Marcos 10, 1-42

Y partiendo de allí, viene a la región de Judea y al otro lado del Jordán; y de nuevo se reúnen en torno a él las muchedumbres y, como de costumbre, se puso a enseñarles. Se acercan a él también unos fariseos y, para tentarlo, le preguntaban si es lícito al marido despedir a su mujer. Pero él les respondió: «¿Qué es lo que Moisés os mandó?» Ellos contestaron: «Moisés permitió redactar la carta de repudio para despedirla.» Entonces les replicó Jesús: «Mirando a la dureza de vuestro corazón os escribió Moisés ese precepto. Pero desde el principio de la creación: Varón y hembra los hizo; por eso mismo dejará el hombre a su padre y a su madre, Y serán los dos una sola carne; de manera que ya no son dos, sino una sola carne. Por consiguiente, lo que Dios unió, no lo separe el hombre.» Ya en casa, nuevamente los discípulos le preguntaban sobre lo mismo. Y les dice: «El que despide a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra aquélla; y si ella misma despide a su marido y se casa con otro, comete adulterio.» Le presentaban unos niños para que los tocara; pero los discípulos los reprendieron. Cuando Jesús lo vio, lo llevó muy a mal y les dijo: «Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis; pues el reino de Dios es de los que son como ellos. Os aseguro que quien no recibe como un niño el reino de Dios no entrará en él.» Y él los abrazaba y los bendecía poniendo las manos sobre ellos. Cuando salió de camino, corrió hacia él uno que, arrodillándose ante él, le preguntaba: «Maestro bueno, ¿qué haría yo para heredar vida eterna?» Jesús le contestó: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino uno, Dios. Ya conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, no defraudarás, honra a tu padre y a tu madre.» Él le replicó: «Maestro, todas esas cosas las he cumplido desde mi juventud.» Jesús entonces, lo miró, sintió afecto por él y le dijo: «Una cosa te falta todavía: anda, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres, que así tendrás un tesoro en el cielo; ven luego y sígueme.» Ante estas palabras, al joven se le anubló el semblante y se fue lleno de tristeza, pues poseía muchos bienes. Y mirando Jesús en torno suyo, dice a sus discípulos: «¡Qué difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!» Los discípulos quedaron asombrados ante tales palabras. Pero Jesús, replicando de nuevo, les dice: «Hijos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios! Más fácil es que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de Dios.» Ellos se asombraron todavía más y decían entre sí: «¿Y quién podrá salvarse?» Fijando en ellos su mirada, dice Jesús: «Para los hombres, imposible; pero no para Dios, pues para Dios todo es posible.» Pedro se puso a decirle: «Pues mira: nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.» Respondió Jesús: «Os lo aseguro: nadie que haya dejado, por mí y por el Evangelio, casa, o hermanos, o hermanas, o madre, o padre, o hijos, o campos, dejará de recibir cien veces más ahora, en este mundo, en casas, y hermanos, y hermanas, y madres, e hijos, y campos, con persecuciones: y en el mundo venidero, vida eterna. Pues muchos primeros serán últimos, y los últimos primeros.» Iban de camino subiendo a Jerusalén. Jesús caminaba delante de ellos; ellos estaban asombrados, y los que le seguían, llenos de miedo. Y tomando de nuevo consigo a los doce, se puso a indicarles lo que luego le había de suceder: «Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, y se burlarán de él y le escupirán, lo azotaran y lo matarán; pero a los tres días resucitará.» Entonces se le acercan Santiago y Juan, los dos hijos de Zebedeo, para decirle: «Maestro, quisiéramos que nos hicieras lo que te vamos a pedir.» Él les preguntó: «¿Qué queréis que os haga?» Ellos le contestaron: «Concédenos que nos sentemos, en tu gloria, el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda.» Pero Jesús les replicó: «No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo voy a beber o de ser bautizados con el bautismo que yo voy a recibir?» Ellos respondieron: «Sí que lo somos.» Pero Jesús les dijo: «Cierto; beberéis el cáliz que yo voy a beber y seréis bautizados con el bautismo que yo voy a recibir. Pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa mía el concederlo; eso es para aquellos a quienes está preparado.» Cuando lo oyeron los otros diez, comenzaron a indignarse contra Santiago y Juan. Pero Jesús los llamó junto a sí y les dijo: «Ya sabéis que los que son tenidos por jefes de las naciones las rigen con despotismo, y que sus grandes abusan de su autoridad sobre ellas.
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