INTRODUCCIÓN AL EVANGELIO

SEGÚN SAN LUCAS

    Lucas, natural de Antioquía de Siria, es el autor inspirado del tercer Evangelio. Médico de profesión, hombre culto y perfecto conocedor del griego, fue discípulo de San Pablo tras su conversión al cristianismo desde la gentilidad. Esto sucedía hacia el año 40. Años después acompañó a San Pablo en su segundo viaje (49-53) desde Tróade hasta Filipos (Hch 16:10-37); en esta última ciudad debió de permanecer unos años, para unirse otra vez a él hacia el final de su tercer viaje (53-58). Acompañó de nuevo al Apóstol en su reclusión de Cesarea (Hch 24:23) y, posteriormente, en su accidentado viaje desde esta ciudad hasta Roma, sin abandonarle en su primer cautiverio romano (Col 4:14).

    San Lucas escribió su Evangelio, con toda seguridad, después del Mateo arameo -perdido- y del Evangelio de San Marcos, sin que pueda fijarse con exactitud la fecha de su composición. Por ser anterior a los Hechos y acabar estos con una descripción de la actividad de San Pablo al término de su primera cautividad romana (año 63), este Evangelio puede datarse como muy tarde hacia los últimos meses del 62 o comienzos del 63. De otra parte, la Iglesia sancionó de modo indiscutible la inspiración y canonicidad de este tercer Evangelio, así como su autenticidad. Por lo que se refiere a algunos aspectos particulares, ha dicho que no es lícito dudar de la inspiración y canonicidad de la narración acerca del ángel que conforta a Jesús en Getsemaní, o de la del sudor de sangre (Luc 22:43-44).

    San Lucas no fue testigo directo de la vida de Jesús. Por esto, al citar en el prólogo las fuentes de su Evangelio, se excluye de «quienes desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la palabra» (Luc 1:2), entre los cuales debió de destacar de manera singular la Santísima Virgen María. Seguramente fue ella quien le facilitó la mayor parte de la información que contienen los primeros capítulos de su Evangelio. Celoso del orden y de la cronología, San Lucas investigó cuidadosamente todo desde los orígenes (Luc 1:3), no para satisfacer una curiosidad personal o ajena, sino para enseñar a otros con rigor y profundidad lo que el Señor quería que escribiera: «la firmeza de las enseñanzas que has recibido» (Luc 1:4), es decir, la verdadera historia de nuestra salvación. Este es el contenido de su Evangelio y de los Hechos, libros que, aunque separados, constituyen una sola unidad literaria y doctrinal.

    Por lo que se refiere al estilo literario, se observa -como ya lo advirtiera San Jerónimo- que Lucas domina la lengua griega con mayor perfección gramatical que los otros evangelistas. Teniendo en cuenta que su Evangelio está dirigido a un público de procedencia gentil, evita de ordinario expresiones que pudieran chocar a sus oídos, así como algunos términos arameos, que sustituye siempre que puede por sus equivalentes griegos. Esta es la razón por la que silencia ciertos detalles que podían herir, por su crudeza, la sensibilidad de sus lectores.

    En lo doctrinal subraya San Lucas aspectos que le son muy propios. Comienza poniendo de relieve la unidad de la obra salvífica, iniciada por Dios en el Antiguo Testamento y llevada a su plenitud en el Nuevo. Por eso destaca el anuncio por Gabriel del nacimiento de Juan Bautista, a Zacarías, sacerdote que oficia en el Templo a la hora de la ofrenda del sacrificio (Luc 1:5 ss); los nombres de los personajes que aparecen como protagonistas de la escena: Zacarías (= se acordó Yahvéh), Isabel (= Dios es plenitud) y Juan (= Yahvéh es misericordioso); la misión del Precursor, que había sido ya anunciada por el profeta Malaquías (Luc 4:5-6) y es presentada ahora como hecho consumado (Luc 1:16-17); el anuncio por el mismo arcángel Gabriel de la concepción virginal de María, la llena de gracia, como Madre del Salvador, en conexión con la concepción del Bautista (Luc 1:36). Todos estos son acontecimientos que hablan de continuidad; sucesos que vinculan el pasado con el presente, la promesa con la realización. El Mesías prometido, que alimentó durante siglos la esperanza de los Patriarcas y Profetas y de todo el pueblo de Israel, es el que entra ahora en la historia de los hombres como su Salvador. Por esto no puede extrañar que la Virgen María exultara llena de gozo en Dios su Salvador (Luc 1:47) tras el saludo de su prima Isabel; que los ángeles anunciaran a los pastores una gran alegría porque «os ha nacido un salvador, que es el Cristo Señor» (Luc 2:11); o que Simeón, ya anciano, bendijera a Dios cuando a la entrada del Templo reconoce en Jesús al Salvador (Luc 2:30).

    Jesús viene para salvar a todos, su salvación es universal; ricos y pobres, sanos y enfermos, judíos y gentiles, todos están llamados a la nueva vida, ya que «todos verán la salvación de Dios» (Luc 3:6).

    Aunque San Lucas insiste en el carácter universal de la salvación, centra la actividad de Jesucristo en torno a Jerusalén. Es en esta ciudad donde comienza y acaba su Evangelio; la misma infancia de Jesús termina con la escena del Templo, en la que conversa con los doctores, dejándoles admirados con sus sabias preguntas. Toda la vida pública del Señor es, para San Lucas, un continuo caminar desde Galilea hacia Jerusalén, donde culmina su misión en este mundo con su muerte redentora. Deja para su segundo libro -los Hechos de los Apóstoles- la expansión de la Iglesia después de Pentecostés, bajo la acción poderosa del Espíritu Santo, precisamente a partir de Jerusalén.