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II Samuel 16,1-13Sibá, Semeí y David. La actitud de Sibá es ambigua para el lector. Por una parte, acusa a su amo de deslealtad con David e implícitamente lo acusa de ingenuidad, pues Absalón no va a sublevarse para restaurar la monarquía de Saúl; más adelante (19,25-31), Meribaal acusará al criado de haberlo engañado. Por otra parte, Sibá no gana mucho pasándose al bando de Absalón, mientras que su obsequio a David cuesta poco y vale mucho. Como administrador de los bienes de Meribaal, puede fácilmente cargar dos burros con provisiones. En el momento de la desgracia David acepta conmovido el gesto. Semeí se siente solidario con la familia o clan de Saúl, y su acusación principal es de homicidio: puede referirse a la muerte de Abner y de Isbaal y probablemente también a las ejecuciones que cuenta 21,1-10. Sus palabras desde la cresta del monte tienen algo de acusación pública; el apedrear es intento simbólico de ejecutar al criminal, al mismo tiempo que invoca al Señor como vengador de la sangre derramada. En la frase «ha entregado el reino» (8), resuenan las amenazas de Samuel a Saúl (1Sa_13:14; 1Sa_15:28). Ésta es la visión de un benjaminita, un intento de explicación teológica de la historia viva. Algo en el corazón de David responde a esa interpretación teológica: hace poco ha llamado rey a su hijo, y también es cierto que ha derramado sangre inocente; en su desgracia actual ve cumplirse la sentencia pronunciada por Natán (1Sa_12:11). Pero no pierde toda esperanza, precisamente confiando en el Señor que defiende a humildes y humillados. En este momento David se somete a la justicia del Señor, como vasallo, y renuncia formalmente a hacerse justicia como soberano.