Domingo, 16 Junio 2024

Domingo XI del Tiempo Ordinario (Año B) 3ª semana

Tipo: Festivo -

Oficio de Lecturas

V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

 INVITATORIO

Ant. Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva. Aleluya.

Salmo 99
ALEGRÍA DE LOS QUE ENTRAN EN EL TEMPLO
Los redimidos deben entonar un canto de victoria (S. Atanasio).

Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.

Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.

Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con  HIMNOs,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:

«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. 

Ant. Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva. Aleluya.

 HIMNO

Primicias son del sol de su Palabra
las luces fulgurantes de este día;
despierte el corazón, que es Dios quien llama,
y su presencia es la que ilumina.
 
Jesús es el que viene y el que pasa
en Pascua permanente entre los hombres,
resuena en cada hermano su palabra,
revive en cada vida sus amores.
 
Abrid el corazón, es él quien llama
con voces apremiantes de ternura;
venid: habla, Señor, que tu palabra
es vida y salvación de quien la escucha.
 
El día del Señor, eterna Pascua,
que nuestro corazón inquieto espera,
en ágape de amor ya nos alcanza,
solemne memorial en toda fiesta.
 
Honor y gloria al Padre que nos ama,
y al Hijo que preside esta asamblea,
cenáculo de amor le sea el alma,
su Espíritu por siempre sea en ella. Amén.

SALMODIA

Ant. 1. Día tras día, te bendeciré, Señor. Aleluya.

Salmo 144
 HIMNO A LA GRANDEZA DE DIOS
Justo eres tú, Señor, el que es y el que era (Ap 16, 5).
I

Te ensalzaré, Dios mío, mi rey;
bendeciré tu nombre por siempre jamás.
 
Día tras día, te bendeciré
y alabaré tu nombre por siempre jamás.
 
Grande es el Señor, merece toda alabanza,
es incalculable su grandeza;
una generación pondera tus obras a la otra,
y le cuenta tus hazañas.
 
Alaban ellos la gloria de tu majestad,
y yo repito tus maravillas;
encarecen ellos tus temibles proezas,
y yo narro tus grandes acciones;
difunden la memoria de tu inmensa bondad,
y aclaman tus victorias.
 
El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas.

Ant. Día tras día, te bendeciré, Señor. Aleluya.

Ant. 2. Tu reinado es un reinado perpetuo. Aleluya.

II

Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles;
que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas;
 
explicando tus hazañas a los hombres,
la gloria y majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo,
tu gobierno va de edad en edad.

Ant. Tu reinado es un reinado perpetuo. Aleluya.

Ant. 3. El Señor es fiel a sus palabras, bondadoso en todas sus acciones. Aleluya.

III

El Señor es fiel a sus palabras,
bondadoso en todas sus acciones.
El Señor sostiene a los que van a caer,
endereza a los que ya se doblan.
 
Los ojos de todos te están aguardando,
tú les das la comida a su tiempo;
abres tú la mano,
y sacias de favores a todo viviente.
 
El Señor es justo en todos sus caminos,
es bondadoso en todas sus acciones;
cerca está el Señor de los que lo invocan,
de los que lo invocan sinceramente.
 
Satisface los deseos de sus fieles,
escucha sus gritos, y los salva.
El Señor guarda a los que lo aman,
pero destruye a los malvados.
 
Pronuncie mi boca la alabanza del Señor,
todo viviente bendiga su santo nombre
por siempre jamás.

Ant. El Señor es fiel a sus palabras, bondadoso en todas sus acciones. Aleluya.

VERSÍCULO

V. Hijo mío, haz caso a mis palabras.
R. Presta oído a mis consejos.

PRIMERA LECTURA

Del libro de los Jueces 2, 6-3, 4
PANORAMA GENERAL DEL TIEMPO DE LOS JUECES

En aquellos días, Josué despidió al pueblo, y los hijos de Israel se volvieron cada uno a su heredad para ocupar la tierra. El pueblo sirvió al Señor en vida de Josué y de los ancianos que le sobrevivieron y que habían sido testigos de todas las grandes hazañas que el Señor había hecho a favor de Israel. Josué, hijo de Nun, siervo del Señor, murió a la edad de ciento diez años. Lo enterraron en el territorio que había recibido en heredad en Timnat Jeres, en la montaña de Efraím, al norte del monte Gaash. También aquella generación fue a reunirse con sus padres y les sucedió otra generación que no conocía al Señor ni lo que había hecho por Israel.
Entonces los hijos de Israel hicieron lo que desagradaba al Señor y sirvieron a los Baales. Abandonaron al Señor, el Dios de sus padres, que los había sacado de la tierra de Egipto, y siguieron a otros dioses de los pueblos de alrededor; se postraron ante ellos, irritaron al Señor, lo abandonaron y sirvieron a Baal y a Astarté. Entonces se encendió la ira del Señor contra Israel. Los puso en manos de salteadores que los despojaron, los dejó vendidos en manos de los enemigos de alrededor y no pudieron ya hacerles frente. En todas sus campañas la mano del Señor pesaba sobre ellos para hacerles daño, como el mismo Señor se lo había dicho y jurado. Y, así, los puso en gran aprieto.
Pero luego el Señor suscitó jueces que salvaron a los hijos de Israel de la mano de sus opresores. Mas tampoco escucharon ellos a sus jueces. Se prostituyeron siguiendo a otros dioses y se postraron ante ellos. Se desviaron muy pronto del camino que habían seguido sus padres, los cuales atendían a los mandamientos del Señor, y no los imitaron. Cuando el Señor les suscitaba jueces, el Señor estaba con el juez y los salvaba de la mano de sus enemigos, mientras vivía el juez, porque el Señor se conmovía ante los gemidos que proferían bajo el yugo de sus opresores. Pero, cuando moría el juez, volvían a caer y obraban todavía peor que sus padres, yéndose tras de otros dioses, sirviéndolos y postrándose ante ellos, sin renunciar en nada a las prácticas y a la conducta obstinada de sus padres.
Por ese tiempo se encendió la ira del Señor contra Israel y dijo:
«Ya que este pueblo ha quebrantado la alianza que prescribí a sus padres y no ha escuchado mi voz, tampoco yo arrojaré en adelante de su presencia a ninguno de los pueblos que dejó subsistir Josué cuando murió.»
Habían sido dejados para probar con ellos a Israel, para ver si seguían o no los caminos del Señor, como los habían seguido sus padres. Por eso dejó el Señor en paz a estos pueblos, en vez de expulsarlos en seguida, y no los puso en manos de Josué.
Éstos son los pueblos que el Señor dejó subsistir para probar con ellos a los hijos de Israel que no habían conocido ninguna de las guerras de Canaán (era sólo para que las generaciones de los hijos de Israel aprendieran el arte de la guerra; por lo menos los que no habían conocido las guerras anteriores): los cinco príncipes de los filisteos y todos los cananeos, los sidonios y los hititas del monte Líbano, desde la montaña de Baal-Hermón hasta la entrada de Jamat. Sirvieron, pues, para probar a Israel, para ver si guardaban los mandamientos que el Señor había prescrito a sus padres por medio de Moisés.

RESPONSORIO Sal 105, 40. 41. 44; Jc 2, 16

V. La ira del Señor se encendió contra su pueblo y los entregó en manos de gentiles, pero 
R. Miró su angustia, y escuchó sus gritos.
V. El Señor suscitó jueces que salvaron a los hijos de Israel de la mano de sus opresores.
R. Miró su angustia, y escuchó sus gritos.

SEGUNDA LECTURA

Del tratado de san Cipriano, obispo y mártir, sobre el Padrenuestro
(Caps. 4-6: CSEL 3, 268-270)
LA ORACIÓN HA DE SALIR DE UN CORAZÓN HUMILDE

Las palabras del que ora han de ser mesuradas y llenas de sosiego y respeto. Pensemos que estamos en la presencia de Dios. Debemos agradar a Dios con la actitud corporal y con la moderación de nuestra voz. Porque, así como es propio del falto de educación hablar a gritos, así, por el contrario, es propio del hombre respetuoso orar con un tono de voz moderado. El Señor, cuando nos adoctrina acerca de la oración, nos manda hacerla en secreto, en lugares escondidos y apartados, en nuestro mismo aposento, lo cual concuerda con nuestra fe, cuando nos enseña que Dios está presente en todas partes, que nos oye y nos ve a todos y que, con la plenitud de su majestad, penetra incluso los lugares más ocultos, tal como está escrito: ¿Soy yo Dios sólo de cerca, y no Dios de lejos? Porque uno se esconda en su escondrijo, ¿no lo voy a ver yo? ¿No lleno yo el cielo y la tierra? Y también: En todo lugar los ojos de Dios están vigilando a malos y buenos.
Y, cuando nos reunimos con los hermanos para celebrar los sagrados misterios, presididos por el sacerdote de Dios, no debemos olvidar este respeto y moderación ni ponernos a ventilar continuamente sin ton ni son nuestras peticiones, deshaciéndonos en un torrente de palabras, sino encomendarlas humildemente a Dios, ya que él escucha no las palabras, sino el corazón, ni hay que convencer a gritos a aquel que penetra nuestros pensamientos, como lo demuestran aquellas palabras suyas: ¿Por qué pensáis mal? Y en otro lugar: Así sabrán todas las Iglesias que yo soy el que escruta corazones y mentes.
De este modo oraba Ana, como leemos en el primer libro de Samuel, ya que ella no rogaba a Dios a gritos, sino de un modo silencioso y respetuoso, en lo escondido de su corazón. Su oración era oculta, pero manifiesta su fe; hablaba no con la boca, sino con el corazón, porque sabía que así el Señor la escuchaba, y, de este modo, consiguió lo que pedía, porque lo pedía con fe. Esto nos recuerda la Escritura, cuando dice: Hablaba para sí, y no se oía su voz, aunque movía los labios, y el Señor la escuchó. Leemos también en los salmos: Reflexionad en el silencio de vuestro lecho. Lo mismo nos sugiere y enseña el Espíritu Santo por boca de Jeremías, con aquellas palabras: Hay que adorarte en lo interior, Señor.
El que ora, hermanos muy amados, no debe ignorar cómo oraron el fariseo y el publicano en el templo. Este último, sin atreverse a levantar sus ojos al cielo, sin osar levantar sus manos, tanta era su humildad, se daba golpes de pecho y confesaba los pecados ocultos en su interior, implorando el auxilio de la divina misericordia, mientras que el fariseo oraba satisfecho de sí mismo; y fue justificado el publicano, porque, al orar, no puso la esperanza de la salvación en la convicción de su propia inocencia, ya que nadie es inocente, sino que oró confesando humildemente sus pecados, y aquel que perdona a los humildes escuchó su oración.

RESPONSORIO S. Benito, Regla, 19, 6-7; 2, 3

V. Pensemos cómo debemos conducirnos en la presencia de Dios y de sus ángeles, 
R. Y, que al entonar nuestros salmos de alabanza, nuestra mente concuerde con nuestra voz.
V. Para ser escuchados no hace falta la abundancia de palabras, sino un sincero arrepentimiento y pureza de corazón.
R. Y, que al entonar nuestros salmos de alabanza, nuestra mente concuerde con nuestra voz.

Si se hace una celebración más extensa de la vigilia del domingo.

 HIMNO TE DEUM

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.

A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.
 
Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
 
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
 
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.
 
Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.

A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te aclama:
 
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.
 
Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
 
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.
 
Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el reino del cielo.
 
Tú te sientas a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
 
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.

Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.
 
Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
 
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.
 
Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
 
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
 
En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

ORACIÓN

Oh Dios, fuerza de los que en ti esperan, escucha nuestras súplicas y, puesto que el hombre es frágil y sin ti nada puede, concédenos la ayuda de tu gracia, para observar tus mandamientos y agradarte con nuestros deseos y acciones. Por nuestro Señor Jesucristo.

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.  
R. Demos gracias a Dios.

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