Levítico 21, 1-17

Yahvé dijo a Moisés: “Habla a los sacerdotes hijos de Aarón y diles que ninguno se contamine por un muerto de los de su pueblo, a no ser por próximo consanguíneo, por su madre, por su padre, por su hijo, por su hija, por su hermano, por su hermana virgen que viva con él y no se hubiere casado; por ésa puede contaminarse." Pero no por sus otros parientes, profanándose1. No se raerán la cabeza ni los lados de la barba, ni se harán incisiones en la carne. Serán santos para su Dios y no profanarán su nombre, pues son ellos los que ofrecen las combustiones de Yahvé, pan de su Dios, y han de ser santos. No tomarán mujer prostituida o deshonrada, ni desposada, ni mujer repudiada por su marido, porque el sacerdote está consagrado a su Dios. Por santo le tendrás, pues él ofrece el pan de tu Dios, y será santo para ti, porque santo soy yo, Yahvé, que lo santifico. Si la hija de un sacerdote se profana prostituyéndose, profana a su padre y será quemada en el fuego. El sumo sacerdote, de entre sus hermanos, sobre cuya cabeza se derramó el óleo de la unción, a quien se le llenó la mano para vestirse las vestiduras sagradas, no desnudará su cabeza, no rasgará su vestido, ni se acercará a ningún muerto, ni se contaminará ni por su padre ni por su madre. No se saldrá del santuario, ni profanará el santuario de su Dios, pues el óleo de la unción de su Dios es corona suya. Yo, Yahvé. Tomará virgen por mujer, no viuda, ni repudiada, ni desflorada, ni prostituida. Tomará una virgen de las de su pueblo, y no deshonrará su descendencia en medio de su pueblo, porque yo soy Yahvé, quien le santifico.” Yahvé habló a Moisés, diciendo: “Habla a Aarón y dile: Ninguno de tu estirpe, según sus generaciones, que tenga una deformidad corporal, se acercará a ofrecer el pan de su Dios.
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