Isaías 52, 1-11

Levántate, levántate, revístete de tu fortaleza, ¡oh Sión! viste tus bellas vestiduras, Jerusalén, ciudad santa, que ya no volverá a entrar en ti incircunciso ni inmundo. Sacúdete el polvo, levántate, Jerusalén cautiva1; desata las ligaduras de tu cuello, ¡cautiva hija de Sión!" Porque así dice Yahvé: De balde fuisteis vendidos y sin precio seréis rescatados. Pues así habla el Señor, Yahvé: A Egipto bajó mi pueblo en otro tiempo para habitar allí como peregrino, y Asur lo oprimió sin razón. Y ahora ¿qué hago yo aquí, dice Yahvé, puesto que ha sido tomado gratis mi pueblo? Sus dominadores aullan, y continuamente, dice Yahvé, es blasfemado mi nombre. Por eso mi pueblo conocerá mi nombre el día que yo diga: Heme aquí. ¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la salvación, diciendo a Sión: Reina tu Dios! Escucha Tus atalayadores alzan la voz, y todos a una cantan jubilosos, porque ven con sus ojos el retorno de Yahvé a Sión. Exultad jubilosamente a una, ruinas de Jerusalén, porque se ha apiadado Yahvé de su pueblo, ha rescatado a Jerusalén. Yahvé ha desnudado su santo brazo a los ojos de todos los pueblos, y verán todos los confines de la tierra la salvación de nuestro Dios. Retiraos, retiraos, salid de allí, no toquéis nada inmundo. Salid de en medio de ella, purificaos los que lleváis los utensilios de Yahvé.
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