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II Samuel 12,1-31Penitencia de David. Cuando los hombres callan, la Palabra de Dios se alza para acusar. Quizás corrían por Jerusalén comentarios maliciosos, reprobatorios o indulgentes de la conducta real. El autor no recoge la voz del pueblo. Lo más grave es que la conciencia de David también calla. Al profeta que pronunció la promesa dinástica, le toca ahora pronunciar la acusación y condena, en nombre de Dios. Es encargo arriesgado, y el profeta prepara el oráculo con una parábola. El primer verbo es «mandar»: el Señor toma la iniciativa. La parábola es breve y eficaz. Todo es anónimo, reducido a tipos elementales: el hombre rico, el hombre pobre, el hombre viajante; anónima es la ciudad. A la oposición de los personajes se añade la del desarrollo: el rico simplemente tiene, el pobre cuida, atiende, convive; lo que en uno es relación de posesión, en el otro es relación casi personal -y por aquí se hace transparente la parábola-. Tres palabras miran al capítulo precedente: comía, bebía, se acostaba. David escucha la parábola como un caso que él tiene que sentenciar con su autoridad suprema, y lo sentencia sin preguntar nombres. La compensación del cuádruplo esta prevista en la ley (Éxo_22:1); el reato de muerte, no previsto en la ley, parece sugerido por la tiranía de la acción. Entonces el profeta da un nombre al rico de la parábola, y con él nombra también al pobre y a su cordera. «Tú: la narración bíblica, aun simple ficción, interpela y acorrala al hombre, es luz que penetra y delata, como dice Heb_4:12. Los versículos 7-12 son el oráculo propiamente dicho, que personaliza fuertemente la ofensa al Señor (cfr. Sal_51:6). En rigor se diría que David ha ofendido a Urías; pero el Señor toma por suya la ofensa, y ésa es su última gravedad. Ello crea un nuevo sistema de relaciones: David es en la parábola el rico malvado; con relación a Dios había sido la cordera elegida y tratada con cariño especial «como una hija». Al abandonar ese papel, toma el puesto del rico, y ofende a su Señor, el cual se convierte en vengador del pobre y de su corderilla. La apertura trascendente del hombre hacia Dios y el interés personal de Dios por el hombre confieren su grandeza y gravedad a la caridad y justicia humana. La respuesta de David (13s) es brevísima: iluminado por la Palabra, se descubre como es ante Dios, y confiesa sin comentario su pecado contra el Señor. Dios perdona anulando la sentencia de muerte. ¿Acaso porque David perdonó a Saúl? ¿Sólo por el arrepentimiento actual? Eso es lo que buscaba la Palabra de Dios, salvar. Pero a David se le impone una pena. En términos forenses: se le conmuta la pena de muerte en la pérdida del hijo del pecado. El padre es castigado en el hijo al perderlo, no es castigado el hijo.