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¡Aquí estoy contra ti! -oráculo del Señor de los ejércitos- Levantaré una humareda con tus carros y la espada devorará tus cachorros; suprimiré de la tierra tus rapiñas y ya no se oirá la voz de tus mensajeros. (Nahúm  2, 14) © Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990)

La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

Asalto y conquista de Nínive. Después de anunciar la paz que se cierne sobre los pueblos, pero centrada en Judá (1s), el profeta describe, como si se tratara de una visión, el gran ajetreo bélico que precede a la caída de Nínive. Se confunden en una sola masa los atacantes y los defensores, los gritos, el tropel de caballos y carruajes. A todo el barullo se suman los gritos y los lamentos de las sacerdotisas de Istar, diosa asiria, expulsada de su ciudad. Los ejércitos asirios y con ello el poder asirio son descritos con la imagen del animal con el sumo poder entre las fieras: el león y la leona; su cueva está llena de los restos de sus presas (13). Pero la exaltación de este poder tiene como finalidad acentuar con mayor fuerza su caída (14). El Señor se ha hecho presente y ante su presencia no queda nada del esplendor y la prepotencia de Asiria; la espada y el fuego con que Asiria arrasaba a sus adversarios acabarán con ella ahora.
Sea que se trate de una predicción sobre la caída de Nínive, como piensan algunos; sea que se trate de una evocación de aquella caída, como piensan otros, el sentido del texto es llenar de ánimo el corazón de quienes pueden llegar a pensar y a creer que un imperio es inexpugnable. El profeta todavía no está en grado de explicar que este tipo de estructuras, aunque externamente poderosas y con capacidad para mantener dominado al mundo entero, lleva dentro de sí la dinamita de su propia destrucción. Eso es lo quiere decir cuando pone en boca de Dios la decisión de acabar con esta estructura opresora. Sin pretender justificar ni la violencia ni la guerra, el mensaje para hoy es una llamada a la resistencia; esto es, a resistir a la idea de que pueda haber potencias invencibles; resistir a la idea, tan bien montada, de que Dios se vale de potencias políticas que pretenden imponer al mundo una única verdad en lo político, en lo económico, en lo social y religioso; resistir a las ideologías que hacen del ser humano un objeto de consumo, un producto más del mercado; resistir a un tipo de religión que manipula a su antojo la imagen del Dios de la justicia revelado en cada evento liberador del Antiguo Testamento y revelado plenamente en Jesús. En fin, resistir a la tentación de creernos innecesarios en la ejecución del proyecto de Dios en el mundo. Se nos infundió de niños que Dios no necesita de nosotros. Pues sí, sí necesita de nosotros, no porque sea desvalido o limitado, sino porque Él mismo lo ha decidido así; su proyecto salvífico está en manos nuestras, y Él nos necesita para que mostremos a los prepotentes cuál es ese proyecto.