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Alegría del corazón y bienestar del alma es el vino bebido a tiempo y con sobriedad. (Eclesiástico 31, 36) © Sagrada Biblia (Nacar-Colunga, 1944)

Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)

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31. Las Riquezas y los Banquetes.

Peligro de las riquezas (31:1-11).
1 El desvelarse por la riqueza consume, y la preocupación por ella aleja el sueño. 2 Los cuidados de la vida quitan el sueño, y más que una enfermedad impiden dormir. 3 El rico se fatiga por acumular riquezas, y si descansa es para saciar sus ansias de placer. 4 Fatígase el pobre por sus necesidades, y si descansa es para verse en la indigencia. 5 El que ama el oro no vivirá en justicia, y el que se va tras el dinero pecará por conseguirlo. 6 Muchos dieron en la ruina por amor del oro, y cayeron en la desgracia. 7 Es el oro un garlito para el necio, y el insensato tropieza en él. 8 Venturoso el varón irreprensible que no corre tras el oro. 9 ¿Quién es éste que le alabemos porque hizo maravillas en su pueblo? 10 ¿Quién se apegó a aquel que tuviera salud y gloria? ¿Quién pudo prevaricar y no prevaricó, hacer el mal y no lo hizo? 11 Su dicha se consolidará, y la asamblea pregonará sus alabanzas.

Introducen la perícopa los dos primeros versos, en que se constatan los efectos del ansia desmedida de riquezas y de los cuidados que por su consecución pone quien la siente. Le absorben de tal manera, que durante el día consume las energías de su espíritu y de su cuerpo con el afán y trabajo por aumentarlas, y durante la noche no es capaz de conciliar el sueño, como si fuera víctima de una enfermedad, si es que el ansia devoradora de riquezas no lo es.
Presenta en seguida (v.3-4) la diversa condición del rico y el pobre. Ambos se fatigan en su trabajo, pero por distinto motivo y diferente resultado. Aquél, por acumular riquezas, de modo que, si cesa en su trabajo, es para disfrutar de ellas *. Este, para poder cubrir con su jornal las necesidades ordinarias de la vida, que no podría atender si pretendiese tomarse unos días de reposo. Bajo este aspecto es mejor la condición del rico que la del pobre; pero aquélla lleva consigo tales peligros, que la suerte del potentado no puede ser plenamente envidiable. Peligros, en primer lugar, de orden moral, porque el amor a las riquezas fácilmente lleva a la avaricia, y sabido es cómo el avaro no retrocede ante la injusticia, y a veces ni ante el mismo crimen, para aumentarlas. Los que quieren enriquecerse - escribe San Pablo - caen en tentaciones, en muchos lazos y en muchas codicias locas 2. En segundo lugar, de orden humano, pues la experiencia dice que quien se enriqueció con injusticias, muchas veces paga con la ignominia y la cárcel, cuando no con mayores males, sus pecados. San Pablo, a las precedentes palabras citadas, añade que esas codicias hunden a los hombres en la perdición y en la ruina, porque la raíz de todos los males es la avaricia.
Finalmente, el autor constata qué difícil es encontrar un rico que no tenga su corazón apegado a las riquezas. ¿Quién es este que le alabemos, exclama alborozado Ben Sirac, porque hizo maravillas en su pueblo? (v.8). En los días en que el sabio compone su libro no había pasado todavía el Mesías por la tierra predicando los consejos evangélicos y arrancando los corazones de los bienes terrenos por el reino de los cielos. Naturalmente, si era raro encontrar quien se contentase con el dinero que venía por los cauces normales, debía de serlo mucho más dar con quien no pusiese en él su esperanza y su corazón. Un rico justo y piadoso en aquel entonces debía de ser una cosa tan rara - escribe Spicq - como un publicano honrado en tiempo de Cristo, algo así como una aparición milagrosa. 3 Preciosamente comenta dom Calmet: Una de las grandes tentaciones del hombre sobre la tierra son las riquezas. Aquel que ha sabido poseerlas sin apego, dejarlas sin tristeza o perderlas sin dolor, es en verdad perfecto y digno de una gloria eterna. Ser pobre en las riquezas, estar contento en la pobreza, estar en medio del fuego sin quemarse, en medio de los aduladores sin dejarse llevar del orgullo, en medio de las ocasiones de pecado sin sucumbir en ellas, poder hacer impunemente el mal y no hacerlo, es ciertamente el mayor de los milagros.4 Ben Sirac lo proclama bienaventurado, y asegura que tan sólida virtud reafirmará su dicha, y los hombres celebrarán su memoria en las reuniones de las asambleas.
Las riquezas, en consecuencia, que con tanta frecuencia son ocasión de faltas y pecados, pueden también ser ocasión de los más altos merecimientos. Todo depende de la actitud que cada uno adopte frente a ellas. Con razón los teólogos utilizan estos versos para probar la libertad humana: el hombre bueno puede ser malo. La liturgia los aplica, por acomodación real, a los confesores que pasaron su vida con un perfecto desprendimiento respecto de las cosas temporales.

Los banquetes. Moderación en la comida (31:12-29).
12 Hijo mío, ¿estás sentado a la mesa de un grande? No abras tu boca 13 y no digas: ¡Cuántos manjares! 14 Acuérdate de que es malo el ojo codicioso. 15 ¿Qué hay peor que el ojo codicioso? Codicia cuanto ve. 16 No tiendas la mano a cuanto veas, 17 no tropieces con tu vecino en el plato. Ten con tu vecino las atenciones que para ti deseas. 18 Piensa del prójimo por ti mismo y pon reflexión en cuanto hagas. 19 Come como un hombre lo que te sirvan y no comas vorazmente, e incurras en desprecio. 20 Sé el primero en dejar de comer por cortesía, y no te muestres insaciable, para que no te desprecien. 21 Si te sientas en medio de muchos, no extiendas el primero tu mano. 22 Con poco le basta al hombre bien criado, y así no se siente molesto en su lecho. 23 Sueño tranquilo es el del estómago no cargado; se levantará por la mañana dueño de sí. 24 Dolor, insomnio, fatiga y retortijón son la parte del intemperante. 25 Si te viste obligado a comer demasiado, levántate, pasea, y te sentirás aliviado. 26 Escúchame, hijo mío, y no me desoigas, y al fin verás confirmadas mis palabras. 27 Sé moderado en todas tus obras, y no vendrá sobre ti la enfermedad. 28 Muchos serán los que alaben al espléndido anfitrión y darán testimonio de su generosidad. 29 Pero murmurarán en la ciudad del ruin con los invitados, y darán testimonio de su tacañería.

Con frecuencia las riquezas llevan a los banquetes. Por eso el autor, después de haber advertido a sus discípulos de los peligros que entrañan y enseñado la actitud que frente a ellas deben tomar, pasa a dar unas normas de buen comportamiento en los banquetes, donde la codicia fácilmente induce a actitudes ineducadas. Comienza por los manjares. Después de unas advertencias preliminares, da un hermoso principio, del que deriva las normas de buen comportamiento, y concluye enumerando los beneficios que lleva consigo la moderación.
Advierte, ante todo, el gran dominio que es preciso tener ante los manjares exquisitos de un banquete para no dejarse llevar de la avidez. Es preciso saber reprimirla y no exteriorizarla con ciertas frases ante los comensales, y sobre todo no tender continuamente tu mano hacia los platos apetitosos, de modo que se haga encontradiza por necesidad con la de tus compañeros de mesa, lo que fácilmente podrá ocurrir en los orientales, en que todos tomaban con su mano los alimentos de un mismo plato.
Da en seguida el principio o norma que debe informar su comportamiento en el banquete ante los demás comensales: condúcete como tú quieres que se porten los demás en tu presencia. Es una aplicación del precepto del amor al prójimo establecida en el Levítico 5 y de la regla de oro que promulgaría Jesucristo en el Evangelio 6. Debes, pues, ser reflexivo y evitar toda actitud que pueda molestar a los demás comensales. Has de comer con la calma y moderación que corresponde a un ser dotado de inteligencia, no vorazmente, como los seres privados de razón. No te muestres incontinente en la mesa, de modo que hayas de comenzar el primero; espera a que lo hagan las personas más dignas, o, si te cuentas entre éstas, hazlo con un gesto que recoja la aprobación de los demás. No seas insaciable, de modo que, por haberte servido con exceso, hayas de quedarte tú solo comiendo cuando ya todos han terminado. Todas estas actitudes desagradan y molestan a quienes te acompañan en el banquete. Dom Calmet hace una observación muy a propósito para estas normas de educación humana: La cortesía - escribe - está toda ella fundada en la virtud, en la humildad, en la modestia... Los hombres virtuosos y humildes son siempre corteses, aunque las personas corteses no sean siempre humildes. Se conformaban con imitar por fuera la virtud, sin poseerla en realidad.7
Concluye recomendando la sobriedad en la comida (v.22-24). La moderación en los banquetes tiene sus ventajas: el organismo no encuentra dificultad en digerir los alimentos tomados, lo que permite un sueño tranquilo y reposado durante la noche; con ello las energías físicas se rehacen y la cabeza se encuentra al día siguiente despejada para un trabajo productivo. La salud física queda así favorecida. La intemperancia, por el contrario, al dificultar la digestión, trae consigo molestias que producen desvelos e incluso dolores durante la noche, con lo que el inmoderado paga sus excesos. Es evidente que una comida frugal favorece al cuerpo y al alma; por el contrario, el exceso en ella a uno y otra hace daño. Bien puede ocurrir que involuntariamente cometieses algún exceso llevado de condescendencias ante la insistencia de tus compañeros de mesa; para entonces Ben Sirac da el siguiente consejo: pasea un poco, con lo que ayudarás la digestión y podrás evitar las consecuencias mencionadas 8.
Termina con una apremiante exhortación a la moderación en todas las cosas por los motivos antes indicados, y constata una experiencia: los invitados agradecen y alaban al señor que se muestra generoso y espléndido para con sus invitados; murmuran, en cambio, del que se mostró tacaño para con ellos. Es una de las ocasiones en que más agrada la esplendidez y más ofende la tacañería.

Moderación en el vino (31:30-42).
30 No te hagas el valiente con el vino, porque a muchos perdió la bebida. 31 La fragua templa la obra del herrero, y el vino el corazón de los arrogantes pendenciosos. 32 El vino fortalece si se bebe con moderación. 33 ¿Qué vida es la de los que del todo carecen de vino? 34-35 Fue creado para alegría de los hombres. 36 Alegría del corazón y bienestar del alma es el vino bebido a tiempo y con sobriedad. 37-38 Dolor de cabeza, amargura e ignominia es el vino bebido con exceso, en la excitación de una contienda. 39-40 La embriaguez excita la ira y hace tropezar, quita las fuerzas y añade heridas. 41 En una reunión de bebedores no reproches a nadie, y no trates con desdén a uno mientras está ebrio. 42 No le ultrajes ni le apremies con reclamaciones.

A las normas precedentes sobre el comportamiento en los banquetes añade el sabio unas observaciones particulares acerca del vino, que se presta, como los manjares, a la intemperancia. Comienza con un dato de experiencia: la presunción de quienes hacen alarde de resistencia o aguante en el beber, exceso que reprueba, advirtiendo que llevó a muchos a la miseria económica y a la ruina moral. Y también a la manifestación de sentimientos cuya revelación después disgusta; como el fuego muestra la calidad y dureza del hierro, así en la embriaguez el hombre, perdido el control de su mente, manifiesta inconscientemente las ideas y sentimientos que alberga su interior; de ahí el dicho antiguo: In vino ventas, en el vino la verdad.
Después enumera los efectos físicos, buenos o malos, del vino, que responden al uso moderado o excesivo, respectivamente, que de él se hace. En efecto, el vino que acompaña a la comida, tomado con la debida moderación, obtiene efectos saludables: ayuda al organismo en sus funciones digestivas y fortalece con ello la salud (v.32). El vino - afirma San Juan Crisóstomo - es una óptima medicina cuando tiene una óptima medida 9. Alegra, además, el corazón, como afirma también el salmista 10.; por eso el autor de Proverbios manda darlo a los tristes y afligidos 11.
Bebido, en cambio, sin moderación, ante la excitación de una disputa o la depresión causada por disgusto - es muy humano, pero nada laudable, pretender ahogar la ira o el disgusto con el vino -, puede llevar a la embriaguez, con todas las consecuencias: pérdida del conocimiento, con la consiguiente ignominia ante los demás, que harán befa e irrisión de él, profunda amargura cuando, recobrado aquél, caiga en la cuenta de su error 12, y demás efectos conocidos, que enumera el v.4o: excitación de la ira, tropiezos y hasta caídas por haber perdido el control de la mente, las lesiones por ellas producidas y la debilitación del organismo que denota todo alcoholizado.
Termina el sabio indicando a sus discípulos la conducta que deben observar con quienes se dan al vino: en una reunión de bebedores, sobre todo si han perdido el sentido, no los reproches o ultrajes ni les vayas con exigencias; esos momentos de alegría y gozo incontrolados no son los más oportunos para hacer advertencias o escuchar reclamaciones. Además, fácilmente los ánimos, cargados de vino, se excitan, y vienen discusiones que en esas circunstancias pueden originar consecuencias fatales.

1 Luc_12:19. - 2 1Ti_6:8; Pro_28:20b. - 3 O.c., a 8-11 p.719. - 4 Citado por Spicq, ibid. -Pro_5 16:18. - 6 Mat_7:12; Mat_22:40. - 7 Citado en Spicq, a 31:12-18 p.720. - 8 El texto hebreo dice: levántate y vomita, conforme a la costumbre de los romanos, que vomunt ut edant, edunt ut vomant, costumbre no desconocida en los judíos. Cf. Schech-Ter: JoR (1900) 269. - 9 Hom. i ad populum. - 10 104:15. - 11 31.6-7; Jue_9:13; Ecl 10,19. La Vulgata, estableciendo una especie de comparación entre el abstenerse del vino y la muerte, añade al 33 el v.34: ¿Qué es lo que nos priva de la vida? La muerte. Para quienes están acostumbrados al vino - Palestina es rica en este producto -, la privación del mismo resulta intolerable. La Vulgata completa también el pensamiento del 36 con el v.37: la sobriedad es la salud del cuerpo y del alma, por lo que la recomiendan médicos y ascetas. - 12 La Vulgata insiste en el último efecto del v.38, añadiendo el 39: El vino bebido, en exceso es la amargura del alma.