Ezequiel  16, 23-34

Y en el colmo de tu maldad -¡ay, ay de ti!, oráculo del Señor- te has edificado una colina y has levantado un montículo en todas las plazas. A la entrada de todos los caminos edificaste un montículo, hiciste de tu hermosura una cosa abominable y entregaste tu cuerpo a todo el que pasaba, multiplicando tus prostituciones. Te prostituiste a los egipcios, tus vecinos de cuerpo robusto, y multiplicaste tus prostituciones para provocarme. Por eso, yo extendí mi mano contra ti, Racioné tu alimento y te entregué a la avidez de tus enemigos, a las ciudades de los filisteos, avergonzadas ellas mismas de tu conducta infame. No satisfecha con esto, te prostituiste a los asirios; te prostituiste a ellos, y aún así no quedaste satisfecha. Entonces multiplicaste tus prostituciones en una tierra de comerciantes, en Caldea, pero ni siquiera con esto quedaste satisfecha. ¡Qué enloquecido estaba tu corazón -oráculo del Señor- cuando hacías todo esto, obra de una prostituta empedernida! Cuando tú edificabas una colina a la entrada de todos los caminos, y levantabas un montículo en todas las plazas, no eras como la prostituta que busca un salario. La mujer adúltera, en lugar de su marido, recibe un regalo. A todas las prostitutas se les da un regalo; tú, en cambio, dabas regalos a todos tus amantes, tú los sobornabas a fin de que acudieran a ti de todas partes para tus prostituciones. Al prostituirte, te sucedía lo contrario que a las otras mujeres: nadie corría detrás de ti, eras tú la que pagabas y nadie te pagaba a ti. ¡Hacías exactamente lo contrario!
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