I Reyes 2, 26-35

Luego dijo el rey al sacerdote Abiatar: “Vete a tus tierras de Anatot. Tú merecías la muerte, pero yo no quiero hacerte morir ahora, por haber llevado el arca de Yahvé delante de David, mi padre, y porque participaste en los trabajos de mi padre.” Echó, pues, Salomón a Abiatar para que no fuese sacerdote de Yahvé, cumpliéndose así la palabra que había pronunciado Yahvé contra la casa de Helí en Silo. Llegaron estas noticias a Joab, que había seguido el partido de Adonías, aunque no había seguido el de Absalón, y se refugió en el tabernáculo de Yahvé, cogiéndose a los cuernos del altar. Dijeron a Salomón que Joab se había refugiado en el tabernáculo de Yahvé y estaba agarrado a los cuernos del altar; y Salomón mandó decir a Joab: ¿Qué sucedió para que huyeses al altar?” Y contestó Joab: “Es que he temido de ti y me he refugiado cerca del Señor.” Y Salomón mandó a Banayas, hijo de Joyada, diciendo: “Ve y hiérele.” Llegado al tabernáculo de Yahvé, Banayas dijo a Joab: “Así habla el rey: Sal.” Pero él respondió: “No; quiero morir aquí.” Banayas llevó al rey esta respuesta, diciendo: “Esto he dicho a Joab y esto me ha contestado.” El rey dijo a Banayas: “Haz como él dice: Hiérele y sepúltale, y quita hoy de sobre mí y de sobre la casa de mi padre la sangre inocente que Joab ha derramado. Haga caer Yahvé esa sangre sobre su cabeza, pues mató a dos hombres más rectos y mejores que él, dándoles la muerte con la espada, sin que nada supiera mi padre, David: a Abner, hijo de Ner, jefe del ejército de Israel, y a Amasa, hijo de Jeter, jefe del ejército de Judá. Su sangre caerá sobre la cabeza de Joab y sobre la de sus descendientes por siempre, mientras que sobre David y su descendencia, sobre su casa y su trono, dará siempre Yahvé su paz.” Subió entonces Banayas, hijo de Joyada, y le hirió, matándole, y Joab fue sepultado en su sepulcro en el desierto. Puso el rey en su lugar, por jefe del ejército, a Banayas, hijo de Joyada, y al sacerdote Sadoe en el lugar de Abiatar.
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