I Samuel 1, 5-14

A Ana le daba solamente una porción; pues, aunque amaba mucho a Ana, Yahvé había cerrado su útero." Irritábala su rival y la exasperaba por haberla Yahvé hecho estéril. Así hacía cada año cuando subían a la casa de Yahvé, y siempre la mortificaba del mismo modo. Ana lloraba y no comía. Elcana, su marido, le decía: “Ana, ¿por qué lloras y no comes? ¿Por qué está triste tu corazón? ¿No soy yo para ti mejor que diez hijos?” Un año, después que hubieron comido y bebido en Silo, se levantó Ana. Helí, el sacerdote, estaba sentado en una silla ante la puerta del tabernáculo de Yahvé. Ella, amargada el alma, oraba a Yahvé, llorando muchas lágrimas, e hizo un voto diciendo: “¡Oh Yahvé Sebaot! si te dignas reparar en la angustia de tu esclava, y te acuerdas de mí y no te olvidas de tu esclava, y das a tu esclava hijo varón, yo lo consagraré a Yahvé por todos los días de su vida, y no tocará la navaja a su cabeza.” Mientras así oraba reiteradamente a Yahvé, Helí le estaba mirando la cara. Ana hablaba para sí, moviendo los labios, pero sin que se oyera su voz, y Helí la tomó por ebria, y le dijo: “¿Hasta cuándo te va a durar la embriaguez?; anda a que se te pase el vino.”
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