I Corintios 7, 2-16

pero por causa de la fornicación, que el varón tenga su propia esposa, y la mujer tenga su propio marido. El marido confiera el amor debido a su esposa, y del mismo modo la esposa a su marido. La esposa no tiene autoridad sobre su propio cuerpo, sino su marido, e igualmente, tampoco el marido tiene autoridad sobre su propio cuerpo, sino su esposa. Así que no se nieguen el uno al otro, salvo por acuerdo mutuo y por un tiempo, para dedicarse al ayuno y a la oración, y después vuelvan a su intimidad conyugal, no sea que los tiente Satanás a causa del deseo de su carne. Pero digo esto para los débiles, no como un mandamiento. Pero yo quisiera que todos los hombres fueran como yo en cuanto a pureza, pero a cada uno le fue dado un don de parte de Dios, a uno de cierta manera, y a otro de otra manera. Digo, pues, a los que no tienen esposa y a las viudas, que les es mejor si se quedan como yo, pero si no resisten, cásense, porque es mejor casarse que estarse quemando por el deseo. Ahora bien, a los que tienen esposa ordeno, no yo, sino mi Señor, que la esposa no se separe de su marido, pero si se separa, permanezca sin varón, o reconcíliese con su marido, y el marido no abandone a su esposa. A los demás digo yo (no mi Señor, sino yo): Si algún hermano tiene esposa no creyente, y ella consiente en vivir con él, no se divorcie de ella; y la esposa que tiene marido que no es creyente, y él consiente en vivir con ella, no se divorcie de él, porque el marido no creyente es santificado por la esposa creyente, y la esposa no creyente es santificada por el marido creyente, ya que de otro modo sus hijos serían inmundos, mientras que ahora son limpios. No obstante, si el no creyente se divorcia, que se divorcie. En tal caso el hermano o la hermana no están sujetos, pues a paz nos llamó Dios. Porque, ¿cómo sabes tú, mujer, si harás salvo a tu marido? O tú, varón, ¿cómo sabes si harás salva a tu esposa?
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