Genesis 11 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 32 versitos |
1

La torre de Babel
Hch 2,1-11

El mundo entero hablaba la misma lengua con las mismas palabras.
2 Al emigrar de oriente, encontraron una llanura en el país de Senaar, y se establecieron allí.
3 Y se dijeron unos a otros:
– Vamos a preparar ladrillos y a cocerlos – empleando ladrillos en vez de piedras y alquitrán en vez de cemento– .
4 Y dijeron:
– Vamos a construir una ciudad y una torre que alcance al cielo, para hacernos famosos y para no dispersarnos por la superficie de la tierra.
5 El Señor bajó a ver la ciudad y la torre que estaban construyendo los hombres;
6 y se dijo:
– Son un solo pueblo con una sola lengua. Si esto no es más que el comienzo de su actividad, nada de lo que decidan hacer les resultará imposible.
7 Vamos a bajar y a confundir su lengua, de modo que uno no entienda la lengua del prójimo.
8 El Señor los dispersó por la superficie de la tierra y dejaron de construir la ciudad.
9 Por eso se llama Babel, porque allí confundió el Señor la lengua de toda la tierra, y desde allí los dispersó por la superficie de la tierra.
10

Semitas
1 Cr 1,24-27

Descendientes de Sem:
Tenía Sem cien años cuando engendró a Arfaxad, dos años después del diluvio;
11 después vivió quinientos años, y engendró hijos e hijas.
12 Tenía Arfaxad treinta y cinco años cuando engendró a Sélaj;
13 después vivió cuatrocientos tres años, y engendró hijos e hijas.
14 Tenía Sélaj treinta años cuando engendró a Héber;
15 después vivió cuatrocientos tres años, y engendró hijos e hijas.
16 Tenía Héber treinta y cuatro años cuando engendró a Péleg;
17 después vivió cuatrocientos treinta años, y engendró hijos e hijas.
18 Tenía Péleg treinta años cuando engendró a Reú;
19 después vivió doscientos nueve años, y engendró hijos e hijas.
20 Tenía Reú treinta y dos años cuando engendró a Sarug;
21 después vivió doscientos siete años, y engendró hijos e hijas.
22 Tenía Sarug treinta años cuando engendró a Najor;
23 después vivió doscientos años, y engendró hijos e hijas.
24 Tenía Najor veintinueve años cuando engendró a Téraj;
25 después vivió ciento diecinueve años, y engendró hijos e hijas.
26 Tenía Téraj setenta años cuando engendró a Abrán, Najor y Harán.
27 Descendientes de Téraj: Téraj engendró a Abrán, Najor y Harán; Harán engendró a Lot.
28 Harán murió viviendo aún su padre, Téraj, en su tierra natal, en Ur de los caldeos.
29 Abrán y Najor se casaron: la mujer de Abrán se llamaba Saray; la de Najor era Milcá, hija de Harán, padre de Milcá y Yiscá.
30 Saray era estéril y no tenía hijos.
31 Téraj tomó a Abrán, su hijo; a Lot, su nieto, hijo de Harán; a Saray, su nuera, mujer de su hijo Abrán, y con ellos salió de Ur de los caldeos en dirección a Canaán; llegado a Jarán, se estableció allí.
32 Téraj vivió doscientos cinco años y murió en Jarán.

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Introducción a Genesis

PENTATEUCO

La tradición judía y los Evangelios lo llaman Torá, o sea, Ley, Instrucción. También se llama «libro de Moisés», o «Pentateuco» en alusión a los cinco rollos o estuches donde se guardaba el texto escrito en papiro o pergamino. Por su contenido, es una historia ambiciosa que comienza con la creación del mundo y termina con la muerte de Moisés, cuya narración se ve interrumpida al acoger diversos cuerpos legales con un genérico propósito fundacional.
El Pentateuco es palabra narrativa que funda historia y con ello conciencia de pueblo, funda un patrimonio común y compartido. Es ley que crea una comunidad humana distinta y organizada. La historia es ley en cuanto sustenta y dirige la vida de un pueblo; la ley configura la historia y pertenece a ella, no es la versión mítica de un orden cósmico que está fuera del tiempo.

División del Pentateuco. La división en cinco rollos es funcional, se guía por el tema y por el tamaño; útil un tiempo para el manejo, más adelante para la cita, sin embargo, hay otras divisiones que penetran más en la naturaleza del libro, como:
1.La división en unidades, que iremos dando en sucesivas introducciones y títulos.
2.Los cuatro cuerpos o fuentes literarias que la investigación del s. XIX designó con las siglas J (Yahvista), E (Elohísta), D (Deuteronomista), y P (Sacerdotal), pertenecientes a los s. X, IX, VII y V a.C. respectivamente. Según esta hipótesis, que hoy se mantiene como la más razonable y comúnmente aceptada, el Pentateuco actual es el resultado de la fusión de estas cuatro fuentes en un relato unificado.
El autor final compone unas veces yuxtaponiendo o insertando bloques, otras, conservando duplicaciones narrativas, y finalmente, trenzando dos o más relatos en una línea continuada. Separar hoy las piezas integrantes y asignarlas una determinada fuente es tarea relativamente fácil cuando se trata de bloques, no muy difícil cuando se encuentran duplicados, cada vez más arriesgada cuando se quieren destrenzar párrafos, frases, y palabras.
3.Más adelante, la investigación descubrió que las supuestas fuentes no eran documentos originales, sino a su vez colecciones de textos previos. Las fuentes resultaban representar escuelas teológicas y literarias, ser compilaciones de textos oficiales o confluencia de tradiciones orales. La investigación se desplazó a trazar la pista evolutiva de las tradiciones precedentes o subsistentes después de la primera fijación escrita.

Género literario y autor. En cuanto al genero literario, encontramos en estos libros gran variedad: 1. Géneros narrativos como la leyenda o saga, el relato idílico, patético, humorístico, heroico, épico. 2. Leyes, códigos y listas. 3. Bendiciones, plegarias, emblemas, odas. 4. Textos cúlticos de celebración, de catequesis, de predicación.
Tal variedad de géneros produce su correspondiente variedad de estilos que puede desconcertar al lector, el cual encuentra junto a páginas maestras de narración, listas de nombres, minuciosas descripciones de instrumental litúrgico, normas extrañas, exhortaciones reiterativas. El resultado es una obra fascinadora, amena, entretenida, aburrida, pesada... Un inmenso paisaje con cumbres narrativas y barrancos polvorientos, con sendas llanas y veredas escabrosas.
Más que una obra, el Pentateuco parece una colección de piezas heterogéneas: registros de archivo, códigos legales o litúrgicos, documentos jurídicos, poemas, relatos. Con todo, la narración es el elemento importante: desde la vocación de Abrahán hasta la muerte de Moisés, fluye un relato serpenteante, accidentado y bien orientado, produciendo páginas que pertenecen a lo mejor de la literatura universal.
Es claro que el libro no tiene un autor en el sentido normal del término. Podemos pensar en Moisés como origen remoto de corrientes literarias: la corriente narrativa que cuenta los sucesos con entusiasmo religioso, la actividad legal, la corriente parenética o de exhortación. Mentalmente podemos pensar en un coro jerárquico de verdaderos autores anónimos, que a lo largo de siglos han contribuido a esta magna obra.

Mensaje religioso. El Pentateuco es uno de los libros fundamentales de nuestra fe y de la fe del pueblo judío. La convicción de que Dios es el protagonista de la historia afecta profundamente a toda la obra. Dios es quien la pone en movimiento y la dirige con su acción y más aún con su palabra; es también protagonista de la Ley, como legislador, garante y sancionador último. Pero Dios es un protagonista que actúa suscitando verdaderos protagonistas humanos: sean individuos de notable personalidad, sea el pueblo escogido como agente de una historia vivida y narrada.
Toda la obra del Pentateuco, desde la creación hasta las promesas y las alianzas, pone ya el fundamento de lo que será toda la Biblia: la revelación del amor de Dios por el ser humano. Por amor lo creó a su imagen y semejanza; por amor lo llamó a mantener una relación personal con Él, y por amor se comprometió en la historia humana, haciendo de ésta una historia de salvación: «Si el Señor se enamoró de ustedes y los eligió... fue por puro amor» ( Deu_7:7 s).


GENESIS

La tradición judía designa este primer libro de la Biblia con el nombre de «Bereshit», palabra con la cual comienza en su original hebreo. La posterior traducción a la lengua griega (s. III a.C.) lo denominó con la palabra «Génesis», y así pasó también a la lengua latina y a nuestra lengua castellana. La palabra «Génesis» significa «origen o principio».
De algún modo, corresponde al contenido del libro, ya que sus temas principales pretenden mostrarnos en un primer momento, el origen del mundo, por creación; el origen del mal, por el pecado; y el origen de la cultura, de la dispersión de los pueblos, y de la pluralidad de las lenguas. En un segundo momento, el origen de la salvación por la elección de un hombre, que será padre de un pueblo; después, la era patriarcal, como prehistoria del pueblo elegido: Abrahán, Isaac, Jacob, y también José.
Al comenzar la obra con la creación del mundo, el autor responsable de la composición actual hace subir audazmente la historia de salvación hasta el momento primordial, el principio de todo, en un intento de dar respuesta a los grandes enigmas que acosan al ser humano: el cosmos, la vida y la muerte, el bien y el mal, el individuo y la sociedad, la familia, la cultura y la religión. Tales problemas reciben una respuesta no teórica o doctrinal, sino histórica, de acontecimientos. Y de esta historia la humanidad es la responsable. Pero tal historia está soberanamente dirigida por Dios, para la salvación de toda la humanidad.

División del libro. El libro se puede dividir cómodamente en tres bloques: orígenes (1-11), ciclo patriarcal (12-36), y ciclo de José (37-50). A través de estos bloques narrativos el autor va tejiendo una historia que es al mismo tiempo su respuesta religiosa a los enigmas planteados.
El bien y el mal. Dios lo crea todo bueno (1); por la serpiente y la primera pareja humana entra el mal en el mundo (2s); el mal desarrolla su fuerza y crece hasta anegar la tierra; apenas se salva una familia (4-11). Comienza una etapa en que el bien va superando al mal, hasta que al final (50), incluso a través del mal, Dios realiza el bien. Ese bien es fundamentalmente vida y amistad con Dios.
Fraternidad. El mal en la familia humana se inaugura con un fratricidio (4) que rompe la fraternidad primordial; viene una separación de hermanos (13; 21), después una tensión que se resuelve en reconciliación (27-33); falla un intento de fratricidio (37) y lentamente se recompone la fraternidad de los doce hermanos (42-50).
Salvación. El pecado atrae calamidades, y Dios suministra medios para que se salven algunos: del diluvio, Noé en el arca (6-9); del hambre, Abrahán en Egipto (12); del incendio, Lot (19); del odio y la persecución, Jacob en Siria (28-31); de la muerte, José en Egipto (37); del hambre, sus hermanos en Egipto (41-47). Esta gravitación de los semitas hacia Egipto tiene carácter provisional hasta que se invierta la dirección del movimiento.
Muchas narraciones y personajes del Génesis han adquirido en la tradición cristiana un valor de tipos o símbolos más allá de la intención inmediata de los primeros narradores.

Historia y arqueología. La historia profana no nos suministra un cuadro donde situar los relatos del Génesis. Las eras geológicas no encajan en la semana laboral y estilizada de Gn 1. El capítulo 4 expone unos orígenes de la cultura donde surgen simultáneamente agricultores y pastores, donde la Edad del Bronce y la del Hierro se superponen, dejando entrever o sospechar una era sin metales.
Los Patriarcas tienen geografía, pero no historia (y el intento de Gn 14 no mejora la información). José está bien ambientado en Egipto, sin distinguirse por rasgos de época o dinastía.
La arqueología ha podido reunir unos cuantos datos, documentos, monumentos, pinturas, en cuyo cuadro genérico encajan bien los Patriarcas bíblicos; ese cuadro se extiende varios siglos (XIX-XVI a.C.). Hay que citar, sobre todo, los archivos de Mari (s. XVIII a.C.), los de Babilonia, testimonios de una floreciente cultura religiosa, literaria y legal, heredada en gran parte de los sumerios. Este material nos ofrece un magnífico marco cultural para leer el Génesis, aunque no ofrece un marco cronológico.
Cuando se piensa que los semitas han sucedido a los sumerios, que los amorreos (occidentales) dominan en Babilonia y desde allí en Asiria, que la cultura babilónica se transmite por medio de los hurritas al imperio indoeuropeo de los hititas, se comprende mejor lo que es la concentración narrativa del Génesis.

Mensaje religioso. Dios intervine en esta historia profundamente humana como verdadero protagonista. En muchos rasgos actúa a imagen del ser humano, pero su soberanía aparece sobre todo porque su medio ordinario de acción es la palabra. La misma palabra que dirige la vida de los Patriarcas, crea el universo con su poder.
La aparición de Dios es misteriosa e imprevisible. Es la Palabra de Dios la que establece el contacto decisivo entre el ser humano y su Dios. Como la Palabra de Dios llama e interpela a la persona libre, el hombre y la mujer quedan engranados como verdaderos autores en la historia de la salvación.
La Palabra de Dios es mandato, anuncio, promesa. El ser humano debe obedecer, creer, esperar: esta triple respuesta es el dinamismo de esta historia, tensa hacia el futuro, comprometida con la tierra y comprometida con Dios, intensamente humana y soberanamente divina.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Genesis 11,1-9La torre de Babel. Con el relato de la torre de Babel queda completado el círculo del análisis crítico que los sabios de Israel han tenido que hacer de su propia historia. En este recorrido quedan al descubierto varias claves que sirven para comprender el pasado y la acción del mal en él: el ser humano es el origen de todos los males en la historia cuando impone su egoísmo y su propio interés sobre los demás (3,1-24); los ambiciosos se asocian con otros formando grupos de poder para excluir, dominar y oprimir (4,17-24); el mismo pueblo de Israel traicionó su vocación fundamental a la vida y a su defensa (6-9); las restantes naciones, especialmente las que crecieron y se hicieron grandes, lo hicieron a costa de los más débiles (10,1-32).
Ahora se cuestiona por medio de este relato el papel de las estructuras política y religiosa en la historia. Una interpretación tradicional y simplista nos enseñó que este pasaje explica el origen de la diversidad de pueblos, culturas y lenguas como un castigo de Dios contra quienes supuestamente «hablaban una sola lengua». En realidad, el texto es más profundo de lo que parece y puede ser de gran actualidad si lo leemos a la luz de las circunstancias sociohistóricas en que se escribió. El texto hebreo no nos dice que «el mundo entero hablaba la misma lengua con las mismas palabras». Dice, literalmente, que «toda la tierra era un único labio», expresión que nos resulta un poco extraña y que los traductores han tenido que verter a las lenguas actuales para hacerla comprensible a los lectores, pero dejando de percibir la gran denuncia que plantea el texto original y la luz que arroja para la realidad que viven hoy nuestros pueblos y culturas.
En diferentes literaturas del Antiguo Oriente, los arqueólogos han hallado textos que contienen esta misma expresión y cuyo sentido es la dominación única impuesta por un solo señor, el emperador. Mencionemos sólo un testimonio arqueológico extrabíblico, el prisma de Tiglat-Pilesar (1116-1090 a.C.), que dice: «Desde el principio de mi reinado, hasta mi quinto año de gobierno, mi mano conquistó por todo 42 territorios y sus príncipes; desde la otra orilla del río Zab inferior, línea de confín, más allá de los bosques de las montañas, hasta la otra orilla del Éufrates, hasta la tierra de los hititas y el Mar del Occidente, yo los convertí en una única boca, tomé rehenes y les impuse tributos». Nótese que la expresión «una única boca» no tiene nada que ver con cuestiones de tipo idiomático, pero sí tiene que ver con el aspecto político. Se trata de la imposición por la fuerza de un mismo sistema económico, el tributario. Así pues, nuestro texto hace referencia a la realidad que vivía «el mundo entero», sometida a una única boca, esto es, a un único amo y señor, cuyo lenguaje era el de la conquista y la dominación. Todo pueblo derrotado era sometido a la voluntad del tirano: sus doncellas, violadas y reducidas a servidumbre; sus jóvenes, asesinados o esclavizados; sus instituciones, destruidas; sus líderes, desterrados o muertos; sus tierras, saqueadas; sus tesoros, robados; la población superviviente, obligada a pagar tributo anual al conquistador. Bajo esta perspectiva, nuestro texto no revela tanto un castigo de Dios cuanto su oposición a las prácticas imperialistas.
El último piso de las torres -de las que construían los conquistadores como signo de poder- estaba destinado a la divinidad. Era algo así como una cámara nupcial, completamente vacía, a la que la divinidad bajaba para unirse con el artífice de la torre. Semejante edificación no la construía cualquiera: era el símbolo de poder de un imperio. Anualmente, mediante una liturgia especial, se le hacía creer al pueblo que la divinidad descendía a la cúspide para unirse a la estructura dominante, para bendecirla. Así, los pueblos sometidos pensaban que la divinidad estaba de parte de su opresor. En realidad, se trataba de una creencia ingenua y alienante, fruto de una religión vendida al sistema.
Nuestro relato denuncia y corrige dicha creencia. El Señor desciende desde el cielo, pero no para unirse al poder que ha construido la torre; baja para destruirla y, de paso, liberar a los pueblos del sometimiento y de la servidumbre. No se trata, pues, de un castigo, sino de un acto liberador de Dios.
A la luz del profundo sentido que encierra esta historia, el creyente de hoy tiene la herramienta apropiada para releer críticamente la realidad político-religiosa que vive. Desde hace algunos años, el mundo camina hacia una forma de globalización. Pero, ¿se trata de un proyecto que de veras beneficia a todos los pueblos por igual? ¿Qué papel están jugando en este proceso las estructuras económica, política y religiosa, y al servicio de quién se encuentran? ¿De los más débiles? ¿Respeta el proyecto de globalización la identidad cultural, política, económica, religiosa y nacional de cada pueblo? El papel de la religión es decisivo, tanto en los procesos de concienciación como de alienación del pueblo, así que deberíamos utilizar este pasaje para enjuiciar la globalización actual y no tener que lamentarlo más adelante.


Genesis 11,10-32Semitas. Una vez más, la corriente sacerdotal (P) nos presenta una nueva genealogía. La intención es presentar los orígenes remotos de Abrahán, padre de los semitas. Por supuesto, se trata de un artificio literario que no se puede tomar al pie de la letra. La finalidad del relato es anticipar la historia de Abrahán y su familia y obedece por tanto a la tendencia de la corriente sacerdotal de «dotar» de un origen genealógico a sus personajes.