cuanto menos se cuenta con esa seguridad interior, tanto más grave se considera ignorar la causa del tormento. (Sabiduría 17, 13) © Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990)
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17. Las Tinieblas de Egipto.
1 Grandes e inescrutables son tus juicios, y por esto las almas en tinieblas se extraviaron. 2 Pues suponiendo los inicuos que podían dominar sobre la nación santa, quedaron presos de las tinieblas y encadenados por una larga noche, encerrados bajo sus techos, excluidos de tu eterna providencia. 3 Imaginándose poder ocultar sus secretos pecados, bajo el oscuro velo del olvido, fueron dispersados, sobrecogidos de terrible espanto y turbados por espectros. 4 Pues ni el escondrijo que los protegía los preservaba del terror y rumores aterradores les infundían espanto, y espectros tristes y de rostros tétricos se les aparecían; 5 y ninguna fuerza de fuego era capaz de dar luz, ni la llama brillante de los astros podía iluminar aquella horrenda noche. 6 Sólo les aparecía un fuego repentino y temeroso; y espantados de la visión, cuya causa no veían, juzgaban más terribles las cosas que estaban a su vista. 7 Las ilusiones del arte mágica quedaban por los suelos, afrentosa corrección para los que presumían de sabiduría. 8 Pues los que prometían expulsar los miedos y las turbaciones del alma enferma, esos mismos padecían de un miedo ridículo; 9 pues aunque nada hubiese que les pudiera infundir espanto, aterrados por el paso de los animales y el silbido de las serpientes, se morían de miedo, y ni querían mirar al aire, que por ninguna vía podían evitar. 10 La maldad es cobarde y da testimonio contra sí misma, y siempre sospecha lo más grave, perturbada por su conciencia. 11 Pues la causa del temor no es otra que la renuncia a los auxilios que proceden de la reflexión, 12 porque cuanto menor ayuda se recibe del fondo del alma, tanto mayor se cree lo desconocido que atormenta. 13 Ellos, en medio de una noche realmente impenetrable salida del fondo del insondable hades, durmieron el mismo sueño. 14 Unos eran agitados por prodigiosos fantasmas, otros desfallecidos por el abatimiento del ánimo, sorprendidos por un repentino e inesperado terror. 15 Luego, si alguno de ellos caía rendido, quedaba como encerrado en una cárcel sin cadenas. 16 El labrador o el pastor, el obrero ocupado en los trabajos del campo, sorprendidos, soportaban lo inevitable,! 17 ligados todos por una misma cadena de tinieblas. Fuera el viento que silba, o el canto suave de los pájaros entre la espesa enramada, o el rumor de las aguas que se precipitan con violencia, 18 o el estrépito horrísono de las piedras que se despeñan, o la carrera invisible de animales que retozan, o el rugido de las fieras que espantosamente rugen, o el eco que resuena en los hondos valles, todo los aterraba y los helaba de espanto. 19 Mientras todo el universo era iluminado por una brillante luz, y libremente se entregaban todos a sus trabajos, 20 sólo sobre aquéllos se extendía una densa noche, imagen de las tinieblas que a poco les aguardaban; pero ellos se eran para sí mismos más graves que las tinieblas.
El autor, en esta larga perícopa, recargando las tintas más que en las anteriores para poner más al vivo el castigo que Dios envió a los obstinados egipcios, pone contraste entre las tinieblas que sufrieron los egipcios en la novena plaga y la claridad que disfrutaron los israelitas durante esos días y el beneficio de la columna de fuego durante el camino por el desierto.
Comienza afirmando la inescrutabilidad de los juicios divinos, que son aquí las maravillosas actuaciones de la Sabiduría con los israelitas, que se dejaron guiar por ella, incomprensibles para quienes carecen de su instrucción. Privados de ella los egipcios, se extraviaron y cayeron en las mayores abominaciones. San Pablo, al concluir la perícopa sobre la incredulidad de los judíos, da una afirmación semejante que parece inspirarse en ésta 1.
No obstante las ocho plagas con que ya había castigado Dios a los egipcios, creyeron éstos que podrían retener a los israelitas y se niegan a permitir su salida. Dios les envía entonces la novena plaga: durante tres días y tres noches, las tinieblas cubrieron el país de Egipto, quedando así privados, excluidos de su providencia, que iluminaba a los israelitas con la luz natural del sol. Los comentaristas asimilan esta plaga al terrible viento khamsim, que oscurece el aire llenándolo de un polvo finísimo que penetraba hasta en los lugares más apartados.
Los egipcios creyeron poder esconder bajo la oscuridad de la noche aquellos misterios ocultos con sus orgías y obscenidades 2. Pero Dios, que ve en lo oculto, se valió para castigarlos de lo mismo que aprovechaban para sus abominaciones. Las tinieblas los dispersaron de modo que no pudieron reunirse para perpetrarlas. Lo de los espectros y rostros tétricos (v.4), dato no consignado en la narración del éxodo, que el sabio puede haber deducido del relato mismo de la plaga 3 o tomado de la tradición 4, más que apariciones objetivas, serían visiones puramente subjetivas, fruto de una imaginación terriblemente atormentada por la plaga, que invadía hasta los mismos escondrijos de las casas. La densidad de las tinieblas era tan grande, que la luz del sol y el brillo de las estrellas no podían penetrarla. El autor del éxodo dice que ninguno veía a su vecino. 5 El sabio no aclara si era producida por el khamsim, que no sólo no deja ver la luz del sol, sino que apaga cualquier otra llama con la arenilla, o si es debida a una intervención especial de Dios, que originó aquellas tinieblas insólitas, como imagen y extensión de las sombras del hades, mansión oscura por excelencia6. Posiblemente se trate del fenómeno natural aumentado por la intervención de Dios y descrito con el estilo propio de esta tercera parte.
Un fuego repentino y temeroso venía a aumentar el horror y espanto de los egipcios. Vigouroux dice que, cuando se levanta el khamsim, espesas nubes de arena fina, rojas como las llamas de un gran horno, envuelven toda la atmósfera y la abrasan como un inmenso incendio 7. Pero lo repentino parece indicar se trata más bien de relámpagos terroríficos, cuya repentina luz, iluminando los objetos, provocaba en sus mentes turbadas la sensación de visiones espectrales, que aumentaban el pánico. Los magos que pudieron imitar a Moisés en las primeras plagas, nada pudieron frente a este estado de cosas, y fueron ellos, como todos, sobrecogidos de un espanto no ridículo en sí, sino más bien legítimo, pero que los ridiculizaba ante los demás al verlos vencidos, incapaces de imitar aquel prodigio, como consiguieron hacer con los anteriores.
En aquella situación, la cosa más insignificante, el paso de los animales agitados por el hambre y las tinieblas, y sobre todo el silbido de las serpientes, que lanzarían fuertes alaridos, contribuirían a atemorizar a los egipcios, escondidos en sus escondrijos, a quienes la conciencia de sus abominaciones llevaría a sospechar en todo un nuevo castigo de Dios. El malvado es atrevido y presuntuoso mientras no hay una fuerza superior a él; pero, cuando ésta aparece en un hecho prodigioso que puede argüir una intervención del más allá, se vuelve cobarde como el que más, porque su conciencia no está tranquila. Entre todas las tribulaciones del alma humana - escribe San Agustín -, no la hay mayor que la conciencia. 8 El temor - dice el sabio - proviene de la renuncia a los auxilios que proceden de la reflexión (v.11). Esta nos enseña a descubrir la voluntad de Dios, el bien que tenemos que hacer y el mal que tenemos que evitar y las consecuencias que de lo uno y de lo otro se siguen. Sin ella fácilmente obramos mal, y luego viene el remordimiento de la conciencia, que provoca el temor. Si los egipcios hubieran reflexionado sobre las primeras plagas y reconocido el poder de Yahvé, hubieran cumplido su voluntad, permitiendo la salida de los israelitas, y se hubieran visto libres de las plagas siguientes. La ignorancia de la causa aumenta el miedo, porque se teme que en ella se encierren efectos desconocidos más graves. No conociendo los egipcios la causa del mal, lo suponen más grave de lo que en realidad es. No ignoraban, sin duda, el fenómeno anual del khamsim, pero la plaga desencadenada por Dios tenía tal furor que los ponía fuera de sí.
Los egipcios se vieron sumergidos en la más tenebrosa noche, que parecía salida del fondo del insondable hades, lugar o morada tenebrosa por excelencia, donde la claridad misma es noche oscura 9, y quedaron reducidos durante aquellos días al mismo sueño, no del descanso, sino de la más completa inactividad; sueño en que se veían sobresaltados por los fantasmas y abatidos por un continuo terror que les hacía desfallecer. Todos quedaron como encerrados en una cárcel sin cadenas (v.15), de la que no se podían mover. El que caía rendido allí tenía que permanecer como aprisionado por las tinieblas, que no le permitían moverse; el labrador o el pastor sorprendidos en pleno campo no podían, a causa de la oscuridad, regresar a sus hogares. Envueltos en aquella oscuridad y presa de aquel terror, cualquier ruido contribuía a aumentar el temor y pánico de aquella noche, desde el canto suave y lastimero de los pajarillos hasta el estrépito horrísono de piedras que se despeñaban de la cima de las casas y de lo alto de los templos, de las cumbres de las montañas...; fenómenos que tendrían lugar en las diversas partes de Egipto.
Todo el universo gozaba de la luz del día, y los habitantes se entregaban tranquila y alegremente a su trabajo; los mismos hebreos que habitaban en Gosen se vieron libres de la plaga. Sólo los que oprimieron a la nación santa fueron envueltos en aquella noche, presagio de la noche eterna que pronto les sobrevendría, a unos por la acción del ángel exterminador y a otros por las aguas del mar Rojo, y que duraría no tres días, sino toda la eternidad, y en la que el remordimiento de sus pecados les resultaría más torturante que las mismas tinieblas.
Según los Padres - concluye oportunamente Girotti -, las tinieblas de Egipto son la imagen de los pecadores que creen, como los egipcios, que podrán permanecer escondidos en la oscura noche de sus pecados. Estos son semejantes a aquellos niños que, poniendo una mano sobre sus ojos, se imaginan no ser vistos. Así, los hombres cesan de mirar a Dios y van pensando que El no los ve, como si su propia ceguera los volviese ciegos o cesase de existir la justicia porque ellos no piensen en ella. 10
1 Rom 11:33. - 2 14:23-26. - 3 Exo_10:21-23. - 4 Cf. Filón, De vita Mosis. Podría ser una descripción poética de la plaga. - 5 10:23. - 6 Cf. V.13.20; Job_10:21-22. - 7 La Bible I 4:4. - 8 In Ps. 45- - 9 Job_10:22; Job_38:17. - 10 O.c., p.337.