¡Cuán grande es la misericordia del Señor y su piedad para los que se vuelven a El! (Eclesiástico 17, 28) © Sagrada Biblia (Nacar-Colunga, 1944)
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17. Dios, Creador del Hombre y Misericordioso.
Dios creó al hombre (17:1-8).
1 El Señor formó al hombre de la tierra. 2 Y de nuevo le hará volver a ella. 3 Le señaló un número contado de días y le dio el dominio sobre ella. Le vistió de la fortaleza a él conveniente y le hizo según su propia imagen. 4 Infundió el temor de él en toda carne y sometió a su imperio las bestias y las aves. 5 Diole lengua, ojos y oídos y un corazón inteligente. 6 Llenóle de ciencia e inteligencia y le dio a conocer el bien y el mal. 7 Le dio ojos para que viera la grandeza de sus obras, 8 para que alabara su nombre santo y pregonara la grandeza de sus obras.
Finalmente, Dios crea al hombre como rey y señor de la creación. Así como, cuando un gran señor se acerca a una ciudad, ésta se engalana para recibirle, así fueron creadas, primero que el hombre, todas las cosas, para que, dispuestas ya y ordenadas, recibieran a su rey. Lo formó del polvo de la tierra, y, perdido el don preternatural de la inmortalidad, a ella le hace volver una vez transcurrido el número de días de la vida del hombre, a que Dios ha puesto un límite, que nadie podrá traspasar l. Y lo creó a su imagen y semejanza, confiriéndole una naturaleza racional dotada de entendimiento y voluntad, dones que lo elevan muy por encima del reino animal y lo acercan a Dios. Y en esa naturaleza racional radica el poder que le ha dado sobre las cosas terrestres, cuyos profundos misterios penetra cada día más y cuyas energías va descubriendo y utilizando para su propio provecho, y el dominio sobre los mismos animales, espiritual más bien que físico, en el que es inferior a muchos de ellos, que le fue conferido el día de su creación y ratificado después del diluvio, como hermosamente expone, afirma y determina el autor del Génesis cuando dice: que os teman y de vosotros se espanten todas las fieras de la tierra y todos los ganados y todas las aves del cielo, todo cuanto sobre la tierra se arrastra y todos los peces del mar; los pongo todos en vuestro poder. Cuanto vive y se mueve os servirá de comida 2. El dominio concedido al hombre en el paraíso fue debilitado por el pecado, pero no enteramente privado de él.
Le concedió además dones singulares: ojos, para que pudiera contemplar la grandeza inmensa de las obras de la creación; inteligencia, para descubrir a través de ella al Creador y para que conociese la ciencia moral, el bien que lleva consigo la virtud y el mal que supone el pecado, y lengua, para que alabe el santo nombre de Dios, es decir, a Dios mismo 3, y cante agradecido las maravillas del universo, que creó para el hombre.
Dios da la Ley a Israel y perdona al arrepentido (17:9-20).
9 Y añadióle ciencia, dándole en posesión una Ley de vida. 10 Estableció con ellos un pacto eterno y les enseñó sus juicios. 11 Contemplaron sus ojos la grandeza de su gloria, y sus oídos oyeron su majestuosa voz, y les dijo: Guardaos de toda iniquidad. 12 Y les dio mandatos acerca de su prójimo. 13 El mira siempre sus caminos y nada se esconde a sus ojos. 14 Dio a cada nación un jefe; 15 pero Israel es la porción del Señor. l5 Todas sus obras están ante El como está el sol, y sus ojos están de continuo sobre sus caminos. 17 Sus injusticias no se le ocultan, y todos sus pecados están delante del Señor. 18 La misericordia del hombre es como sello ante El, y tiene cuenta del beneficio hecho al hombre como de la propia pupila. 19 Luego se alzará para darle su recompensa, y echará sobre la cabeza de cada uno el pago de sus obras. 20 Sin embargo, perdona a los que se arrepienten y consuela a los que pierden la esperanza.
Del hombre en general pasa Ben Sirac a los hebreos; de la ley natural, a la ley mosaica. Por el pecado original, el hombre perdió su amistad con Dios y los dones preternaturales. El Señor, en el paraíso mismo, les prometió la redención. Para llevarla a cabo escogió a Israel, con la misión de preparar los caminos al Mesías Redentor. Sobre los beneficios antes enumerados, a este pueblo Dios le dio la Ley, cuya fiel observancia le haría digno de las promesas divinas, y estableció con ellos una alianza o pacto bilateral; Dios se comprometió a llevar al pueblo a la tierra prometida, símbolo de la patria celestial, y el pueblo se comprometió al cumplimiento de los mandamientos en ella contenidos. Pacto escrito en piedra, que sería sustituido por otro escrito en los corazones de los hombres, rubricado con la sangre del Cordero inmaculado. En el monte Sinaí, los israelitas contemplaron el resplandor de la gloria de Dios y oyeron la voz del Señor, que descendió sobre la montaña en medio de una nube de fuego y una tormenta aparatosa, como queriendo inculcar al pueblo la idea de la majestad de Dios e infundirles un saludable temor que les llevase al cumplimiento de la Ley y les mantuviese alejados de la iniquidad4.
La Ley, después de los preceptos que miran al amor y reverencia debidos al Dios, se ocupa de los deberes para con el prójimo, recomendando el honor y obediencia a los padres, defendiendo de toda injusticia los bienes materiales, la fama, la mujer. En el amor al prójimo se resumen los mandamientos de la segunda tabla, Y Dios no se ha limitado a dar unos preceptos. El lo ve todo y observa la conducta de los israelitas, y, como Dios justo y omnipotente, premiará sus buenas obras y castigará las malas. La providencia de Dios se extiende a todos los pueblos; a cada nación ha dado sus príncipes para que la gobiernen. Los judíos decían que Dios los gobierna por medio de los ángeles 5, pero se reservó para sí el gobierno de la nación israelita, su pueblo escogido, dispensándole una solicitud y protección especiales y dándole leyes apropiadas a sus destinos mesiánicos6. Dios, omnisciente, ve las acciones de todas las gentes, pero sigue de un modo especial los pasos de su pueblo predilecto. Todas las ingratitudes con que respondió a las predilecciones de Dios están patentes a sus ojos como el sol al universo, que ilumina, las cuales no fueron capaces de quebrantar la fidelidad de Dios y su alianza 7. Su venganza fue una alianza más perfecta, reservada a los tiempos mesiánicos. Ve también las buenas obras, entre las que hay unas que le son singularmente gratas: las obras de misericordia, que llevan, por lo mismo, la garantía más firme de que el Señor las premiará. Jesucristo dijo consideraría como hechas a su persona tales obras y les daría bienaventuranza eterna8.
A su debido tiempo, Dios juzgará las obras de los seres humanos, y dará a cada uno según su merecido: los buenos recibirán el premio o recompensa de sus acciones; los malos, el castigo de sus pecados: recaerá sobre su cabeza su maldad, y su crimen sobre su misma frente, dice el salmista 9, si antes no se han arrepentido de sus pecados. Dios, que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva, está siempre dispuesto a perdonar al pecador arrepentido y olvidar sus pecados, e incluso socorre con su gracia y perdona a quienes, considerando su miseria y sus pecados, se sentirían tentados a caer en el desaliento y en la desesperación y perder toda esperanza en el perdón.
Conviértete y confía en el Señor (17:21-31).
21 Vuélvete al Señor y deja los pecados. 22 Suplícale y enmienda las ofensas. 23 Conviértete al Altísimo y apártate de la iniquidad, y aborrece de corazón todo lo abominable. En el hades, ¿quién alabará al Altísimo 24-25 por los vivos que le tributan alabanzas? 26 El muerto, como el que no existe, ya no alaba; 27 el vivo y el sano, ése alabará al Señor. 28¡Cuán grande es la misericordia del Señor y su piedad para los que se vuelven a El! 29 Pues no es del todo perfecto el hombre ni es inmortal el hijo del hombre. 30 ¿Qué más refulgente que el sol? Y aun él se eclipsa. ¿Cuánto más el hombre, cuya fuerza es carne y sangre? 31 El sol preside al ejército de los altos cielos, pero el hombre es polvo y ceniza.
Después de hacer mención de la misericordia de Dios para quienes se arrepienten de sus pecados, hace una apremiante exhortación a convertirse al Señor. Una conversión sincera supone la renuncia a todo pecado, que el convertido deberá aborrecer; el retorno al Señor, a quien el pecador abandonó para convertirse a las criaturas. Además, es necesaria la oración a Dios para obtener el perdón de los pecados y perseverar en la amistad divina, y preciso apartarse de los obstáculos u ocasiones que llevan al pecado. Las expresiones indican que la conversión constituye un cambio radical respecto de la precedente conducta.
Los motivos que Ben Sirac pone ante los ojos del pecador son el pensamiento del hades, en el cual ya no se alaba a Dios. El ser humano debe alabar y agradecer a Dios Creador los beneficios que le ha concedido con una vida justa, conforme a sus mandatos, sin lo cual no hay oración y sacrificio que le sean agradables. Pues bien, si no cumple en esta vida con ese deber de gratitud, en la otra no podrá cumplirlo, ya que en el hades los muertos viven en un estado de inanición o somnolencia en el que se preocupan de alabar a Dios. Ben Sirac participa de las ideas de los autores precedentes 10. Los autores de vida espiritual advierten la dificultad que para alabar a Dios se siente en los años de la vejez; exhortan a alabar a Dios en los años de la juventud, los más hermosos de la vida, a la vez que insisten en lo peligroso que es esperar a arrepentirse a la hora de la muerte. Temo - dice San Agustín - que la penitencia de un hombre enfermo sea también ella enferma. 11
Otro motivo (v.28) que debe estimular al pecador a la penitencia es la consideración de la inmensa misericordia de Dios para con los pecadores. San Pablo dice que el Hijo de Dios se asemejó en todo a los hombres a fin de hacerse pontífice misericordioso 12, y San Lucas se complace en poner de relieve con preciosas parábolas la misericordia de Dios, que encuentra una de sus causas en la flaqueza de la naturaleza humana, debilitada por el pecado original. Dios lo sabe perfectamente, y es, por lo mismo, comprensivo y misericordioso para con él. El hombre es un ser mortal, sujeto a la corrupción, inclinado a la concupiscencia, y los vicios desde su adolescencia 13. La comparación con el sol quiere poner de relieve la pequenez y debilidad del hombre: el sol, astro el más brillante a nuestros ojos, que preside el ejército de las estrellas, se eclipsa y no percibimos su luz, ¡cuánto más el hombre, que no es más que polvo por razón de su origen, ceniza por razón de su fin, compuesto de elementos tan frágiles como la carne y la sangre, destinado a la corrupción, será débil y sucumbirá ante la tentación! De ahí que todos incurrimos en pecado y necesitamos de la misericordia de Dios 14.
1 Gen_2:7; Gen_2:3.I9Í 9:1-3. - 3 Cf. Pro_18:10; Pro_18:30, Pro_18:4; R. criado, Valor hipostático del nombre divino en el A.T.: EstBíb 12 (i953); 273-316.345-376. - 4 Exo_19:11; Exo_19:20, Exo_19:18.22. - 5 Deu_32:8 (LXX); Dan 10,21; Heb 2:5. Cf. Hagkpill. L'angélologie juive a l'époque néo-testamentaire: RB (1902) 546. - 6 Exo_19:5; Deu_7:6; Deu_32:9; Isa_19:25. - 7 Rom_3:3-4. - 8 Mat_25:31-40. -Mat_9 7:17 Jer_23:19; Eze_22:31; Joe_2:2-3. - 10 Cf. 14:12-17; Isa_38:12.19; Sal_6:6; Sal_113:18. - 11 Cf. en A Lapide, o.c., t.i p.494, otros preciosos testimonios de San Basilio y San Ambrosio. - 12 Heb_2:17. - 13 Gen_8:21. - 14 1Jn_1:8. Esta es también la doctrina de los rabinos cf. Bonsirven, o.c., t