II Macabeos 6, 1-17

° Poco tiempo después, el rey envió a un senador ateniense para obligar a los judíos a que abandonaran las leyes de sus padres y a que no se comportaran según las leyes divinas; también debía profanar el santuario de Jerusalén y dedicarlo a Zeus Olímpico, y el de Garizín, a Zeus Hospitalario, siguiendo la práctica de los habitantes del lugar. Este recrudecimiento del mal era penoso e insoportable, incluso para la masa de la población. Los gentiles llenaron el templo de actos de libertinaje y orgías; se divertían con meretrices, yacían con mujeres en los atrios sagrados, llegando a introducir en ellos objetos prohibidos. El altar estaba repleto de víctimas ilícitas, prohibidas por las leyes. No se podía ni celebrar el sábado, ni guardar las fiestas tradicionales, ni siquiera confesarse judío; antes bien, eran obligados con amarga violencia a la celebración mensual del nacimiento del rey con un banquete sacrificial y, cuando llegaba la fiesta de Baco, eran forzados a tomar parte de su cortejo, coronados de hiedra. Por instigación de los habitantes de Tolemaida, salió un decreto para las vecinas ciudades griegas, obligándolas a que procedieran de la misma forma contra los judíos y a que los hicieran participar en los banquetes sacrificiales, con orden de degollar a los que no adoptaran las costumbres griegas. Ya se podía entrever la calamidad inminente. Dos mujeres fueron delatadas por haber circuncidado a sus hijos; las hicieron recorrer públicamente la ciudad con los niños colgados al pecho y las precipitaron desde la muralla. Otros, que se habían reunido en cuevas próximas para celebrar a escondidas el sábado, fueron denunciados a Filipo y quemados juntos, sin que quisieran hacer nada en su defensa, por respeto a la santidad del día. Ruego a los lectores de este libro que no se desconcierten por estas desgracias; antes bien piensen que estos castigos buscan no la destrucción, sino la educación de nuestra raza; ya que es señal de gran bondad no tolerar por mucho tiempo a los impíos, sino darles pronto el castigo. Pues en el caso de las otras naciones, el Soberano difiere pacientemente el castigo hasta que lleguen a colmar la medida de sus pecados; pero en nuestro caso, decidió que no fuera así, para no castigarnos al final, cuando lleguen al colmo nuestros pecados. Por eso mismo nunca retira de nosotros su misericordia: cuando corrige con la desgracia, no está abandonando a su propio pueblo. Quede esto dicho como advertencia. Después de esta digresión, prosigamos la historia.
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