II Samuel  12 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 31 versitos |
1

Penitencia de David
Sal 51

El Señor envió a Natán. Entró Natán ante el rey y le dijo:
– Había dos hombres en un pueblo: uno rico y otro pobre.
2 El rico tenía muchos rebaños de ovejas y bueyes;
3 el pobre sólo tenía una oveja pequeña que había comprado; la iba criando, y ella crecía con él y con sus hijos, comiendo de su pan, bebiendo de su vaso, durmiendo en su regazo: era como una hija.
4 Llegó una visita a casa del rico, y no queriendo perder una oveja o un buey, para invitar a su huésped, tomó la oveja del pobre y convidó a su huésped.
5 David se puso furioso contra aquel hombre, y dijo a Natán:
–¡Por la vida de Dios, que el que ha hecho eso merece la muerte!
6 No quiso respetar lo del otro, pagará cuatro veces el valor de la cordera.
7 Entonces Natán dijo a David:
–¡Ese hombre eres tú! Así dice el Señor, Dios de Israel: Yo te ungí rey de Israel, te libré de Saúl,
8 te di la hija de tu señor, puse en tus brazos sus mujeres, te di la casa de Israel y Judá, y por si fuera poco te añadiré otros favores.
9 ¿Por qué te has burlado del Señor haciendo lo que él reprueba? Has asesinado a Urías, el hitita, para casarte con su mujer matándolo a él con la espada amonita.
10 Por eso, la espada no se apartará jamás de tu casa, por haberte burlado de mí casándote con la mujer de Urías, el hitita.
11 Así dice el Señor: Yo haré que de tu propia casa nazca tu desgracia; te arrebataré tus mujeres y ante tus ojos se las daré a otro, que se acostará con ellas a la luz del sol que nos alumbra.
12 Tú lo hiciste a escondidas, yo lo haré ante todo Israel, en pleno día.
13 David dijo a Natán:
–¡He pecado contra el Señor!
Natán le respondió:
– El Señor ya ha perdonado tu pecado, no morirás.
14 Pero por haber despreciado al Señor con lo que has hecho, el hijo que te ha nacido morirá.
15 Natán marchó a su casa.
El Señor hirió al niño que la mujer de Urías había dado a David, y cayó gravemente enfermo.
16 David pidió a Dios por el niño, prolongó su ayuno y de noche se acostaba en el suelo.
17 Los ancianos de su casa intentaron levantarlo, pero él se negó, ni quiso comer nada con ellos.
18 El séptimo día murió el niño. Los cortesanos de David temieron darle la noticia de que había muerto el niño, porque se decían:
– Si cuando el niño estaba vivo le hablábamos al rey y no atendía a lo que decíamos, ¿cómo le decimos ahora que ha muerto el niño? ¡Hará un disparate!
19 David notó que sus cortesanos andaban cuchicheando y adivinó que había muerto el niño. Les preguntó:
–¿Ha muerto el niño?
Ellos dijeron:
– Sí.
Entonces David se levantó del suelo,
20 se bañó y se cambió; fue al templo a adorar al Señor; luego fue a palacio, pidió la comida, se la sirvieron y comió.
21 Sus cortesanos le dijeron:
–¿Qué manera es ésta de proceder? ¡Ayunabas y llorabas por el niño cuando estaba vivo, y en cuanto ha muerto te levantas y te pones a comer!
22 David respondió:
– Mientras el niño estaba vivo ayuné y lloré, pensando que quizá el Señor se apiadaría de mí y el niño se sanaría.
23 Pero ahora ha muerto, ¿qué saco con ayunar? ¿Podré hacerlo volver? Soy yo quien irá donde él, él no volverá a mí.
24 Luego consoló a su mujer, Betsabé, fue y se acostó con ella. Betsabé dio a luz un hijo, y David le puso el nombre de Salomón; el Señor lo amó,
25 y envió al profeta Natán, que le puso el nombre de Yedidías por orden del Señor.
26 Mientras tanto, Joab había atacado a la capital de los amonitas y se había apoderado de ella.
27 Despachó unos mensajeros que dijeran a David:
– He atacado Rabá. He conquistado el barrio de los aljibes.
28 Moviliza a los reservistas, acampa contra la fortaleza y ocúpala tú; si no, la conquistaré yo y le pondrán mi nombre.
29 David llamó a filas a los reservistas, marchó a Rabá, la atacó y la conquistó.
30 Le quitó al dios Milcom la corona – que pesaba treinta kilos de oro– , con una piedra preciosa que David puso en su diadema, y se llevó un botín inmenso de la ciudad.
31 Hizo salir a todos los habitantes y los puso a trabajar con sierras, escoplos y hachas, y a trabajar en los hornos de ladrillos. Hizo lo mismo con todas las poblaciones de los amonitas. Después David volvió a Jerusalén con todo el ejército.

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Introducción a II Samuel 

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Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

II Samuel  12,1-31Penitencia de David. Cuando los hombres callan, la Palabra de Dios se alza para acusar. Quizás corrían por Jerusalén comentarios maliciosos, reprobatorios o indulgentes de la conducta real. El autor no recoge la voz del pueblo. Lo más grave es que la conciencia de David también calla. Al profeta que pronunció la promesa dinástica, le toca ahora pronunciar la acusación y condena, en nombre de Dios. Es encargo arriesgado, y el profeta prepara el oráculo con una parábola. El primer verbo es «mandar»: el Señor toma la iniciativa. La parábola es breve y eficaz. Todo es anónimo, reducido a tipos elementales: el hombre rico, el hombre pobre, el hombre viajante; anónima es la ciudad. A la oposición de los personajes se añade la del desarrollo: el rico simplemente tiene, el pobre cuida, atiende, convive; lo que en uno es relación de posesión, en el otro es relación casi personal -y por aquí se hace transparente la parábola-. Tres palabras miran al capítulo precedente: comía, bebía, se acostaba. David escucha la parábola como un caso que él tiene que sentenciar con su autoridad suprema, y lo sentencia sin preguntar nombres. La compensación del cuádruplo esta prevista en la ley (Éxo_22:1); el reato de muerte, no previsto en la ley, parece sugerido por la tiranía de la acción. Entonces el profeta da un nombre al rico de la parábola, y con él nombra también al pobre y a su cordera. «Tú: la narración bíblica, aun simple ficción, interpela y acorrala al hombre, es luz que penetra y delata, como dice Heb_4:12. Los versículos 7-12 son el oráculo propiamente dicho, que personaliza fuertemente la ofensa al Señor (cfr. Sal_51:6). En rigor se diría que David ha ofendido a Urías; pero el Señor toma por suya la ofensa, y ésa es su última gravedad. Ello crea un nuevo sistema de relaciones: David es en la parábola el rico malvado; con relación a Dios había sido la cordera elegida y tratada con cariño especial «como una hija». Al abandonar ese papel, toma el puesto del rico, y ofende a su Señor, el cual se convierte en vengador del pobre y de su corderilla. La apertura trascendente del hombre hacia Dios y el interés personal de Dios por el hombre confieren su grandeza y gravedad a la caridad y justicia humana. La respuesta de David (13s) es brevísima: iluminado por la Palabra, se descubre como es ante Dios, y confiesa sin comentario su pecado contra el Señor. Dios perdona anulando la sentencia de muerte. ¿Acaso porque David perdonó a Saúl? ¿Sólo por el arrepentimiento actual? Eso es lo que buscaba la Palabra de Dios, salvar. Pero a David se le impone una pena. En términos forenses: se le conmuta la pena de muerte en la pérdida del hijo del pecado. El padre es castigado en el hijo al perderlo, no es castigado el hijo.