II Samuel  7 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 29 versitos |
1

PROMESA Y PECADO
Promesa dinástica y oración de David
1 Cr 17; Sal 89; 132

Cuando David se estableció en su casa y el Señor le dio paz con sus enemigos de alrededor,
2 dijo el rey al profeta Natán:
– Mira, yo estoy viviendo en una casa de cedro, mientras el arca de Dios vive en una tienda de campaña.
3 Natán le respondió:
– Ve a hacer todo lo que tienes pensado, que el Señor está contigo.
4 Pero aquella noche recibió Natán esta Palabra del Señor:
5 – Ve a decir a mi siervo David: Así dice el Señor: ¿Eres tú quien me va a construir una casa para que habite en ella?
6 Desde el día en que saqué a los israelitas de Egipto hasta hoy no he habitado en una casa, sino que he viajado de aquí para allá en una tienda de campaña que me servía de santuario.
7 Y en todo el tiempo que viajé de aquí para allá con los israelitas, ¿encargué acaso a algún juez de Israel, a los que mandé pastorear a mi pueblo, Israel, que me construyese una casa de cedro?
8 Y ahora, di esto a mi siervo David: Así dice el Señor Todopoderoso: Yo te saqué del campo de pastoreo, de andar tras las ovejas, para ser jefe de mi pueblo, Israel.
9 Yo he estado contigo en todas tus empresas; he aniquilado a todos tus enemigos; te haré famoso como a los más famosos de la tierra;
10 daré un puesto a mi pueblo, Israel: lo plantaré para que viva en él sin sobresaltos, sin que los malvados vuelvan a humillarlo como lo hacían antes,
11 cuando nombré jueces en mi pueblo, Israel. Te daré paz con todos tus enemigos, y, además, el Señor te comunica que te dará una dinastía.
12 Y cuando hayas llegado al término de tu vida y descanses con tus antepasados, estableceré después de ti a un descendiente tuyo, nacido de tus entrañas, y consolidaré su reino.
13 Él edificará un templo en mi honor y yo consolidaré su trono real para siempre.
14 Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo; si se tuerce, lo corregiré con varas y golpes, como lo hacen los hombres;
15 pero no le retiraré mi lealtad como se la retiré a Saúl, al que aparté de mi presencia.
16 Tu casa y tu reino durarán para siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre.
17 Natán comunicó a David toda la visión y todas estas palabras.
18 Entonces el rey David fue a presentarse ante el Señor, y dijo:
–¿Quién soy yo, mi Señor, y qué es mi familia para que me hayas hecho llegar hasta aquí?
19 ¡Y como si fuera poco para ti, mi Señor, has hecho una promesa a la casa de tu servidor para el futuro, mientras existan hombres, mi Señor!
20 ¿Qué más puede añadirte David si tú, mi Señor, conoces a tu servidor?
21 Por tu palabra, y según tus designios, has hecho esta gran obra, dándosela a conocer a su servidor, revelándole estas cosas.
22 Por eso eres grande, mi Señor, como hemos oído; no hay nadie como tú, no hay Dios fuera de ti.
23 ¿Y qué nación hay en el mundo como tu pueblo, Israel, a quien Dios ha venido a librar para hacerlo suyo, y a darle renombre, y a hacer prodigios terribles en su favor, expulsando a las naciones y a sus dioses ante el pueblo que libraste de Egipto?
24 Has establecido a tu pueblo, Israel, como pueblo tuyo para siempre, y tú, Señor, eres su Dios.
25 Ahora, Señor Dios, confirma para siempre la promesa que has hecho a tu servidor y su familia, cumple tu palabra.
26 Que tu nombre sea siempre famoso. Que digan: ¡El Señor Todopoderoso es Dios de Israel! Y que la casa de tu servidor David permanezca en tu presencia.
27 Tú, Señor Todopoderoso, Dios de Israel, has hecho a tu servidor esta revelación: Te edificaré una casa; por eso tu servidor se ha atrevido a dirigirte esta plegaria.
28 Ahora, mi Señor, tú eres el Dios verdadero, tus palabras son de fiar, y has hecho esta promesa a tu servidor.
29 Dígnate bendecir a la casa de tu servidor, para que esté siempre en tu presencia; ya que tú, mi Señor, lo has dicho, sea siempre bendita la casa de tu servidor.

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Introducción a II Samuel 

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Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

II Samuel  7,1-29Promesa dinástica y oración de David. Lo culminante en la historia de David no son sus empresas, su valor militar o su clarividencia política; lo culminante es la promesa que Dios le hace. Este capítulo es el verdadero centro de la historia de David. Por encima de David como protagonista, se alza como verdadera protagonista la Palabra de Dios, creadora de historia. Natán es su profeta privilegiado. Probablemente el oráculo original fue breve, montado en el doble sentido de la palabra casa: edificio y dinastía. David quiere construirle al Señor una casa: templo, el Señor lo rehúsa y en cambio promete construirle una casa: dinastía. Este oráculo produce una reacción viva en el pueblo que lo recibe, creando una corriente histórica; entonces el pueblo receptor reacciona a su vez sobre el oráculo, explicándolo y enriqueciéndolo. Sobre todo, los profetas hacen resonar en sus oráculos el de Natán, colocándolo en una perspectiva siempre más rica y tensa hacia el futuro.
Doble sentido de casa. En su sentido normal, la casa es propia de la cultura sedentaria, urbana: espacio material fijo, hogar que acoge y protege, término de reposo y centro de convergencia (véase Gén_4:17 y 11,4). En sentido metafórico es la familia, que se construye con los hijos y sucesores (Gén_16:2); de la familia ordinaria se puede pasar a la familia reinante. Esta segunda casa no es espacial, sino temporal, es vida histórica, ramificación o estrechamiento. En el espacio puede derrumbarse la casa material, en el tiempo puede extinguirse la casa familiar; las dos tienen su propia estabilidad. David ha querido dar al Señor una casa; algo así como fijarlo en un espacio sacro, centro de atracción inmóvil y permanente, con el que se puede contar. En él está presente el Señor del espacio. Pero el Señor se ha revelado a su pueblo en movimiento, sacando, guiando, conduciendo; Dios, desprendido del espacio fijo, compañero de andanzas y peregrinaciones. Incluso cuando termina la peregrinación y el pueblo se establece en la tierra, durante una larga etapa el Señor conserva su movilidad original: una tienda de campaña es el símbolo adecuado de su habitación. A tanto llega esta concepción teológica, que una escuela posterior hablará de la tienda no como morada, sino como lugar de cita y encuentro. El Señor no acepta la oferta de David. Si se deja llevar en procesión a Jerusalén, es para seguir allí en una tienda, libre para moverse. El Señor quiere revelarse como dueño de una nueva etapa histórica que de algún modo continuará sin término. Él funda una dinastía con su palabra, la consolida con su promesa, la acompañará en su peregrinar histórico; un peregrinar expuesto a lo imprevisto, al peligro dramático, incluso a la tragedia. La historia humana de una dinastía en un pueblo será el ámbito móvil de la presencia y revelación del Señor. David no puede dar estabilidad al Señor, asignándole un espacio habitable; el Señor puede dársela a David, paradójicamente, lanzándolo al torrente de la historia mudable.