INTRODUCCIÓN A LA

CARTA A LOS GÁLATAS

    Al comienzo de su tercer viaje apostólico, hacia el año 53 (Hch 18:23), San Pablo pasa por Galacia con objeto de saludar a las comunidades cristianas fundadas por él en aquella región (Hch 13:1-52; Hch 14:1-28 ss.), visitadas ya anteriormente al comienzo de su segundo viaje (Hch 16:1-5). La región de Galacia a la que el Apóstol se dirige en su carta es la parte sur de la misma, esto es, Antioquía de Pisidia, Iconio, Derbe y Listra. Los gálatas habían tenido para con el Apóstol todo tipo de atenciones (Gál 4:14 s.) y, gracias a la buena disposición con que le acogieron, el fruto apostólico entre ellos había sido muy grande (Gál 5:7).

    Sin embargo, en este último viaje comprueba con sorpresa que los cristianos de esta región -procedentes en su mayoría de la gentilidad- se habían dejado seducir por unos «falsos hermanos» -judaizantes- que trataban de imponerles su doctrina. Según estos, debían someterse a las prácticas de la ley mosaica y, por tanto, también a la circuncisión.

    Quizás por no tener tiempo no pudo aclarar entonces el Apóstol estos puntos doctrinales controvertidos. Pero al llegar a Éfeso (año 53 o 54) escribe refutando dichos errores. La carta presenta al vivo el primer problema grave que tuvo que solucionar el cristianismo apenas nacido: la relación entre el Evangelio y la Ley mosaica, es decir, entre la Antigua y la Nueva Alianza.

    San Pablo no solo instruye a los gálatas rebatiendo los errores, sino que trata de convencerles de que el punto principal con el que se enfrentan es este: aceptar la doctrina mosaica significa en la práctica renunciar a la justificación ganada por Jesucristo y, por tanto, negar el valor de la Redención; supondría renunciar a la libertad para caer de nuevo en el yugo de la Ley, la esclavitud, que es tanto como rechazar la gracia y la salvación que nos vienen por la fe en Jesucristo. Si esto se aceptara, se destruiría la universalidad de la Iglesia y quedaría mutilada radicalmente la doctrina de Cristo.

    Por su parte, los judaizantes argumentaban que la ley de Moisés había sido instituida por el mismo Dios, y que Cristo no había venido a anularla sino a perfeccionarla (Mat 5:17). Llegaban incluso a invocar en su favor la autoridad de los Doce contra la de San Pablo, sin recordar -porque no las querían reconocer ni aceptar- las decisiones del concilio de Jerusalén, que ya había zanjado la cuestión según la doctrina predicada por San Pablo (Hch 15:28-29).

    La reacción del Apóstol fue inmediata. Con el celo e ímpetu que le caracterizaban, hace toda una defensa de su autoridad apostólica y denuncia el error de los judaizantes, en el que ahora muchos de ellos se encontraban. Termina diciéndoles con toda fuerza y sin ambigüedad que si se circuncidan, Cristo de nada les aprovechará (Gál 5:2).

    A partir de este principio, la doctrina de esta breve carta a los Gálatas -que recuerda la de Romanos- es muy rica y sugerente. En ella pueden destacarse los siguientes puntos:

    -Junto al reconocimiento del puesto preeminente que correspondía a San Pedro como cabeza visible de la Iglesia, la carta subraya la existencia de una única Iglesia universal, a la que se accede por el Bautismo, con unidad de doctrina y de gobierno, bajo la autoridad infalible y absoluta de los Apóstoles (Gál 1:9; Gál 2:9; etc.).

    -El tránsito del estado de pecado o de enemistad con Dios al de gracia, se alcanza solo por la fe en Cristo, quien con su muerte nos ha redimido de todo pecado, tanto del original como de los personales. Esto nos hace verdaderamente hijos de Dios, por participar de su misma vida divina, y herederos del cielo según sus promesas (Gál 3:26-27).

    -De aquí que los cristianos, tanto los procedentes del judaísmo como los de la gentilidad, son los verdaderos hijos de Abraham según el Espíritu, ya que por la fe en Cristo han sido justificados e incorporados por el Bautismo a su Iglesia, el nuevo pueblo de Dios (Gál 3:28-29).

    -Jesucristo, Dios y hombre verdadero, murió en la Cruz como representante de todos los hombres con el fin de satisfacer y merecer por los pecados de toda la humanidad (Gál 1:4).

    -Siguiendo las huellas de Jesucristo, también los cristianos han de morir a la ley vieja si quieren vivir para Dios (Gál 2:19). supone la muerte del hombre viejo que se produce por el Bautismo, lo cual permite nacer a una vida nueva, la vida de la gracia, para actuar según el Espíritu (Gál 5:25) y no bajo la Ley (Gál 5:18).

    -Sólo así se produce la verdadera libertad de los hijos de Dios; realidad que lleva al cristiano a morir a los vicios y concupiscencias de la carne para hacerse nueva criatura (Gál 6:15) y reproducir en sí mismo la vida de Cristo, de quien se sabe miembro y templo a la vez.

    -Esta nueva vida, que es la de la gracia, produce en el cristiano los frutos del Espíritu (Gál 5:22-23), contra los cuales ya no vale la Ley, sino la fe en Cristo Jesús, que actúa por medio de la caridad (Gál 5:6).