I Macabeos 4, 1-61

Gorgias emprendió la marcha de noche con cinco mil hombres y mil jinetes escogidos, con la intención de caer sobre el campamento de los judíos y derrotarlos por sorpresa. Gente de la acrópolis de Jerusalén le servía de guía. Pero lo supo Judas y salió él a su vez con sus guerreros para derrotar al ejército real que quedaba en Emaús, mientras las tropas aún estaban dispersas fuera del campamento. Gorgias llegó de noche al campamento de Judas y, al no encontrar a nadie, los estuvo buscando por los montes, pues decía: «Estos van huyendo de nosotros». Al rayar el día, apareció Judas en la llanura con tres mil hombres. Solo que no tenían escudos ni espadas como hubiesen querido. Cuando vieron el campamento de los gentiles fortificado, bien atrincherado, rodeado de la caballería y con tropas aguerridas, Judas arengó a los suyos: «No temáis su número, ni su pujanza os acobarde. Recordad cómo se salvaron nuestros antepasados en el mar Rojo, cuando el faraón los perseguía con su ejército. Clamemos ahora al Cielo, a ver si tiene piedad de nosotros, recuerda la Alianza con nuestros padres y aplasta hoy este campamento ante nosotros. Así todas las naciones reconocerán que hay quien rescata y salva a Israel». Los extranjeros alzaron los ojos y, viendo a los judíos que venían contra ellos, salieron del campamento dispuestos a luchar. Los soldados de Judas hicieron sonar la trompeta y entraron en combate. Salieron derrotados los gentiles y huyeron hacia la llanura. Todos los rezagados cayeron a filo de espada. Los de Judas los persiguieron hasta Guézer y hasta las llanuras de Idumea, Azoto y Yamnia; de ellos cayeron hasta tres mil hombres. Judas regresó con su ejército de la persecución y advirtió al pueblo: «Contened vuestros deseos de botín, que otra batalla nos amenaza; Gorgias y su ejército se encuentran cerca de nosotros en los montes. Haced frente ahora a nuestros enemigos y combatid contra ellos; después podéis haceros con el botín tranquilamente». Apenas había acabado Judas de hablar, cuando se dejó ver un destacamento que asomaba por el monte. Al ver que los suyos habían huido y que el campamento había sido incendiado, como se lo daba a entender la humareda que divisaban, se llenaron de temor; y observando además en la llanura al ejército de Judas dispuesto para el combate, huyeron todos a la tierra de los filisteos. Judas se volvió entonces al campamento para saquearlo. Recogieron mucho oro y plata, telas teñidas en púrpura roja y violeta, y muchas otras riquezas. De regreso cantaban y bendecían al Cielo: «Porque es bueno, porque es eterno su amor». En aquel día Israel experimentó una gran liberación. Los extranjeros que habían podido escapar con vida se fueron a comunicar a Lisias todo lo que había ocurrido. Al oírlos quedó consternado y abatido porque a Israel no le había sucedido lo que él quería ni las cosas habían salido como el rey se lo tenía ordenado. Así que al año siguiente, Lisias reclutó sesenta mil hombres escogidos y cinco mil jinetes para combatir contra los judíos. Llegaron a Idumea y acamparon en Bet Sur. Judas fue a su encuentro con diez mil hombres, y cuando vio aquel poderoso ejército, oró diciendo: «Bendito eres, Salvador de Israel, que quebrantaste el ímpetu de aquel gigante por mano de tu siervo David y entregaste el campamento de los filisteos en manos de Jonatán, hijo de Saúl, y de su escudero. Pon de la misma manera ese ejército en manos de tu pueblo Israel y queden avergonzados de sus infantes y de su caballería. Infúndeles miedo, disuelve la confianza que ponen en su fuerza y queden abatidos con su derrota. Hazles sucumbir bajo la espada de los que te aman y entonen himnos en tu alabanza todos los que conocen tu Nombre». Lucharon cuerpo a cuerpo y cayeron unos cinco mil hombres del ejército de Lisias. Al ver Lisias rotas sus líneas de combate y la intrepidez de los soldados de Judas, y cómo estaban resueltos a vivir o morir heroicamente, marchó a Antioquía para reclutar mercenarios con ánimo de presentarse de nuevo en Judea con fuerzas más numerosas. ° Judas y sus hermanos propusieron: «Nuestros enemigos están vencidos; subamos, pues, a purificar el santuario y a restaurarlo». Se reunió todo el ejército y subieron al monte Sión. Cuando vieron el santuario desolado, el altar profanado, las puertas quemadas, la maleza crecida en los atrios como en un bosque o en un monte cualquiera, y las dependencias derruidas, se rasgaron las vestiduras, hicieron gran duelo y se pusieron ceniza sobre sus cabezas. Cayeron rostro en tierra y, a una señal dada por las trompetas, alzaron sus clamores al Cielo. Judas dio orden a sus hombres de combatir a los de la acrópolis hasta terminar la purificación del santuario. Luego eligió sacerdotes irreprochables, observantes de la ley, que purificaron el santuario y arrojaron las piedras contaminadas a un lugar inmundo. Deliberaron sobre lo que había de hacerse con el altar de los holocaustos que estaba profanado. Con buen parecer acordaron demolerlo para que no fuese motivo de oprobio, dado que los gentiles lo habían contaminado. Así que demolieron el altar y depositaron sus piedras en el monte del templo, en un lugar conveniente, hasta que surgiera un profeta que resolviera el caso. Tomaron luego piedras sin tallar, como prescribía la ley, y construyeron un altar nuevo igual que el anterior. Restauraron el santuario y el interior del edificio y consagraron los atrios. Renovaron los utensilios sagrados y metieron en el santuario el candelabro, el altar del incienso y la mesa. Quemaron incienso sobre el altar y encendieron las lámparas del candelabro para que iluminaran el santuario. Cuando pusieron panes sobre la mesa y corrieron las cortinas, dieron fin a la obra que habían emprendido. El año ciento cuarenta y ocho, el día veinticinco del mes noveno (es decir, casleu), todos madrugaron para ofrecer un sacrificio, según la ley, en el nuevo altar de los holocaustos que habían reconstruido. Precisamente en el aniversario del día en que lo habían profanado los gentiles, lo volvieron a consagrar, cantando himnos y tocando cítaras, laúdes y timbales. Todo el pueblo se postró en tierra adorando y alabando al Cielo, que les había dado el triunfo. Durante ocho días celebraron la consagración, ofreciendo con alegría holocaustos y sacrificios de comunión y de alabanza. Decoraron la fachada del santuario con coronas de oro y escudos. Restauraron también el portal y las dependencias, poniéndoles puertas. El pueblo celebró una gran fiesta, que invalidó la profanación de los gentiles. Judas, con sus hermanos y toda la asamblea de Israel, determinó que se conmemorara anualmente la nueva consagración del altar con solemnes festejos, durante ocho días a partir del veinticinco del mes de casleu. Por aquel tiempo, levantaron en torno al monte Sión altas murallas y sólidas torres, no fuera que otra vez se presentaran los gentiles y lo pisotearan como antes. Judas puso allí una guarnición que lo defendiera. También fortificó Bet Sur para que el pueblo tuviese una fortaleza frente a Idumea.
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