Sus descendientes habitaron la región que se extiende desde Javilá hasta Sur, que está frente a Egipto, en dirección a Assur. Se estableció enfrente de todos sus hermanos. Éstas son las generaciones de Isaac, hijo de Abraham. Abraham engendró a Isaac. Era Isaac de cuarenta años cuando tomó por esposa a Rebeca, hija de Betuel, el arameo de PaddánAram, y hermana del arameo Labán. Rogó Isaac a Yahvéh por su mujer, que era estéril; lo escuchó Yahvéh, y Rebeca, su mujer, concibió. Pero los hijos se entrechocaban en su seno, y ella se decía: Siendo así, ¿para qué vivir? Y fue a consultar a Yahvéh, que le dijo: Dos naciones hay en tu seno, y dos pueblos saldrán de tus entrañas; el uno será más fuerte que el otro, y el mayor servirá al menor. Cuando cumplieron los días del alumbramiento, resultó que había dos mellizos en su seno. Salió el primero, pelirrojo, todo él velludo como una pelliza, se le llamó Esaú. Después salió su hermano, con la mano asida al talón de Esaú, y se le llamó Jacob. Era Isaac de sesenta años cuando nacieron. Crecieron los niños. Esaú llegó a ser diestro en la caza, hombre del campo; mientras que Jacob era hombre tranquilo, que habitaba bajo las tiendas. Isaac, porque le gustaba la caza, amaba a Esaú, mas Rebeca prefería a Jacob. Cierta vez, mientras Jacob preparaba un guiso, llegó Esaú del campo, muy desfallecido. Dijo Esaú a Jacob: Déjame engullir este guiso rojo, que estoy desfallecido. Por esto se le dio el nombre de Edom. Se fue de allí Isaac, acampó en el torrente de Guerar, y habitó allí. Volvió Isaac a cavar los pozos de agua que se habían excavado en los días de su padre Abraham y que cegaron los filisteos después de la muerte de éste, y les dio los mismos nombres que les había dado su padre. Cavaron los siervos de Isaac en el torrente, y alumbraron allí un pozo de aguas vivas, pero los pastores de Guerar disputaron con los de Isaac, diciendo: El agua es nuestra. Y llamó al pozo Éseq, porque habían reñido por él. Cavaron otro pozo, y riñeron también por él, y le puso por nombre Sitná. Se alejó de allí y abrió otro pozo, por el cual no hubo ya riñas, y le llamó Rejobot, diciendo: Ahora Yahvéh nos ha dado espacio libre, y prosperaremos en esta tierra. De allí subió Isaac a Beerseba. Yahvéh se le apareció aquella noche y le dijo: Yo soy el Dios de Abraham, tu padre. No temas, que yo estoy contigo. Te bendeciré y multiplicaré tu descendencia por causa de Abraham, mi siervo. Isaac construyó allí un altar e invocó el nombre de Yahvéh. Allí plantó su tienda, y allí abrieron sus siervos un pozo. Abimélek vino a él desde Guerar, con Ajuzat, Merú, amigo suyo, y Pikol, jefe de su ejército. Les dijo Isaac: ¿Por qué venís a mí vosotros, que me odiáis, y me echasteis de entre vosotros? ' Respondieron ellos: Hemos visto claramente que Yahvéh está contigo y hemos acordado que haya un juramento entre nosotros y tú, y que concluyamos contigo una alianza. Tú no nos harás ningún mal, así como nosotros no te hemos tocado, haciéndote solamente bien y dejándote partir en paz. Tú eres ahora el bendecido de Yahvéh. Entonces él les preparó un banquete, y comieron y bebieron. Luego puso los guisos que había preparado y el pan, en manos de Jacob, su hijo, el cual se presentó a su padre, diciéndole: Padre mío. Respondió: Heme aquí, ¿quién eres tú, hijo mío? Le contestó Jacob: Soy Esaú, tu primogénito; he hecho como me dijiste. Levántate ahora y siéntate; come de mi caza para que me bendigas. Dijo Isaac a su hijo: ¡Qué pronto la hallaste, hijo mío! Y él contestó: Yahvéh, tu Dios, me la puso delante. Dijo Isaac a Jacob: Acércate para que te palpe, hijo mío, para comprobar si eres mi hijo Esaú o no. Se acercó Jacob a Isaac, su padre, quien le palpó, y dijo: La voz es voz de Jacob; pero las manos son las manos de Esaú. Y no le reconoció, porque sus manos eran velludas como las manos de Esaú, su hermano, y lo bendijo. Después preguntó: ¿De verdad eres tú mi hijo Esaú? Respondió: Sí lo soy. Dijo Isaac: Sírveme, y comeré de la caza de mi hijo, para que yo te bendiga. Jacob se la sirvió, y él comió de ella; le trajo también vino, y él bebió. Díjole después Isaac, su padre: Acércate y bésame, hijo mío. El se le acercó y lo besó. En cuanto olió Isaac la fragancia de sus vestidos, lo bendijo, diciendo: Mira, el olor de mi hijo es como la fragancia de un campo al que ha bendecido Yahvéh. ¿ ¡Que Dios te dé, pues, el rocío del cielo y la fertilidad de la tierra; abundancia de trigo y de mosto! Sírvanle los pueblos, prostérnense ante ti las naciones. Sé señor de tus hermanos, inclínense ante ti los hijos de tu madre. Malditos sean los que te maldigan, benditos sean los que te bendigan. Apenas acabó de bendecir Isaac a Jacob, y casi en el momento mismo en que éste salía de la presencia de Isaac, su padre, llegó Esaú, su hermano, de su cacería. Tuvo miedo, y exclamó: ¡Cuan terrible es este lugar! No es otra cosa que la casa de Dios y la puerta del cielo. Se levantó Jacob muy de mañana, tomó la piedra que había puesto de cabecera, la erigió como una estela y derramó aceite encima de ella. Llamó a aquel lugar Betel, pues hasta entonces la ciudad se llamaba Luz. Jacob hizo después un voto, diciendo: Si Dios está conmigo y me guarda en este viaje que estoy haciendo, y me da pan para comer y ropa para vestirme, y regreso en paz a la casa de mi padre, Yahvéh será mi Dios, y esta piedra que he erigido como estela será casa de Dios; y de todo lo que me dieres reservaré para ti el diezmo. Lía tenía los ojos apagados, pero Raquel era apuesta y de bello aspecto. Amaba Jacob a Raquel, y dijo: Te serviré siete años por Raquel, tu hija menor. Contestó Labán: Mejor es dártela a ti que dársela a otro hombre; quédate conmigo. Jacob sirvió por Raquel siete años, que le parecieron como unos días, por el amor que le tenía. Dijo entonces Jacob a Labán: Dame mi mujer, pues se ha cumplido el tiempo, y quiero unirme a ella. Reunió Labán a todos los hombres del lugar y preparó un banquete. Pero, cuando llegó la noche, tomó a su hija Lía, y la introdujo donde se hallaba Jacob, que se unió a ella. Dio también Labán su sierva Zilpá a Lía, su hija, por criada. Llegada la mañana, se percató de que era Lía. Y dijo a Labán: ¿Qué es lo que has hecho conmigo? ¿No te he servido por Raquel? ¿Por qué, pues, me has engañado? Respondió Labán: No es costumbre en este lugar el dar la hija menor antes que la mayor. - Acaba la semana de nupcias con ésta, y luego te daremos también la otra por el servicio que me prestes todavía otros siete años. - Hízolo así Jacob, y cumplida la semana de ésta, Labán le dio su hija Raquel por esposa. - Y entregó también Labán su sierva Bilhá por criada a su hija Raquel. Cuando Jacob regresaba del campo al atardecer, le salió al encuentro Lía, y le dijo: Únete a mí, pues he comprado el derecho de tenerte por las mandrágoras de mi hijo. Y Jacob durmió con ella aquella noche. Dios escuchó a Lía, que concibió y dio a Jacob el quinto hijo. Lía dijo entonces: Dios me ha dado el salario por haber dado mi sierva a mi marido. Por eso lo llamó Isacar. i Concibió de nuevo Lía y dio a Jacob un sexto hijo. Dijo entonces Lía: Buen regalo me ha hecho Dios; ahora mi marido cohabitará conmigo, pues le he dado seis hijos. Y lo llamó Zabulón. Después dio a luz una hija, a la que llamó Dina. Acordóse Dios de Raquel, la escuchó y la hizo fecunda. Concibió y dio a luz un hijo. Y dijo: Dios ha quitado mi oprobio. Y lo llamó José, pues se decía: Añádame Yahvéh otro hijo. Después que Raquel dio a luz a José, dijo Jacob a Labán. Déjame partir; que yo pueda irme a mi lugar, a mi tierra. Dame mis mujeres por las cuales te he servido y mis hijos, y déjame ir; pues tú sabes el servicio que te he prestado. Labán le respondió: Si he hallado gracia a tus ojos... Por adivinación he sabido que me ha bendecido Yahvéh por tu causa. Y añadió: Fíjame tu salario, y yo te lo daré. Le dijo Jacob: Tú sabes cómo te he servido y lo que, gracias a mí, ha prosperado tu ganado; porque bien poco era lo que tú tenías antes de que yo llegara, pero se ha acrecentado considerablemente, y Yahvéh te ha bendecido a mi paso. Y ahora, ¿cuándo voy a hacer también algo por mi casa? Se levantó Jacob e hizo montar a sus hijos y a sus mujeres sobre los camellos. Se llevó consigo todo su ganado y todos los bienes que había adquirido - el ganado de su propiedad que se había procurado en PaddánAram -, y se encaminó a casa de Isaac, su padre, a la tierra de Canaán. Mientras Labán había ido al esquileo de su rebaño, Raquel hurtó los terafim de su padre. Jacob engañó a Labán, el arameo, ocultándole que se disponía a huir. Y así pudo fugarse con todo cuanto tenía. Se levantó, pues, vadeó el río y se dirigió a la montaña de Galaad. Al tercer día dijeron a Labán que Jacob había huido. Entonces Labán tomó consigo a sus hermanos, y persiguió a Jacob durante siete días de camino, hasta darle alcance en la montaña de Galaad. Pero Dios se apareció a Labán, el arameo, en sueños, durante la noche, y le dijo: Guárdate de hablar a Jacob ni en bien ni en mal. Alcanzó, pues, Labán a Jacob en el monte donde éste había asentado su tienda; Labán, con los suyos, asentó también la suya en el monte de Galaad. Dijo Labán a Jacob: ¿Qué es lo que has hecho? Me has engañado y te has llevado a mis hijas como cautivas de guerra. ¿Por qué te escapaste a escondidas y me has engañado? ¿Por qué me lo has ocultado? Yo te hubiera despedido con alegría y con cantares, con timbales y cítaras. Ni me dejaste siquiera besar a mis hijos y a mis hijas. En verdad has obrado neciamente. Mi mano tiene sobrado poder para haceros mal, pero el Dios de tu padre me habló anoche diciéndome: Guárdate de hablar con Jacob ni en bien ni en mal. Ahora bien, si tú te has ido porque tenías nostalgia de la casa de tu padre, ¿por qué has robado mis dioses? Y dio al primero esta orden: Cuando te encuentre Esaú, mi hermano, y te pregunte: ¿De quién eres, adonde vas, y de quién es eso que va delante de ti?, responderás: De tu siervo Jacob. Es un presente que envía a mi señor, a Esaú; él mismo viene detrás de nosotros. Y también al segundo y al tercero; y a cuantos caminaban detrás de las manadas dio la misma orden, diciéndoles: En estos términos hablaréis a Esaú, cuando lo encontréis, y le diréis: Precisamente tu siervo Jacob viene también tras de nosotros. Pues se decía: Aplacaré su semblante con los presentes que van delante de mí; después me presentaré ante él, y tal vez me acoja bien. Mandó, pues, los regalos por delante, y él pasó aquella noche en el campamento. En aquella misma noche, se levantó, tomó a sus dos mujeres y a sus dos siervas con sus once hijos, y atravesó el vado del Yabboq. Los tomó, pues, y les hizo pasar el torrente. Luego hizo pasar todo cuanto poseía. Jacob se quedó solo. Después, un hombre estuvo luchando con él hasta rayar el alba; pero viendo aquél que no podía contra él, le tocó en la articulación del muslo, y se dislocó la articulación del muslo de Jacob mientras estaba luchando con él. El otro le dijo: Déjame que me vaya, pues ya despunta el alba. Pero Jacob contestó: No te dejaré ir, si no me bendices. Y él le preguntó: ¿Cuál es tu nombre? Respondió él: Jacob. Y él le dijo: Ya no te llamarán más Jacob, sino Israel; pues has luchado con Dios como con hombres y has prevalecido. Jacob le preguntó: Revélame ahora tu nombre. Contestó él: ¿Para qué preguntas por mi nombre? Y le bendijo allí mismo. Jacob dio a aquel lugar el nombre de Penuel, porque - se dijo - he visto a Dios cara a cara, y no obstante ha quedado a salvo mi vida. Jacob se fue a Sukkot, y allí se edificó una casa e hizo cabañas para su ganado. Por eso se le llamó Sukkot a aquel lugar. De vuelta de PaddánAram, llegó Jacob a Salem, ciudad de Sikem, en el país de Canaán, y acampó frente a la ciudad. Compró a los hijos de Jamor, padre de Sikem, por cien monedas, la parcela de tierra donde había asentado su tienda. Erigió allí un altar, y lo llamó El, Dios de Israel. Pero si no accedéis a circuncidaros, tomaremos a nuestra hija y nos iremos. Parecieron bien estas palabras a Jamor y a sikem, hijo de Jamor, y no tardó el joven en ponerlas en práctica, por lo enamorado que estaba de la hija de Jacob. Era él, además, el más influyente de toda la casa de su padre. Jamor y su hijo sikem fuéronse a la puerta de la ciudad y hablaron a los hombres de la ciudad, diciéndoles: Estos hombres son pacíficos; que habiten, pues, con nosotros en el país, y lo recorran; el país es amplio en todas direcciones. Tomaremos por mujeres a sus hijas y les daremos a ellos las nuestras. Pero sólo accederán estos hombres a habitar con nosotros y formar un solo pueblo, a condición de que sea circuncidado todo varón de entre nosotros, como ellos están circuncidados. Sus ganados, sus bienes y todas sus bestias, ¿no será todo nuestro? Accedamos a sus deseos, y que habiten con nosotros. Todos los que salían por la puerta de la ciudad escucharon a Jamor y a su hijo Sikem. Y fueron circuncidados todos los varones, todos los que salían por la puerta de la ciudad. Acaeció que, al tercer día, cuando éstos se hallaban con los dolores de la circuncisión, dos hijos de Jacob, Simeón y Leví, hermanos de Dina, cada uno con su espada, penetraron sin riesgo en la ciudad y mataron a todos los varones. Pasaron a filo de espada a Jamor y a su hijo Sikem, tomaron a Dina de la casa de Sikem, y se salieron. Los hijos de Jacob cayeron sobre los cadáveres y saquearon la ciudad, porque allí había sido deshonrada su hermana. Tomaron consigo el ganado menor y mayor, sus asnos y cuanto había en la ciudad y en el campo. Lleváronse como botín todas sus riquezas, todos sus niños y sus mujeres, y saquearon todo lo que había en las casas. Dijo Jacob a Simeón y a Leví: Me habéis perjudicado, al hacerme odioso a los habitantes del país, al cananeo y al perizeo. Yo cuento con un número reducido de hombres. Ellos se unirán contra mí, me vencerán y acabarán conmigo y con mi casa. En las angustias del alumbramiento le dijo la partera: No temas; que también esta vez tienes un hijo. Y mientras exhalaba el alma, pues se estaba muriendo, le puso por nombre BenOní. Pero su padre lo llamó Benjamín. Murió Raquel, y fue enterrada junto al camino de Éfrata, que es Belén. Y Jacob erigió una estela sobre su tumba. Es, hasta hoy, la estela de la tumba de Raquel. Partió Israel y fijó su tienda más allá de MigdalÉder. Mientras Israel habitaba en aquella tierra, fue Rubén y se acostó con Bilhá, concubina de su padre; y se enteró Israel. Doce fueron los hijos de Jacob. Hijos de Lía: Rubén, primogénito de Jacob, Simeón, Leví, Judá, Isacar y Zabulón. Hijos de Raquel: José y Benjamín. Hijos de Bilhá, sierva de Raquel: Dan y Neftalí. Hijos de Zilpá, sierva de Lía: Gad y Aser. Éstos son los hijos que le nacieron a Jacob en PaddánAram. ' Llegó Jacob junto a Isaac, su padre, a Mamré, a QuiryatArbá, que es Hebrón, lugar donde Abraham e Isaac habían morado como forasteros. Vivió Isaac ciento ochenta años. Después Isaac expiró; murió y fue a reunirse con su pueblo. Era ya viejo y lleno de días. Esaú y Jacob, sus hijos, lo sepultaron. Los hijos de Reuel, hijo de Esaú, fueron: el jeque Nájat, el jeque Zéraj, el jeque Sammá, el jeque Mizzá. Tales son los jeques de Reuel en el país de Edom. Son los hijos de Basemat, mujer de Esaú. Y éstos los hijos de Oholibamá, mujer de Esaú: el jeque Yeús, el jeque Yalam, el jeque Qóraj. Éstos son los jeques de Oholibamá, hija de Ana, mujer de Esaú. Éstos son los hijos de Esaú, y éstos sus jeques. Esaú es Edom. Éstos son los hijos de Seír, el hurrita, que habitan aquel país: Lotán, Sobal, Sibeón, Ana, Disón, Éser y Disán. Éstos son los jeques de los hurritas, hijos de Seír, en el país de Edom. Los hijos de Lotán fueron: Jorí y Hernán. La hermana de Lotán era Timná. Y. éstos, los hijos de Sobal: Alván, Manájat, Ebal, Sefó y Onam. Y los hijos de Sibeón fueron: Ayyá y Ana. Este Ana fue el que encontró manantiales de agua caliente en el desierto, mientras apacentaba los asnos de su padre Sibeón. Y éstos, los hijos de Ana: Disón y Oholibamá, hija de Ana. Éstos, los hijos de Disón: Jemdán, Esbán, Yitrán y Kerán. He aquí los hijos de Éser: Bilhán, Zaaván y Aqán. Éstos fueron los hijos de Disán: Us y Aran. He aquí los jeques de los hurritas: el jeque Lotán, el jeque Sobal, el jeque Sibeón, el jeque Ana, el jeque DiSón, el jeque Éser y el jeque Disán. Tales son los jeques de los hurritas, según sus clanes, en el país de Seír. Respondió el hombre: Ya se han ido de aquí; pero les oí decir: Vámonos a Dotan. Fue José en busca de sus hermanos, y los halló en Dotan. Viéronlo ellos de lejos y, antes de que se les acercara, se confabularon contra él para matarle. Dijéronse unos a otros: Ahí viene el gran soñador. Ahora, pues, vamos a matarlo, lo arrojamos en una de las cisternas y diremos que una bestia salvaje le devoró. Veremos así en qué quedan sus sueños. Oyó esto Rubén y quiso salvarlo de las manos de los otros. Y les dijo: No le quitemos la vida. Siguió diciéndoles Rubén, con ánimo de librarlo de las manos de los otros y devolverlo a su padre: No derraméis sangre; arrojadlo a esa cisterna que hay en el desierto, poro no pongáis la mano sobre él. Cuando llegó José a sus hermanos, éstos le despojaron de su túnica, la túnica larga y con mangas que llevaba, le echaron mano y lo arrojaron a la cisterna. Pero la cisterna estaba vacía; no había en ella agua. Sentáronse a comer. Y alzando los ojos, vieron que llegaba de Galaad una caravana de ismaelitas, con sus camellos cargados de goma, resina y láudano, que llevaban a Egipto. Dijo entonces Judá a sus hermanos: ¿Qué ganamos con matar a nuestro hermano y ocultar su sangre? Vamos a venderlo a los ismaelitas, y no pongamos las manos en él, pues es nuestro hermano, carne nuestra es. Y asintieron sus hermanos. Y cuando pasaban los mercaderes madianitas sacaron a José haciéndolo subir de la cisterna, y por veinte siclos de plata lo vendieron a los ismaelitas, quienes se lo llevaron a Egipto. Cuando Rubén volvió a la cisterna y vio que José no estaba en ella, rasgó sus vestiduras, y volviéndose a sus hermanos, exclamó: El niño no aparece. ¿Adonde voy yo ahora? Respondió él: Te enviaré un cabrito de mi rebaño. Replicó ella. Está bien, si tú me das una prenda hasta que lo envíes. Contestó él: ¿Qué prenda te he de dar? Respondió ella: Tu sello, tu cordón y el bastón que tienes en la mano. Él se los dio, y se unió a ella, que concibió de él. Ella se levantó luego y se fue, y despojándose del velo, se vistió de nuevo las ropas de su viudez. Judá envió el cabrito por medio de su amigo, el de AduHam, para rescatar las prendas de manos de aquella mujer; pero éste no la halló. Preguntó a los hombres de aquel lugar: ¿dónde está la meretriz ésa que estaba junto al camino, en Enáyim? Respondieron ellos: Nunca ha habido aquí una meretriz. Entonces él volvió a Judá, y le dijo: No la encontré; además, los hombres del lugar me han dicho que nunca hubo allí ninguna meretriz. Contestó Judá: Que se quede con todo aquello, no sea que se rían de nosotros. Ya ves que le he mandado este cabrito y que no la has hallado. Sucedió que al cabo de unos tres meses le avisaron a Judá, diciéndole: Tamar, tu nuera, se ha prostituido, e incluso ha quedado encinta a consecuencia de ello. Contestó Judá: Sacadla, y que sea quemada. Cuando la sacaban fuera, envió ella a decir a su suegro: Estoy encinta del hombre cuyas son estas cosas. Y añadió: Comprueba de quién son este sello, este cordón y este bastón. Judá los reconoció, y dijo: Ella tiene más razón que yo; pues no la he dado a Selá, mi hijo. Pero nunca más la volvió a conocer. Cuando le llegó el tiempo de su alumbramiento, tenía en su seno dos mellizos. Y al darlos a luz, uno de ellos sacó una mano; la partera se la tomó y le ató en ella un hilo escarlata, diciendo: Éste salió primero. Pero como él retirase la mano, fue su hermano el que salió. Dijo ella: ¡Vaya brecha que te has abierto!, y le llamó Peres. Salió después su hermano, el que tenía en la mano el hilo escarlata, y le llamó Zéraj. y entonces le habló en estos términos: El siervo hebreo que nos trajiste vino a mí para divertirse conmigo; pero, cuando alcé mi voz y llamé, abandonó él su vestido junto a mí, huyó y salió fuera. Al oír su señor las palabras de la mujer, que le decía: Esto es lo que me ha hecho tu siervo, montó en cólera. El amo de José prendió a éste y lo metió en la cárcel, en el lugar donde se encerraban los prisioneros del rey. Y quedó allí en prisión. Pero Yahvéh estaba con José, inclinó hacia él su misericordia e hizo que hallara gracia a los ojos del jefe de la cárcel. El jefe de la cárcel confió a José el cuidado de todos los encarcelados que había en la prisión, de modo que todo lo que éstos hacían, era José quien lo mandaba hacer. De nada se cuidaba por sí mismo el jefe de la cárcel, porque Yahvéh estaba con José y le hacía prosperar en todo lo que emprendía. y en la canasta superior había toda suerte de manjares de pastelería para el Faraón. Pero las aves se los comían de la canasta que yo llevaba sobre mi cabeza. Respondió José: Ésta es su interpretación: las tres canastas son tres días. Dentro de tres días levantará el Faraón su vista hacia ti y te colgará de un árbol, y las aves comerán tus carnes. Sucedió, pues, que al tercer día, el del cumpleaños del Faraón, preparó éste un banquete para todos sus servidores; y, hallándose en medio de éstos, levantó su vista hacia el jefe de los coperos y hacia el jefe de los panaderos: restableció al jefe de los coperos en su cargo de copero, para que pusiese la copa en mano del Faraón, e hizo colgar al jefe de los panaderos, como les había interpretado José. El jefe de los coperos no se acordó más de José, sino que lo olvidó. Dijo entonces el Faraón a José: He aquí que, en mi sueño, estaba yo a la orilla del Nilo, cuando vi subir del río siete vacas gordas y de hermoso aspecto, que se pusieron a pacer en el juncal; y detrás de ellas, subían otras siete vacas, raquíticas, de muy mal aspecto y enjutas de carne, como no las había visto de malas en toda la tierra de Egipto. Y las vacas flacas y feas se comieron a las siete primeras vacas, a las gordas. Y aunque se las comieron, no se notó que las tuvieran dentro; pues su aspecto seguía siendo tan malo como antes. Y me desperté. Vi después, en mi sueño, que siete espigas, llenas y hermosas, salían de una misma caña; y que siete espigas vanas, delgadas y abrasadas por el viento del este, brotaban tras de aquéllas. Y las espigas, flacas se tragaron a las siete espigas buenas. Se lo he contado a los adivinos, y no ha habido quien me lo sepa explicar. Respondió José al Faraón: El sueño del Faraón es uno solo. Dios ha manifestado al Faraón lo que va a hacer. Las siete vacas buenas son siete años, y las siete espigas buenas son siete años: el sueño es uno solo. Las siete vacas flacas y malas que subieron detrás de aquéllas, son siete años; y las siete espigas vanas y abrasadas por el viento del este, significan siete años de hambre. Es lo que he dicho al Faraón: Dios ha revelado al Faraón lo que va a hacer. Vendrán siete años de gran abundancia en todo el territorio de Egipto. Pero a éstos seguirán siete años de hambre, y se olvidará toda la abundancia que hubo en el país de Egipto. El hambre consumirá la tierra. Y los encerró juntos en la cárcel por tres días. Al tercer día les dijo José: Haced esto y viviréis, pues yo temo a Dios. Si sois gente honrada, quede preso uno de vosotros en la cárcel donde estáis. Id los demás a llevar el trigo para remediar el hambre de vuestras casas, y traedme a vuestro hermano menor para que se confirmen vuestras palabras, y no muráis. Ellos lo hicieron así. Y se decían unos a otros: En verdad somos culpables por lo de nuestro hermano, porque vimos la angustia de su alma cuando nos rogaba, y no lo escuchamos; por esto nos ha sobrevenido esta tribulación. Respondióles Rubén: ¿No os lo advertí yo, diciéndoos: No pequéis contra el niño? Pero vosotros no me escuchasteis, y he aquí que ahora se nos demanda su sangre. Ellos no sabían que José los entendía; pues les había hablado por medio de un intérprete. José se alejó de ellos, y lloró. Después volvió a ellos y les habló. Tomó de entre ellos a Simeón y le hizo prender a la vista de los demás. 5 Mandó José que les llenaran de trigo los sacos, que les devolvieran su dinero en el saco de cada uno, y que les dieran provisiones para el camino. Y así se hizo con ellos. Cargaron ellos su trigo sobre sus asnos, y fuéronse de allí. Cuando llegaron al lugar donde debían pasar la noche, abrió uno su saco para dar pienso a su asno, y vio su dinero en la boca del saco. Dijo a sus hermanos: Me han devuelto mi dinero; aquí está, en mi saco. Sobrecogiéronse y, temblando, se dijeron unos a otros: ¿Qué es lo que nos ha hecho Dios? Y llegados adonde estaba Jacob, su padre, a la tierra de Canaán, le contaron todo lo que les había sucedido, diciéndole: El hombre que es señor del país nos habló duramente y nos trató como a espías del país. Hizo el mayordomo lo que José le había ordenado, y llevó a los hombres a casa de José. Al ser introducidos en casa de José, tuvieron miedo, y se decían: A causa del dinero devuelto en nuestros sacos la otra vez se nos conduce aquí, para arrojarse sobre nosotros, caer sobre nosotros, tomarnos como esclavos y quedarse con nuestros asnos. Acercáronse, pues, al mayordomo de José y a la entrada de la casa le hablaron, diciéndole: Por favor, mi señor. Nosotros bajamos ya una vez a comprar víveres; pero aconteció que cuando, de vuelta, llegamos al albergue y abrimos nuestros sacos, vimos que el dinero de cada uno, la cantidad exacta de nuestro dinero, estaba en la boca de cada saco, y ahora la hemos traído con nosotros. Además, traemos también más dinero, para comprar provisiones. No sabemos quién puso aquel dinero nuestro en los sacos. Estad tranquilos - dijo aquél -; no temáis. Vuestro Dios y el Dios de vuestro padre es quien puso ese tesoro en vuestros sacos. Yo recibí ya vuestro dinero. Y les sacó a Simeón. ' Luego les hizo entrar en la casa de José, les dio agua para que se lavaran los pies, y también les dio forraje para sus asnos. Ellos prepararon los regalos para cuando llegara José al mediodía, pues le habían oído que allí comerían. Cuando llegó José a casa, presentáronle en ella el obsequio que tenían en sus manos, y se postraron ante él rostro en tierra. El les preguntó cómo estaban y les dijo: ¿Goza de buena salud vuestro padre, el anciano de quien me hablasteis? ¿Vive todavía? Contestaron ellos: Tu siervo, nuestro padre, está bien; aún vive. Y arrodillándose, se postraron. Levantó José los ojos y vio a Benjamín, su hermano, hijo de su misma madre, y preguntó: ¿Es éste vuestro hermano menor, de quien me hablasteis? Añadió luego: Dios te sea propicio, hijo mío. José salió a toda prisa buscando un lugar aparte donde llorar, pues se le habían conmovido las entrañas a la vista de su hermano. Entró en su aposento, y lloró allí. Dijo José: Lejos de mí hacer eso; el hombre en cuyo poder fue hallada la copa, ése será mi siervo. En cuanto a vosotros, subid en paz a vuestro padre. Judá se acercó a él, y le dijo: Por favor, señor mío; sea permitido a tu siervo decir una palabra a oídos de mi señor, sin que tu enojo se encienda contra tu siervo, pues tú eres como el Faraón. Mi señor preguntó a sus siervos: ¿Tenéis padre o algún otro hermano? Respondimos a mi señor: Tenemos un padre anciano, y un hijo pequeño, que le nació en su vejez; como el hermano de éste murió, y él es el único que queda de su madre, su padre lo ama. Dijiste a tus siervos: Bajádmelo para que lo vea. Nosotros contestamos a mi señor: No puede el muchacho dejar a su padre; pues, si lo deja, su padre morirá. Pero tú insististe: Si vuestro hermano menor no baja con vosotros, no veréis más mi rostro. Cuando volvimos a tu siervo, mi padre, le referimos las palabras de mi señor, y dijo nuestro padre: Volved a comprarnos unos pocos víveres. Le dijimos nosotros: No podemos bajar. Si nuestro hermano menor va con nosotros, bajaremos; pero no podríamos presentarnos ante aquel hombre, si nuestro hermano pequeño no va con nosotros. Entonces tu siervo, mi padre, nos dijo: Vosotros sabéis que mi mujer me dio dos hijos; el uno partió de mi lado y tuve que decir: seguramente que ha sido despedazado; y no le he visto más hasta el presente. Si ahora os lleváis a éste de mi lado, y le ocurre alguna desgracia, haréis bajar mis canas con dolor al seol. Así que, si yo vuelvo ahora a tu siervo, mi padre y no va con nosotros el chico cuya alma está tan ligada a la suya, ¡ Dijo el Faraón a José: Di a tus hermanos: Haced esto. Cargad vuestras bestias, y volved a la tierra de Canaán; tomad a vuestro padre y a vuestras familias, y venid a mí. Yo os daré lo mejor de la tierra de Egipto, y comeréis de lo más pingüe de la tierra. En cuanto a ti, dales esta orden: Haced esto. Tomad de la tierra de Egipto carros para vosotros, para vuestros niños y para vuestras mujeres; tomad a vuestro padre, y veníos. Que no os duela dejar vuestras cosas, porque lo mejor de la tierra de Egipto será para vosotros. Hiciéronlo así los hijos de Israel. Y José, según la orden del Faraón, les dio carros y les proveyó de víveres para el camino. A cada uno de ellos le dio un vestido para mudarse; y a Benjamín le dio trescientos siclos de plata y cinco vestidos de recambio. Asimismo le envió a su padre esto: diez asnos cargados con lo mejor de Egipto y diez asnas cargadas de trigo, pan y víveres para el viaje de su padre. Luego despidió a sus hermanos, y les dijo al partir ellos: No disputéis en el camino. Subieron, pues, de Egipto y llegaron a la tierra de Canaán, a Jacob, su padre, al que dieron la nueva, diciéndole: ¡José vive todavía, y es el que gobierna en toda la tierra de Egipto! Jacob no se inmutó, pues no los creía. Pero ellos le contaron todo lo que José les había dicho; y cuando vio los carros que le había mandado José para llevarlo, revivió el espíritu de Jacob, su padre. Entonces Israel exclamó: ¡Esto me basta! ¡Mi hijo José vive todavía! ¡Iré a verlo antes de morir! Hijos de Asen Yimná, Yisvá, Yisví, Beriá y Séraj, su hermana. Hijos de Beriá: Jéber y Malkiel. Éstos son los hijos que Zilpá, la esclava que Labán había dado a su hija Lía, dio a Jacob: dieciséis personas. Hijos de Raquel, mujer de Jacob: José y Benjamín. Y nacieron a José en la tierra de Egipto Manases y Efraím, que le dio Asenat, hija de Potifera, sacerdote de On. Hijos de Benjamín: Belá, Béker, ASbel, Guerá, Naamán, Ejí, Ros, Muppim, Juppim y Ard. Éstos son los hijos que Raquel dio a Jacob; en total, catorce personas. Hijos de Dan: Jusím. Hijos de Neftalí: Yajseel, Guní, Yéser y SiHem. Éstos son los hijos que Bilhá, la esclava que Labán había dado a su hija Raquel, dio a Jacob; en total, siete personas. El total de personas de la descendencia de Jacob que entraron con él en Egipto, sin contar las mujeres de los hijos de Jacob, fueron sesenta y seis. Los hijos que le nacieron a José en Egipto fueron dos. Todas las personas de la casa de Jacob que entraron en Egipto eran setenta. Jacob envió por delante a Judá para que se presentara a José y le previniera de que iba a llegar a Gosen; luego ellos entraron en el país de Gosen. José hizo uncir su carro, y salió hacia Gosen al encuentro de Israel, su padre. Al verlo, se echó sobre su cuello, y abrazado a su cuello, lloró largamente. Dijo Israel a José: ¡Ahora ya puedo morir, después de haber visto tu rostro, pues que vives todavía! Traían ellos sus ganados a José, y José les daba pan a cambio de caballos, de ganado menor y mayor y de asnos. Así les proveyó de pan aquel año a cambio de todos sus ganados. Acabado aquel año, presentáronse de nuevo al año siguiente y le dijeron: No se le oculta a mi señor que el dinero se ha acabado, y que la posesión del ganado ha pasado a mi señor; no queda, pues, a disposición de mi señor más que nuestros cuerpos y nuestras tierras: ¿Vamos a morir ante tus ojos, nosotros y nuestras tierras? Cómpranos, pues, a nosotros y a nuestras tierras a cambio de pan; y seremos nosotros con nuestras tierras esclavos del Faraón. Pero danos con qué sembrar, para que vivamos y no muramos, y nuestras tierras no se conviertan en un desierto. Adquirió José todas las tierras de Egipto para el Faraón, pues los egipcios le vendieron cada uno su campo, porque el hambre pesaba duramente sobre ellos. Así pasaron las tierras a ser propiedad del Faraón. En cuanto al pueblo, lo redujo a servidumbre de un extremo a otro de la tierra de Egipto. Solamente dejó de comprar las tierras de los sacerdotes; porque existía un decreto del Faraón en favor de los sacerdotes, los cuales comen de lo que les dio el Faraón por decreto, y por eso no tuvieron que vender ellos sus tierras. Dijo José al pueblo: Hoy os he comprado para el Faraón, a vosotros y a vuestras tierras. Ahí tenéis semilla para que sembréis la tierra. Pero cuando llegue el tiempo de la cosecha, entregaréis al Faraón la quinta parte; las cuatro partes restantes quedarán en vuestro poder: para sembrar, para alimento vuestro y de los que están en vuestras casas, para alimento de vuestras familias. Dijeron ellos: Tú nos has salvado la vida. Hallemos gracia a los ojos de mi señor, y seremos esclavos del Faraón. José impuso, pues, en Egipto la ley que hoy subsiste todavía, la de entregar al Faraón la quinta parte. Sólo las tierras de los sacerdotes no pasaron al poder del Faraón. Israel habitó en la tierra de Egipto, en el territorio de Gosen. Tomaron posesión de ella, fueron fecundos y se multiplicaron mucho.
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