I Macabeos 8, 2-12

Le contaron sus guerras y las proezas que habían realizado entre los galos: cómo los habían dominado y sometido a tributo; todo cuanto habían hecho en la región de España para apoderarse de sus minas de plata y oro, cómo se habían hecho dueños de todo el país gracias a su astucia y perseverancia, a pesar de ser un país lejano. Habían derrotado a los reyes que los habían atacado desde los confines de la tierra, aplastándolos definitivamente; los demás les pagaban tributo cada año. Habían vencido en la guerra a Filipo, a Perseo, rey de Macedonia, y a cuantos se habían aliado contra ellos, y los habían sometido. Antíoco el Grande, rey de Asia, había ido a atacarlos con ciento veinte elefantes, caballería, carros y tropas muy numerosas, y fue derrotado por ellos, lo apresaron vivo y lo obligaron, a él y a sus sucesores en el trono, a pagarles un gran tributo, a entregar rehenes y a ceder algunas de sus mejores provincias: la provincia Índica, Media y Lidia; se las quitaron para dárselas al rey Eumenes. También los de Grecia habían concebido el proyecto de ir a exterminarlos; pero los romanos, al enterarse, enviaron contra ellos a un solo general, les hicieron la guerra, mataron a muchos de ellos, llevaron cautivos a sus mujeres y niños, saquearon sus bienes, subyugaron el país, arrasaron sus fortalezas y los sometieron a servidumbre hasta el día de hoy. A los demás reinos y a las islas, a cuantos en alguna ocasión les hicieron frente, los destruyeron y redujeron a servidumbre. En cambio, a sus amigos y a los que buscan apoyo en ellos, les mantuvieron su amistad. Tienen bajo su dominio a los reyes vecinos y a los lejanos, y todos cuantos oyen su nombre los temen.
Ver contexto