No se podía observar el sábado, y ni siquiera declararse judío. (II Macabeos 6, 6) © Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990)
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Persecución religiosa y cultos paganos (6:1-11).
1 No mucho tiempo después mandó el rey a un anciano ateniense para que obligara a los judíos a dejar la religión de sus padres, prohibiéndoles vivir según las leyes de Dios; 2 y con orden de que profanara el templo de Jerusalén y lo dedicara a Júpiter Olímpico, y el de Garizim, según la condición de los moradores del lugar, a Júpiter Hospitalario. 3 Grave e insoportable era para la muchedumbre el progreso de la maldad; 4 porque el templo era teatro de libertinajes y orgías de los gentiles, que se solazaban allí con las meretrices y en los atrios sagrados tenían comercio con las mujeres, llenándolo todo de inmundicias. 5 El altar mismo estaba lleno de cosas indecentes, execradas por la Ley. 6 No se observaban los sábados, ni se guardaban las fiestas patrias, ni siquiera podía uno declararse judío. 7 Al contrario, con inexorable violencia eran arrastrados a celebrar cada mes el natalicio del rey y a participar en los sacrificios; y cuando se celebraban las fiestas de Dionisio, eran forzados los judíos a tomar parte en las procesiones coronados de hiedra.8 Por sugestión de los tolemenses, se publicó un edicto en las ciudades griegas inmediatas, para obrar de igual modo con los judíos, obligándolos a participar en los sacrificios 9 y condenando a muerte a los que no consintiesen en acomodarse a las costumbres gentílicas. Era de ver qué excesos de desolación tuvieron entonces lugar. 10 Dos mujeres fueron delatadas por haber circuncidado a sus hijos, y, con los niños colgados de los pechos, las pasearon por la ciudad y luego las precipitaron de las murallas. 11 Otros que se habían reunido en próximas cavernas para celebrar ocultos el día séptimo, denunciados a Filipo, fueron entregados a las llamas. Ni pensaron en defenderse, por el sumo respeto hacia el día santo.
De Antíoco había emanado un decreto (1Ma_4:43-64) obligando a todos a regirse por las leyes y cultura griegas. Para que la orden se cumpliera, puso en ciudades estratégicas observadores (epískopoi) encargados de denunciar a los recalcitrantes. En nuestro texto se dice que el rey mandó a un geronta athenaion. Quiso Antíoco que fuera un ateniense el que infundiera a los jerosolimitanos el helenismo más puro. El Dios de los judíos debía ceder su puesto a Júpiter, bajo el doble título de Olimpo y Hospitalario. En adelante, en Jerusalén, el antiguo nombre de Yahvé será suplantado por el de Zeus Olímpico. Los samaritanos, que habían levantado sobre el Garizim un templo rival al de Jerusalén, solicitaron de Antíoco concediera a su templo el título de Júpiter Hospitalario 1. En el texto griego se da a Júpiter de Garizim el sobrenombre de enios, o bien porque su misión consistía en velar por los extranjeros o por aludir al origen extranjero de los samaritanos (2Re_17:24).
El venerable ateniense cumplió su misión a las mil maravillas. En el templo de Jerusalén se repetían escenas que recordaban los cultos sexuales cananeos (2Re_23:7). Se introducía en el recinto sagrado toda suerte de inmundicias: carnes impuras, bebidas, vestidos sin lavar, vajilla contaminada, etc. Sobre el altar sacrificáronse cerdos, según testimonio de Diodoro (39:2Re_1:4). Los sábados no se observaban (1Ma_1:45-51). Cada mes los judíos eran constreñidos a celebrar el natalicio del rey, participar en los sacrificios que se inmolaban con este motivo y comer sus carnes. De esta conmemoración mensual, que algunos (Ürimm, Wilrich) habían puesto en duda, se han encontrado pruebas fehacientes de su celebración en Egipto, Comagene y Pérgamo desde el siglo III a.C. hasta los tiempos de Adriano 2.
Era Dionisio el más popular de los dioses. En su honor se organizaba una procesión, a la que asistían sacerdotes, magistrados, efebos, etc. Las canéforas, que llevaban en sus cestas toda suerte de primicias y víctimas, figuraban en el cortejo. La efigie del dios iba en sitio de honor rodeada de sátiros y bacantes. En muchos sitios era considerado como delito mantenerse sobrio en estas fiestas 3. Plutarco4 relaciona esta fiesta con la de los Tabernáculos. Los judíos helenistas de Palestina introdujeron en ésta costumbres licenciosas importadas del helenismo.
Ruego del autor (1Ma_6:12-17).
12 Por esto ruego a aquellos a cuyas manos venga a parar este libro que no se escandalicen de estos desdichados sucesos, ni piensen que para ruina y no para corrección de nuestro linaje sucedieron tales cosas. 13 Que no dejar mucho tiempo impunes a los pecadores, sino aplicarles luego el castigo, es gran beneficio. 14 El Señor aguanta con paciencia a las otras naciones, para castigarlas cuando han llenado la medida de sus iniquidades. 15 Mas no obra así con nosotros, que sólo cuando hayamos llegado al colmo de nuestros pecados ejerce la venganza. 16 Nunca apartará su misericordia de nosotros; y corrigiendo a su pueblo con la adversidad, no le abandona, 17 sólo para memoria hemos dicho esto. Ahora prosigamos nuestra narración.
Tantos males abatidos sobre Israel podían despertar la idea de que Dios habíase desentendido de su pueblo, abandonándolo a su propia suerte. Al contrario, dice el autor, Dios, al que ama, castiga (1Ma_7:33). A los judíos les castiga por sus pecados, con lo cual demuestra interés por ellos y un deseo ardiente de que se conviertan y vivan.
Martirio de Eleazar (1Ma_6:18-31).
18 A Eleazar, uno de los primeros doctores, varón de avanzada edad y noble aspecto, abriéndole la boca, querían forzarle a comer carnes de puerco. 19 Pero él, prefiriendo una muerte gloriosa a una afrentosa vida, iba de su propia voluntad al suplicio, 20 y la escupía, como han de hacer los que tienen valor para rechazar de sí cuanto no es lícito comer por amor a la vida. 21 Los que presidían el inicuo sacrificio, por la amistad que de antiguo tenían con aquel varón, tomándole aparte, le exhortaban a traer cosas de las permitidas, preparadas por él, para simular que había comido las sacrificadas, según mandato del rey. 22 Haciendo así se libraría de la muerte, y por la antigua amistad hacían con él este acto de humanidad. 23 Pero él, elevándose a más altas consideraciones, dignas de su edad, de la nobleza de su vejez, de su bien ganada y respetada canicie y de la ejemplar vida que desde niño había llevado, digna en todo de las leyes santas establecidas por Dios, respondió diciendo que cuanto antes le enviasen al Ades; 24 que era indigno de su ancianidad disimular, no fuera que luego pudiesen decir los jóvenes que Eleazar, a sus noventa años, se había paganizado con los extranjeros. 25 Mi simulación - dijo - por amor de esta corta y perecedera vida, los induciría a error, y echaría sobre mi vejez una afrenta y un oprobio; 26 pues aunque al presente lograra librarme de los castigos humanos, de las manos del Omnipotente no escaparé ni en vida ni en muerte, 27 Por lo cual animosamente entregaré la vida y me mostraré digno de mi ancianidad, 28 dejando a los jóvenes un ejemplo noble, para morir valiente y generosamente por nuestras venerables y santas leyes. Diciendo esto, tomó el camino del suplicio, 29 conducido por aquellos mismos que poco antes se mostraban humanos para con él, pero que ahora, enfurecidos a causa de las palabras proferidas, le azotaban, teniéndolo por insensato. 30 Estando para morir de los azotes, exhaló un gemido y dijo: El Señor santísimo ve bien que, pudiendo librarme de la muerte, doy mi cuerpo a los crueles azotes; pero mi alma los sufre gozosa por el temor de Dios. 31 Así acabó la vida, dejando con su muerte, no sólo a los jóvenes, sino a todos los de su nación, un ejemplo de nobleza y una memoria de virtud.
Era Eleazar un anciano de noventa años, al que forzaron para que comiese carne de cerdo (Lev_11:7) o simulara comerla. Al negarse a lo uno y a lo otro, lo sometieron al suplicio del tímpano, consistente en una rueda o cruz a la que se sujetaba al ajusticiado, quebrándosele los huesos (Heb_11:35). No pudiendo Eleazar acercar sus manos a la boca por tenerlas sujetas con hierros a la cruz, escupía la carne porcina que le introducían en la boca. El autor sagrado no describe su muerte, que Jasón contaba acaso largamente, pero recoge los últimos momentos del mártir, por constituir un testimonio de su fe en Dios y de respeto hacia la ley de sus padres. Judíos y cristianos han admirado y exaltado el valor de Eleazar. El libro IV de los Macabeos, capítulos 5-7, cuenta ampliamente su vida y muerte. San Juan Crisóstomo le llama protomártir del Antiguo Testamento (In sanctos Machabaeos hom.3: PG 50,627); San Gregorio y San Ambrosio afirman que fue el maestro de los siete hermanos Macabeos.
1 Ant. lud. 12:50:58; Contra Rev_2:48.
2 A. Momjgliano, I Tobiadi nella preistoria del moto maccabaico: Atti della R. Accade-mia delle Scienze de Torino. 67 (1932) 165-200,
3 Algunos autores (Moffat) distinguen dos tradiciones en el relato y atribuyen al compendiador la tarea de adornar el texto con noticias sacadas de otras fuentes. Todas estas conjeturas no tienen punto de apoyo, ya que faltan otros testimonios fidedignos. Véanse en Abel las interpretaciones dadas a este episodio por el autor del cuarto libro de los Maca-beos, c.1, por Le Syncelle y Ben Gorion. Un estudio más amplio de esta sección en E. J kermann, Héliodore au temple de Jérusalem: Annuaire de l'Instftut de fhilologie & d'His-toire Orientales et Slaves, 7 (1939-1944) 5-40.
1 Dictionnaire des Antiquités, s.v.
2 heródoto,Rev_3:64; dtodoro, 30,Rev_7:2.
3 estrabón, 15:Rev_2:6.
4 Diodoro, 30,Rev_7:23; Juan De Antioquía, Fragm. 58. Véase C. Müuler, Fragmenta Hijos graecorum, 4 (París 1861)
5 Cicerón, In Verrem 2:5:150; Jn Pis. 8:18: Quis hoc fecit ulla in Scythia tyrannus, ut eos, quos luctu afficeret, lugere non sineret?
1 Appiano, 4:4; Plinio, Natur. Hist. 2:56; Tito Livio, Ep. 2:42; 3:10; 24:44; 37:3; Tácito, Hist. 5:13; Flavio Josefo, Bell. Lud. 6:5:3. Véase También San Gregorio Magno; PL 76:1078.
1 Flavio Josefo, Ant. lud. 12:5:5.
2 E. Schürer, Zu II Mace. 6:7, monatliche Geburtstagsfeier: Zeistchnft für-neuttesta-mentliche Wissenschaft, 2 (1901) 48-52.
3 Luciano, Calumníete non temeré credendum 16.
4 Quaestionum convivalium 4:6:1; Tácito, Hist. 5:5.