Hechos 9, 1-43

Mientras tanto, Saulo, respirando todavía amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al sumo sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, con el fin de que si encontraba algunos seguidores de este camino, hombres o mujeres, atados, los condujese a Jerusalén. Y cuando iba de camino, al aproximarse a Damasco, de repente lo envolvió de resplandor una luz del cielo. Y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» Él respondió: «¿Quién eres, Señor?» y él: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate, entra en la ciudad y se te dirá lo que has de hacer». Los hombres que lo acompañaban se detuvieron estupefactos, pues oían la voz, pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo, y a pesar de tener los ojos abiertos, nada veía. Entonces, llevándole de la mano, lo condujeron a Damasco. Y estuvo tres días sin ver, sin comer y sin beber. Había en Damasco un discípulo llamado Ananías. El Señor le dijo en una visión: «¡Ananías!» Y él respondió: «Aquí estoy, Señor». Y el Señor a él: «Levántate y ve a la calle llamada Recta, y busca en la casa de Judas a uno de Tarso llamado Saulo, que está orando. Él ha visto que un hombre, llamado Ananías, entraba y le imponía las manos para que recobrase la vista». Pero Ananías respondió: «Señor, he oído hablar a muchos de este hombre y decir cuánto mal ha causado a tus santos en Jerusalén, y que está aquí con plenos poderes de los sumos sacerdotes para apresar a todos los que invocan tu nombre». El Señor le contestó: «Ve, porque este es para mí instrumento de elección para llevar mi nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel. Yo le mostraré cuánto habrá de padecer por mi nombre». Fue entonces Ananías, entró en la casa, e imponiéndole las manos, dijo: «Saulo, hermano, el Señor Jesús, el que se te ha aparecido en el camino por donde venías, me envía para que veas y quedes lleno del Espíritu Santo». Al instante cayeron de sus ojos como unas escamas, y recuperó la vista. Se levantó y fue bautizado; después tomó alimento y quedó reconfortado.
Estuvo unos días con los discípulos que había en Damasco, y en seguida comenzó a predicar a Jesús en las sinagogas, afirmando: «Este es el Hijo de Dios». Todos los que le escuchaban se asombraban y decían: «¿No es este el que en Jerusalén perseguía a los que invocaban ese nombre; y no ha venido aquí para esto, para llevarlos detenidos a los sumos sacerdotes?» Pero Saulo se llenaba cada vez de más fuerza y confundía a los judíos que habitaban en Damasco, afirmando que este es el Cristo. Después de bastantes días, los judíos tomaron la decisión de matarlo, pero Saulo se enteró de lo que tramaban. Vigilaban hasta las puertas de la ciudad día y noche para darle muerte. Pero sus discípulos lo tomaron y lo descolgaron de noche por la muralla en una espuerta. Al llegar a Jerusalén intentaba unirse a los discípulos; pero todos le temían, no creyendo que fuera discípulo. Entonces Bernabé lo tomó y lo llevó a los Apóstoles, y les contó cómo en el camino había visto al Señor, que le había hablado, y cómo había predicado en Damasco con valentía el nombre de Jesús. Andaba con ellos en Jerusalén, entrando y saliendo, predicando con valor el nombre del Señor. Hablaba también y disputaba con los helenistas, aunque estos intentaban darle muerte. Una vez que los hermanos lo supieron, lo condujeron a Cesarea, y de allí lo enviaron a Tarso. La Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaría; se consolidaba y caminaba en el temor de Dios, y crecía con el consuelo del Espíritu Santo. Pedro, que recorría todos los lugares, visitó también a los santos que habitaban en Lida. Y encontró allí a un hombre llamado Eneas, paralítico, postrado en una camilla desde hacía ocho años. Pedro le dijo: «Eneas, Jesucristo te cura; levántate y arregla tu lecho». Y al instante se levantó. Todos los habitantes de Lida y Sarón que lo vieron se convirtieron al Señor. Había en Jope una discípula llamada Tabita, que significa Dorcas. Era rica en buenas obras y en las limosnas que hacía. Sucedió por aquellos días que enfermó y murió. Después de lavarla, la pusieron en la estancia superior. Como Lida está cerca de Jope, al oír los discípulos que Pedro estaba allí enviaron a dos hombres que le rogaron: «No tardes en venir a nosotros». Pedro se levantó y fue con ellos. En cuanto llegó, lo condujeron a la estancia superior y le rodearon todas las viudas, llorando y mostrando las túnicas y mantos que Dorcas les hacía cuando estaba con ellas. Pedro, echando fuera a todos, se puso de rodillas y oró. Después se volvió al cadáver y dijo: «¡Tabita, levántate!» Ella abrió sus ojos y, al ver a Pedro, se incorporó. Él le dio la mano y la levantó; y llamando a los santos y a las viudas, se la presentó viva. Esto se supo en todo Jope, y muchos creyeron en el Señor. Pedro permaneció bastantes días en Jope, en casa de un curtidor llamado Simón.
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