Marcos 14, 3-12

Y hallándose él en Betania, en casa de Simón el leproso, mientras estaba recostado a la mesa, vino una mujer con un frasco de alabastro, lleno de perfume de nardo auténtico muy caro; rompió el frasco y le derramó el perfume sobre la cabeza. Había algunos que entre sí comentaban indignados: «¿A qué viene este derroche de perfume? Pues podía haberse vendido este perfume por más de trescientos denarios y habérselos dado a los pobres», y severamente se lo echaban a ella en cara. Pero Jesús dijo: «Dejadla. ¿Por qué la molestáis? Ha hecho conmigo una buena obra. Porque a los pobres siempre los tenéis con vosotros, y cuando queráis les podéis hacer bien; pero a mí no me tendréis siempre. Ella hizo lo que pudo: se ha adelantado a ungir mi cuerpo para la sepultura. Os lo aseguro: Dondequiera que se predique el Evangelio por todo el mundo, se hablará también, pura recuerdo suyo, de lo que ella ha hecho.» Entonces Judas Iscariote, uno de los doce, se fue a ver a los sumos sacerdotes con miras a entregárselo. Ellos, al oírlo, se alegraron y prometieron darle dinero. Y él andaba buscando cómo entregarlo oportunamente. El primer día de los ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dicen sus discípulos: «¿Dónde quieres que vayamos a preparar para que comas la pascua?»
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