I Reyes 15 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 34 versitos |
1

Abías de Judá (914-911)
2 Cr 13

Abías subió al trono de Judá el año dieciocho de Jeroboán, hijo de Nabat.
2 Reinó en Jerusalén tres años. Su madre se llamaba Maacá, hija de Absalón.
3 Imitó a la letra los pecados que su padre había cometido; su corazón no perteneció por completo al Señor, su Dios, como había pertenecido el corazón de David, su antepasado.
4 En consideración a David, el Señor, su Dios, le dejó una lámpara en Jerusalén, dándole descendientes y conservando a Jerusalén.
5 Porque David hizo lo que el Señor aprueba, sin desviarse de sus mandamientos durante toda su vida, excepto en el asunto de Urías, el hitita.
6 Hubo guerras continuas entre Abías y Jeroboán.
7 Para más datos sobre Abías y sus empresas, véanse los Anales del Reino de Judá.
8 Abías murió, y lo enterraron en la Ciudad de David. Su hijo Asá le sucedió en el trono.
9

Asá de Judá (911-870)
2 Cr 14– 16

Asá subió al trono de Judá el año veinte del reinado de Jeroboán de Israel.
10 Reinó cuarenta y un años en Jerusalén. Su abuela se llamaba Maacá, hija de Absalón.
11 Hizo lo que el Señor aprueba, como su antepasado, David.
12 Desterró la prostitución sagrada y retiró todos los ídolos hechos por sus antepasados.
13 Incluso a su abuela Maacá le quitó el título de reina madre, por haber hecho una imagen de Astarté. Asá destrozó la imagen y la quemó en el torrente Cedrón.
14 No desaparecieron los pequeños santuarios; pero, sin embargo, el corazón de Asá perteneció por entero al Señor toda su vida.
15 Llevó al templo las ofrendas de su padre y las suyas propias: plata, oro y utensilios.
16 Hubo guerras continuas entre Asá y Basá de Israel.
17 Basá de Israel hizo una campaña contra Judá y fortificó Ramá, para cortar las comunicaciones a Asá de Judá.
18 Entonces Asá tomó la plata y el oro que quedaba en los tesoros del templo y del palacio y, entregándoselos a sus ministros, los envió a Ben-Adad, hijo de Tabrimón, de Jezión, rey de Siria, que residía en Damasco, con este mensaje:
19 Hagamos un tratado de paz, como lo hicieron tu padre y el mío. Aquí te envío este obsequio de plata y oro. Ve, rompe tu alianza con Basá de Israel, para que se retire de mi territorio.
20 Ben-Adad le hizo caso y envió a sus generales contra las ciudades de Israel, devastando Iyón, Dan, Abel Bet-Maacá, la zona del lago y toda la región de Neftalí.
21 En cuanto se enteró Basá, suspendió las obras de Ramá y se volvió a Tirsá.
22 Asá movilizó entonces a todo Judá, sin excepción. Desmontaron las piedras y leños con que Basá fortificaba Ramá y los aprovecharon para fortificar Guibeá de Benjamín y Mispá.
23 Para más datos sobre Asá, sus hazañas militares y las ciudades que fortificó, véanse los Anales del Reino de Judá.
24 Cuando ya era viejo, enfermó de los pies. Murió, y lo enterraron con sus antepasados en la Ciudad de David. Su hijo Josafat le sucedió en el trono.
25

Nadab de Israel (910-909)

Nadab, hijo de Jeroboán, subió al trono de Israel el año segundo del reinado de Asá de Judá. Reinó en Israel dos años.
26 Hizo lo que el Señor reprueba: imitó a su padre y los pecados que hizo cometer a Israel.
27 Basá, hijo de Ajías, de la tribu de Isacar, conspiró contra él y lo asesinó en Gabatón, que pertenecía a los filisteos, cuando Nadab con todo Israel la estaban sitiando.
28 Basá lo mató el año tercero del reinado de Asá de Judá, y lo suplantó en el trono.
29 En cuanto se proclamó rey, mató a toda la familia de Jeroboán, hasta aniquilarla, sin dejar alma viviente, como había dicho el Señor por su siervo Ajías, el silonita;
30 por los pecados que Jeroboán cometió e hizo cometer a Israel y por provocar el enojo del Señor, Dios de Israel.
31 Para más datos sobre Nadab y sus empresas, véanse los Anales del Reino de Israel.
32

Basá de Israel (909-885)

Hubo guerras continuas entre Asá y Basá de Israel.
33 Basá, hijo de Ajías, subió al trono de Israel, en Tirsá, el año tercero del reinado de Asá de Judá. Reinó veinticuatro años.
34 Hizo lo que el Señor reprueba; imitó a Jeroboán y persistió en el pecado con que éste hizo pecar a Israel.

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Introducción a I Reyes

1 REYES

Tema. Por el tema, los dos libros de los Reyes continúan la historia de la monarquía y la conducen en movimiento paralelo de dos reinos a la catástrofe sucesiva de ambos. Se diría una historia trágica o la crónica de una decadencia. El paralelismo de los dos reinos determina la composición del libro y hace resaltar una divergencia importante. Conspiraciones las hay en ambos reinos: al norte una conspiración produce cambio de dinastía; al sur produce cambio de monarca de la misma dinastía. Ataques externos los sufren ambos reinos: al norte favorecen los cambios dinásticos, al sur incluso los monarcas impuestos pertenecen a la dinastía de David. ¿Por qué sucede así? Porque la dinastía davídica tiene una promesa del Señor, perdura por la fidelidad de su Dios.

Horizonte histórico.
El autor tiene como horizonte de su libro el pueblo de Israel, unido o dividido. Si cruza la frontera nacional es porque algún personaje extranjero se ha metido en el espacio o el tiempo de los israelitas. Le falta, sin embargo, la visión de conjunto, la capacidad de situar la historia nacional en el cuadro de la historia internacional. Quizás por falta de información, o por falta de interés, o por principio. Los profetas escritores de aquella época tuvieron un horizonte más amplio.
Al faltar dicho horizonte amplio, falta la motivación compleja de muchos hechos que el autor cuenta o recoge. Esto se puede suplir en bastantes casos con datos sacados de los libros proféticos.

El principio teológico. La historia del pueblo y de la monarquía se desarrolla bajo el signo de la alianza, que constituye a Israel como pueblo de Dios y le exige fidelidad exclusiva y cumplimiento de los mandatos; cumplimiento e incumplimiento se sancionan con bendiciones y maldiciones. Es un código de retribución basado en la relación personal del pueblo con su Dios.
La fidelidad exclusiva toma al principio la forma de veneración y culto exclusivos al Señor, eliminando todo politeísmo, idolatría o sincretismo; los lugares de culto están diseminados por el país, aunque existe un santuario central para la corte y las grandes ocasiones.
Muy pronto la fidelidad exclusiva se encuentra amenazada en los santuarios locales: dioses y cultos de fertilidad, introducción de dioses extranjeros, imágenes prohibidas; entonces surgió la idea de atacar el mal en su raíz, purificando constantemente los cultos locales, hasta extirparlos con una fuerte centralización del culto. En ese momento la fidelidad exclusiva al Señor toma la forma de culto en un solo templo.

Mensaje religioso. Se puede resumir en dos palabras: conversión y esperanza. El tema de la conversión del pueblo y el perdón de Dios está presente a lo largo de toda esta historia. La fidelidad del pueblo no es lo último, la fidelidad de Dios la abarca y la desborda. La destrucción no es lo último, la historia continúa. No solo la historia universal -que continúa cuando desaparece Siria- sino la historia de Israel como pueblo de Dios.
El autor no quiere contar la historia de un pueblo desaparecido, sino que habla a los hijos y a los nietos, llamados a continuar la historia dramática. No por méritos del pueblo, sino por la fidelidad de Dios, quedan más capítulos por vivir en la esperanza.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

I Reyes 15,1-34Reyes de Judá e Israel (Cap. 15-16).En adelante el autor tiene que dirigir alternativamente la mirada al reino del norte y al del sur: para él, ambos son parte del pueblo de Dios. Durante los próximos cuarenta años pasan dos reyes por el trono de Judá, cinco por el de Israel en dos cambios de dinastía. Toda esta época agitada se reduce en el libro a unas cuantas valoraciones religiosas. A veces, sólo queda el esquema sin los hechos; de ordinario, la explicación del autor resulta simplista. El lector no encuentra satisfechas sus curiosidades históricas, ni resueltas sus dudas: a ratos se aburre, a ratos se irrita. Si reflexionando vence la desazón, podrá abrirse a la sorpresa: ese autor que tiene a su disposición los archivos o anales, los consulta para ir citando a los reyes ante el tribunal de la historia, y, tras un juicio sumario o sumarísimo, dicta sentencia con gesto soberano. Sentencia, no según leyes humanas, no según valoraciones comunes, sino según la aprobación o desaprobación de Dios. Y esto lo hace el autor con unos monarcas «por la gracia de Dios». Si leemos estas páginas y paralelamente leemos algunos salmos reales (p. ej., Sal_2:20; Sal_21:45; 72; 110), apreciaremos la enorme tensión a que está sometida la teología de la realeza. La polaridad, la tensión entre fuerzas opuestas es lo que define esta teología, y no un par de principios claros y fácilmente armonizables. Fuerzas del idealismo y del realismo, de la esperanza y la desilusión, de la elección y la rebelión. La historia sagrada de la monarquía no es una historia edificante. El que la contó pertenece, según la tradición judía, a los «profetas anteriores».