INTRODUCCIÓN AL

APOCALIPSIS

    El canon bíblico del NT se cierra con el libro del Apocalipsis (= revelación), escrito por San Juan hacia el final del Imperio de Domiciano (año 95 d.C.), cuando el Apóstol se encontraba desterrado en la isla de Patmos. Que sea el apóstol Juan autor del Apocalipsis lo atestiguan San Justino, San Ireneo, Clemente de Alejandría, Tertuliano y el Canon de Muratori, es decir, toda la tradición que, desde el siglo II, lo identifica con el autor del cuarto Evangelio. El paralelismo doctrinal entre ambos libros es manifiesto, aunque difieran lógicamente en lenguaje y estilo por el género literario que en uno y otro ha empleado.

    Este último libro de la Biblia pertenece al género apocalíptico, variante derivada del género profético. Por su redacción y complejo simbolismo, puede decirse que es uno de los libros más difíciles de interpretar de toda la Sagrada Escritura. Su finalidad es eminentemente práctica: supone una serie de avisos y advertencias válidos para los hombres de todos los tiempos, ya que contempla en mirada eterna los peligros que siempre rondarán a la Iglesia, tanto externos como internos.

    Por lo que se refiere a los primeros toma como punto de partida las persecuciones que padecieron los primeros cristianos a partir del incendio de Roma, con Nerón, y que luego fueron frecuentes tanto en Roma como en toda Asia Menor, precisamente en los lugares donde con más fuerza se había consolidado el cristianismo. El peligro interno procedía de las herejías, entonces incipientes, y de las defecciones que desgarraban la unidad de la Iglesia, abonadas también por aquellos que habían perdido el fervor de su primera caridad (Apo 2:3-7). Muchos fieles pensaban que, tras la destrucción del Templo de Jerusalén (año 70) y una vez desaparecido el peligro del judaísmo, la Iglesia entraría en una era de paz, tal como lo había prometido el Señor. Pero ahora se encontraban de nuevo con las persecuciones, incluso más violentas; los obstáculos aumentaban y se hacía difícil superarlos. La pregunta era inevitable: ¿Cuándo se manifestará el Señor en favor de los suyos e implantará definitivamente su Reino?

    San Juan --inspirado por Dios-- intenta dar la respuesta. Lo primero que Dios le permite «ver» es que el triunfo del Redentor es seguro y que los fieles podrán -con Él- llamarse vencedores. Pero advierte también que la Iglesia, mientras peregrine en la tierra, será perseguida y los fieles sufrirán la misma suerte. Los poderes de las tinieblas lucharán sin descanso contra la Esposa de Cristo y, si pudieran, arrancarían de cuajo la misma fe de los creyentes. Estos, sin embargo, no han de perder la paz: la Iglesia triunfará contra sus perseguidores y, unidos a Ella, los fieles se alzarán con la victoria. En su revelación, parte San Juan del mayor enemigo que en ese momento tenía la Iglesia: el Imperio romano (= la bestia), instrumento eficaz del Dragón (= Satanás). Sin embargo, por haberse prostituido Babilonia (= Roma) no podrá triunfar: su derrota será completa (Apo 18:2 ss) y el triunfo de la Iglesia seguro (Apo 19:7).

    Esta profecía puede tomarse como eje central de todo el Apocalipsis. En torno a ella se va desvelando el plan que Dios se propuso en el desarrollo de su Iglesia. Para ello se sirve San Juan de imágenes muy afines con los profetas del AT (Ezequiel, Daniel, Zacarías) en las que se anunciaban ya estas persecuciones. Todas ellas no son sino el eco de lo que ya predijo Jesucristo cuando anunció que en el mundo tendríamos que sufrir, pero que no temiéramos porque él había vencido al mundo (Jua 16:33; Luc 18:7 ss). Entonces, como ahora, lo único que necesitan los fieles, si quieren alcanzar la victoria, es perseverar hasta el fin. Así lo prometió el Señor: «Sé fiel hasta la muerte, y te daré la corona de la vida» (Apo 2:10). Pues él vendrá pronto, y traerá consigo la recompensa, para retribuir a cada uno según sus obras (Apo 22:12).

    En una serie de imágenes de gran belleza y estilo va desarrollando San Juan, en ciclos sucesivos, el tema que ha introducido al principio. Es importante para su recta comprensión saber que el género apocalíptico emplea con profusión el simbolismo. Por medio de cosas tangibles o materiales, principalmente, se expresan realidades espirituales que superan ampliamente el pensamiento humano. Entre otras, las siguientes:

    a) Colores: el blanco, como símbolo de la victoria y de la pureza;

    - escarlata, del lujo y desenfreno;

    - rojo, de la violencia;

    - negro, de la muerte;

    - verde, de la descomposición.

    b) Números: el siete, como símbolo de totalidad o de plenitud;

    - seis, de imperfección (7-1);

    - cuatro, del mundo creado (los 4 elementos; las cuatro partes: cielo, tierra, mar y abismo; los 4 puntos cardinales);

    - mil, de una larga duración: algo grande o inabarcable.

    c) Objetos: un candelabro simboliza una Iglesia particular;

    - siete lámparas de fuego o siete ojos, los siete espíritus de Dios;

    - las siete cabezas de la Bestia, las siete colinas (las de Roma) o bien siete reyes;

    - las estrellas, los ángeles;

    - el lino, las buenas obras de los fieles.

    Aunque Jesucristo, por ser Dios, conocía el desarrollo posterior de la Iglesia, no quiso hablar nunca con abierta claridad de los acontecimientos futuros. Eso explica que eligiera, a semejanza de los Profetas, un lenguaje apocalíptico muy frecuente entonces para anunciar la destrucción del Templo y los peligros que amenazarían a los discípulos y a toda la generación que le escuchaba (cfr. Mat 24:27-30).

    Así pues, como revelación o profecía de lo que sucederá a lo largo de la historia de la Iglesia, pueden distinguirse tres partes en el Apocalipsis: la introducción (Apo 1:1-8), el cuerpo doctrinal (Apo 1:9 - Apo 22:5) y el epílogo o conclusión (Apo 22:6-21). Estos son los pasos de la parte doctrinal:

    1. Juan recibe en una visión del Redentor (Apo 1:10-11), el mandato de escribir a las siete Iglesias del Asia Menor. El contenido de las siete cartas (Apo 2:1-29Apo 3:1-22) pone de manifiesto el peligro de las incipientes herejías, el odio de los judíos (sinagoga de Satanás) y la falta de celo y auténtica caridad de algunos cristianos.

    2. En la parte central del libro, San Juan tiene una serie de visiones cuyo orden es el siguiente:

    - Trasladado al cielo, ve el trono de Dios y su corte (cap. Apo 4:1-11). Allí tiene lugar la entronización de Jesús como Redentor, bajo la figura de un Cordero «degollado» (cap. Apo 5:1-14).

    - Se realiza después la apertura por el Cordero de los siete sellos, y ve el despliegue de todas las plagas y males que abatirán a los hombres en la tierra (Apo 6:1-17 - Apo 8:1).

    - Tiene entonces lugar la visión de las siete trompetas a cuyo sonido van cayendo sobre la tierra las sucesivas plagas o castigos divinos (Apo 8:2 - Apo 11:18).

    - También ve San Juan las siete señales sobre la Encarnación del Hijo de Dios, las encarnaciones del Dragón y, por último, el juicio de Dios (Apo 11:19 - Apo 14:20).

    - Aparecen las siete copas de la ira de Dios sobre Roma (Apo 15:1-8; Apo 16:1-21), así como el anuncio de su juicio, su derrota y consecuencias (Apo 17:1 - Apo 19:21).

    - Por último, tiene lugar la profecía del milenio y la batalla contra Gog (Apo 20:1-10).

    3. El juicio final (Apo 20:11), la nueva Jerusalén y la gloria de la que disfrutarán los santos en el cielo cierran esta parte central del libro.

    Puede afirmarse, en resumen, que el mensaje del Apocalipsis es de plena esperanza, aun en medio de las pruebas que nunca faltarán a quienes permanezcan fieles a Jesucristo. Él sostiene a diario a su Iglesia, tal como lo prometió (Mat 28:20), y, con Ella, el triunfo es siempre seguro.