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II Samuel 7,1-29Promesa dinástica y oración de David. Lo culminante en la historia de David no son sus empresas, su valor militar o su clarividencia política; lo culminante es la promesa que Dios le hace. Este capítulo es el verdadero centro de la historia de David. Por encima de David como protagonista, se alza como verdadera protagonista la Palabra de Dios, creadora de historia. Natán es su profeta privilegiado. Probablemente el oráculo original fue breve, montado en el doble sentido de la palabra casa: edificio y dinastía. David quiere construirle al Señor una casa: templo, el Señor lo rehúsa y en cambio promete construirle una casa: dinastía. Este oráculo produce una reacción viva en el pueblo que lo recibe, creando una corriente histórica; entonces el pueblo receptor reacciona a su vez sobre el oráculo, explicándolo y enriqueciéndolo. Sobre todo, los profetas hacen resonar en sus oráculos el de Natán, colocándolo en una perspectiva siempre más rica y tensa hacia el futuro.
Doble sentido de casa. En su sentido normal, la casa es propia de la cultura sedentaria, urbana: espacio material fijo, hogar que acoge y protege, término de reposo y centro de convergencia (véase Gén_4:17 y 11,4). En sentido metafórico es la familia, que se construye con los hijos y sucesores (Gén_16:2); de la familia ordinaria se puede pasar a la familia reinante. Esta segunda casa no es espacial, sino temporal, es vida histórica, ramificación o estrechamiento. En el espacio puede derrumbarse la casa material, en el tiempo puede extinguirse la casa familiar; las dos tienen su propia estabilidad. David ha querido dar al Señor una casa; algo así como fijarlo en un espacio sacro, centro de atracción inmóvil y permanente, con el que se puede contar. En él está presente el Señor del espacio. Pero el Señor se ha revelado a su pueblo en movimiento, sacando, guiando, conduciendo; Dios, desprendido del espacio fijo, compañero de andanzas y peregrinaciones. Incluso cuando termina la peregrinación y el pueblo se establece en la tierra, durante una larga etapa el Señor conserva su movilidad original: una tienda de campaña es el símbolo adecuado de su habitación. A tanto llega esta concepción teológica, que una escuela posterior hablará de la tienda no como morada, sino como lugar de cita y encuentro. El Señor no acepta la oferta de David. Si se deja llevar en procesión a Jerusalén, es para seguir allí en una tienda, libre para moverse. El Señor quiere revelarse como dueño de una nueva etapa histórica que de algún modo continuará sin término. Él funda una dinastía con su palabra, la consolida con su promesa, la acompañará en su peregrinar histórico; un peregrinar expuesto a lo imprevisto, al peligro dramático, incluso a la tragedia. La historia humana de una dinastía en un pueblo será el ámbito móvil de la presencia y revelación del Señor. David no puede dar estabilidad al Señor, asignándole un espacio habitable; el Señor puede dársela a David, paradójicamente, lanzándolo al torrente de la historia mudable.