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Atiende a no ser cogido en ella, y no caerás ante quien te acecha. (Eclesiástico 28, 30) © Sagrada Biblia (Nacar-Colunga, 1944)

Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)

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28. Ira y Maledicencia.

Moderación de la Ira (28:1-14).
1 El que se venga será víctima de la venganza del Señor, que le pedirá exacta cuenta de sus pecados. 2 Perdona a tu prójimo la injuria, y tus pecados, a tus ruegos, te serán perdonados 3 ¿Guarda el hombre rencor contra el hombre, e irá a pedir perdón al Señor? 4 ¿No tiene misericordia de su semejante, y va a suplicar por sus pecados? 5 Siendo carne, guarda rencor. ¿Quién va a tener piedad de sus delitos? 6 Acuérdate de tus postrimerías y no tengas odio. 7 Y guárdate de la corrupción y de la muerte y cumple los mandamientos. 8 Acuérdate de la Ley, de la alianza del Altísimo. 9 No aborrezcas a tu prójimo y perdona las ofensas. 10 Aléjate de contiendas y aminorarás los pecados, 11 porque el hombre iracundo enciende las contiendas. El hombre pecador siembra la turbación entre amigos, y en medio de los que en paz están arroja la calumnia. 12 A tenor del combustible se enciende y se alimenta el fuego, y según el poder del hombre, así es su ira; según su riqueza crece su cólera, y se enciende según la violencia de la disputa. 13 Pez y resina avivan el fuego, y una riña violenta hace correr la sangre. 14Si soplas sobre brasas, las enciendes, y si escupes sobre ellas, las apagas; y ambas cosas proceden de tu boca.

Otro vicio opuesto a la sabiduría que puede llevar a las más desagradables y graves consecuencias en la vida familiar y social es la ira rencorosa y vengativa, cuya moderación va a recomendar el sabio basándose en elevados motivos. Después de indicar que el rencor y la cólera son vicios detestables, pasiones en que con facilidad se incurre, por lo que el pecador privado de la gracia de Dios con frecuencia se dejará dominar por ellas, advierte en seguida con claridad meridiana que Dios aplicará con el ser humano la ley del talión en lo que a misericordia y perdón se refiere. Si el ser humano perdona a su semejante, Dios, a su vez, escuchará la oración por sus pecados y se los perdonará. Pero si el hombre se venga de su prójimo, Dios lo hará víctima de su justicia divina y castigará con rigor sus pecados. Quien no perdona una falta cometida contra él, ser humano miserable, ¿cómo se atreverá - escribe Ben Sirac - a pedir perdón de sus pecados cometidos contra Dios? Esta doctrina nos recuerda la doctrina de Jesucristo en el Evangelio. En el Padrenuestro nos enseñó a pedir el perdón de nuestros pecados, poniendo por delante nuestro perdón respecto de las ofensas que nuestros prójimos nos hubieran hecho, y en otra ocasión nos advirtió que con el juicio con que juzgáremos a los demás seremos juzgados nosotros, y con la misma medida con que midiéremos, medidos 1
Acto seguido recuerda algunos motivos por los que el hombre debe perdonar a su prójimo. En primer lugar, el recuerdo de las postrimerías: acuérdate de ellas y no pecarás (v.6) 2. El pensamiento de la muerte horrible que espera al pecador y las consecuencias que los cristianos sabemos siguen a ella, serán un maravilloso resorte para no incurrir en pecado alguno y para rechazar todo odio hacia aquellos que nos ofendieron. Pero, como advierte Bossuet, no esperemos a la hora de la muerte a perdonar a nuestros enemigos... No dejemos para más tarde una cosa tan necesaria... El día de la muerte, para el cual se difieren todos los asuntos que miran a la salvación eterna, los tendrá ya bastante urgentes.3 Otro motivo por el que los israelitas han de perdonar a sus prójimos es el cumplimiento de la Ley, que así lo prescribe4. Y la Ley es la alianza que Dios ha hecho con el pueblo. Quien se mantenga fiel a sus preceptos obtendrá las recompensas en ella prometidas; pero quien traspase sus mandatos experimentará los castigos con que amenaza a los transgresores. A estos motivos, los cristianos podíamos añadir dos poderosos estímulos para perdonar: el encargo de la caridad fraterna, que Jesucristo recomendó como distintivo de sus seguidores, y su muerte en la cruz, perdonando a aquellos que le estaban dando la muerte más cruel.
Para evitar los pecados contra el prójimo o al menos aminorarlos, Ben Sirac da un sabio consejo: mantenerse alejado de las contiendas y de quienes las promueven (v.10). Es de ellas de donde suelen provenir las enemistades, los odios y rencores, que llevan a los pecados de obra contra el prójimo. Hay, por lo demás, quienes gozan sembrando cizaña y promoviendo suspicacias; iracundos que a cada momento suscitan discusiones y contiendas, cuando no verdaderas calumnias; todo lo cual turba la paz y origina enemistades aun entre los mismos amigos. Dos cosas pueden influir notablemente a excitar la ira: el poder y las riquezas. Según la clase de combustible, el fuego se enciende más o menos; según aquéllas sean superiores o inferiores, suele excitarse más la cólera. Los poderosos y los ricos suelen ser más audaces, por aquello de que el poder y el dinero han de tener siempre razón. Y las riñas encienden la ira y el odio, que puede llevar, repite una vez más el sabio, al derramamiento de sangre, como la pez y la resina avivan el fuego, que puede destruirlo todo.
Con una reflexión señala Ben Sirac la conducta que se debe seguir en las contiendas. Con la misma boca soplando sobre las brasas, las enciendes más; escupiendo sobre ellas las apagas. Cuando una contienda surge, si tu boca profiere palabras fuertes, altaneras, llenas de ira, aquélla se enciende cada vez más; pero si a la irritación respondes con palabras moderadas y suaves, calmarás su ira. En la lengua está la muerte y la vida 5.

La maledicencia (28:15-30).
15 Maldice al murmurador y al de lengua doble, porque han sido la perdición de muchos que vivían en paz. 16 La lengua maldiciente ha desterrado a muchos, y los arrojó de pueblo en pueblo. 17 Destruye las ciudades fuertes y derriba los palacios de los grandes. l8-19 La lengua calumniadora echa de casa a la mujer fuerte y la priva del fruto de su trabajo. 20 El que le da oídos no hallará reposo ni tendrá paz en su casa. 21 El golpe del azote hace cardenales, el golpe de la lengua quebranta los huesos. 22 Muchos caen al filo de la espada, pero muchos más cayeron por la lengua. 23 Feliz el que está a cubierto de ella; no es víctima de su rabia, y no tiene que soportar su yugo ni se ve preso en sus cadenas. 24 Porque su yugo es yugo de hierro, y sus cadenas son cadenas de bronce. 25 Muerte espantosa es la muerte que da, y el hades es preferible a ella; 26 pero no tendrá imperio sobre los piadosos, y éstos no arderán en sus llamas. 27 Los que abandonan al Señor caerán en ella y los abrasará sin extinguirse. Sobre ellos se arrojará como león, y como leopardo los destrozará. 28Mira de poner a tu heredad cerca de espinos. 29 y guarda bien tu plata y tu oro. Haz para tus palabras balanza y pesas, y para tu boca puerta y cerrojo. 30 Atiende a no ser cogido en ella, y no caerás ante quien te acecha.

Comienza esta sección Ben Sirac con un gesto de profunda indignación contra el murmurador, que va comentando por todas partes los defectos del prójimo, y contra el hombre falso, que por delante te alaba y por detrás te vitupera. Por su causa, muchos que vivían en la paz más armoniosa se hallan triste y amargamente distanciados, víctimas de la discordia. Los males que produce la lengua maldiciente son muy graves. A muchos ha ocasionado el destierro de su patria, haciéndoles andar errantes fuera de ella. Ha destruido ciudades al dividir con calumnias y falsedades a los ciudadanos entre sí. Muchas intrigas de palacio tuvieron su origen en maledicencias provocadas por la envidia y muchos se vieron por ellas privados del favor de los grandes 6. Hasta en lo más íntimo del hogar penetra para vengarse de la mujer virtuosa, que con su trabajo y sabia administración hizo prosperar la casa, y a quien un día su marido, dando fe a las calumnias, da el libelo de repudio 7, quedando expuesta a una vida de ignominia y tal vez de pobreza y miseria.
El sabio recomienda no dar oído a tales calumnias. Quien les hace caso no podrá conservar la paz en su casa y llegará a desconfiar hasta de sus más íntimos amigos, porque a nadie respeta el detractor. Y la acción de la calumnia es más funesta que los azotes; éstos hieren el cuerpo, y sus heridas, al cabo de unos días, han sanado; pero la calumnia hiere la fama, que no se repara tan fácilmente. Y es preciso estar alerta, porque son más los que caen víctimas de la calumnia que los que mueren al filo de la espada. A la lengua nadie es capaz de domarla; es un azote irrefrenable y está llena de mortífero veneno, dice Santiago8. Ben Sirac proclama dichoso al que por la protección de Dios se ha visto libre de sus efectos, tan difíciles de soportar como un yugo de hierro, tan difíciles de romper como cadenas de bronce 9; pues la calumnia destruye el honor, la buena fama, la estima del prójimo, y deja una vida a la que a veces es preferible el descenso en el seol por la muerte física.
Los que temen a Dios y observan una conducta intachable en el cumplimiento de su ley, se verán libres de tan detestables efectos. Si una calumnia se levanta contra ellos, se estrellará contra su reconocida probidad. Y si hallare eco entre las gentes, no tardará mucho en disiparse; más pronto o más tarde, se manifestará su inocencia. Y si en algún caso Dios permite que muera sin ver aquélla triunfante, los cristianos sabemos que en su día será revelada toda verdad y que quien se vio en la tierra privado de la gloria que por su virtud merecía, la recibirá centuplicada en el cielo. A los malos, por el contrario, la calumnia los devorará, como el león y el leopardo a su presa. Todos conocen sus maldades, y, por más que ahora se esmere en declarar su inocencia, nadie dará crédito a sus palabras.
Concluye el sabio recomendando una vigilancia estrecha sobre las palabras. Como ponemos toda clase de precauciones para mantener defendidas las propiedades, como guardamos el oro y la plata para que no puedan ser descubiertos por el enemigo, debemos ser cautos en nuestras palabras, pesándolas escrupulosamente cuando debamos hablar, y sobre todo guardando silencio cuando debemos callar. Así no daremos pie a que, basándose en nuestras palabras, nos puedan calumniar o hablar mal de nosotros.

1 Mt 7:2; 18:32. - 2 7:40. - 3 Discurso sobre la caridad fraterna p.3.a - 4 Lev_19:13.17-18. - 5 Pro_15:1; Pro_18:21. - 6 La Vulgata añade: v.18) Destruyó los ejércitos de las naciones y aniquiló gentes valerosas. - 7 Deu_24:1-4. -Deu_8 3:8. - 9 6:24-30.