I Reyes 19 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 21 versitos |
1

Elías, en el monte Horeb

Ajab contó a Jezabel lo que había hecho Elías, cómo había pasado a cuchillo a los profetas.
2 Entonces Jezabel mandó a Elías este recado:
– Que los dioses me castiguen si mañana a estas horas no hago contigo lo mismo que has hecho tú con cualquiera de ellos.
3 Elías temió y emprendió la marcha para salvar la vida. Llegó a Berseba de Judá y dejó allí a su criado.
4 Él continuó por el desierto una jornada de camino y al final se sentó bajo una retama y se deseó la muerte:
–¡Basta, Señor! ¡Quítame la vida, que yo no valgo más que mis padres!
5 Se echó bajo la retama y se durmió. De pronto un ángel le tocó y le dijo:
–¡Levántate, come!
6 Miró Elías y vio a su cabecera un pan cocido sobre piedras y un jarro de agua. Comió, bebió y se volvió a echar.
7 Pero el ángel del Señor le volvió a tocar y le dijo:
–¡Levántate, come! Que el camino es superior a tus fuerzas.
8 Elías se levantó, comió y bebió, y con la fuerza de aquel alimento caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios.
9 Allí se metió en una cueva, donde pasó la noche. Y el Señor le dirigió la palabra:
–¿Qué haces aquí, Elías?
10 Respondió:
– Me consume el celo por el Señor, Dios Todopoderoso, porque los israelitas han abandonado tu alianza, han derribado tus altares y asesinado a tus profetas; sólo quedo yo, y me buscan para matarme.
11 El Señor le dijo:
– Sal y ponte de pie en el monte ante el Señor. ¡El Señor va a pasar!
Vino un huracán tan violento, que descuajaba los montes y resquebrajaba las rocas delante del Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento vino un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto.
12 Después del terremoto vino un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego se oyó una brisa tenue;
13 al sentirla, Elías se tapó el rostro con el manto, salió afuera y se puso en pie a la entrada de la cueva. Entonces oyó una voz que le decía:
–¿Qué haces aquí, Elías?
14 Respondió:
– Me consume el celo por el Señor, Dios Todopoderoso, porque los israelitas han abandonado tu alianza, han derribado tus altares y asesinado a tus profetas; sólo quedo yo, y me buscan para matarme.
15 El Señor le dijo:
– Vuelve por el mismo camino hacia el desierto de Damasco, y cuando llegues, unge rey de Siria a Jazael,
16 rey de Israel, a Jehú, hijo de Nimsí, y a Eliseo, hijo de Safat, de Abel Mejolá, conságralo como profeta en lugar tuyo.
17 Al que escape de la espada de Jazael lo matará Jehú, y al que escape de la espada de Jehú lo matará Eliseo.
18 Pero yo me reservaré en Israel siete mil hombres: las rodillas que no se han doblado ante Baal y los labios que no lo han besado.
19 Elías marchó de allí y encontró a Eliseo, hijo de Safat, arando con doce yuntas de bueyes en fila, él con la última. Elías pasó junto a él y le echó encima el manto.
20 Entonces Eliseo, dejando los bueyes, corrió tras Elías y le pidió:
– Déjame decir adiós a mis padres, luego vuelvo y te sigo.
Elías le dijo:
– Vete, pero vuelve. ¿Quién te lo impide?
21 Eliseo dio la vuelta, agarró la yunta de bueyes y los ofreció en sacrificio; aprovechó los aperos para cocer la carne y convidó a su gente. Luego se levantó, marchó tras Elías y se puso a su servicio.

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Introducción a I Reyes

1 REYES

Tema. Por el tema, los dos libros de los Reyes continúan la historia de la monarquía y la conducen en movimiento paralelo de dos reinos a la catástrofe sucesiva de ambos. Se diría una historia trágica o la crónica de una decadencia. El paralelismo de los dos reinos determina la composición del libro y hace resaltar una divergencia importante. Conspiraciones las hay en ambos reinos: al norte una conspiración produce cambio de dinastía; al sur produce cambio de monarca de la misma dinastía. Ataques externos los sufren ambos reinos: al norte favorecen los cambios dinásticos, al sur incluso los monarcas impuestos pertenecen a la dinastía de David. ¿Por qué sucede así? Porque la dinastía davídica tiene una promesa del Señor, perdura por la fidelidad de su Dios.

Horizonte histórico.
El autor tiene como horizonte de su libro el pueblo de Israel, unido o dividido. Si cruza la frontera nacional es porque algún personaje extranjero se ha metido en el espacio o el tiempo de los israelitas. Le falta, sin embargo, la visión de conjunto, la capacidad de situar la historia nacional en el cuadro de la historia internacional. Quizás por falta de información, o por falta de interés, o por principio. Los profetas escritores de aquella época tuvieron un horizonte más amplio.
Al faltar dicho horizonte amplio, falta la motivación compleja de muchos hechos que el autor cuenta o recoge. Esto se puede suplir en bastantes casos con datos sacados de los libros proféticos.

El principio teológico. La historia del pueblo y de la monarquía se desarrolla bajo el signo de la alianza, que constituye a Israel como pueblo de Dios y le exige fidelidad exclusiva y cumplimiento de los mandatos; cumplimiento e incumplimiento se sancionan con bendiciones y maldiciones. Es un código de retribución basado en la relación personal del pueblo con su Dios.
La fidelidad exclusiva toma al principio la forma de veneración y culto exclusivos al Señor, eliminando todo politeísmo, idolatría o sincretismo; los lugares de culto están diseminados por el país, aunque existe un santuario central para la corte y las grandes ocasiones.
Muy pronto la fidelidad exclusiva se encuentra amenazada en los santuarios locales: dioses y cultos de fertilidad, introducción de dioses extranjeros, imágenes prohibidas; entonces surgió la idea de atacar el mal en su raíz, purificando constantemente los cultos locales, hasta extirparlos con una fuerte centralización del culto. En ese momento la fidelidad exclusiva al Señor toma la forma de culto en un solo templo.

Mensaje religioso. Se puede resumir en dos palabras: conversión y esperanza. El tema de la conversión del pueblo y el perdón de Dios está presente a lo largo de toda esta historia. La fidelidad del pueblo no es lo último, la fidelidad de Dios la abarca y la desborda. La destrucción no es lo último, la historia continúa. No solo la historia universal -que continúa cuando desaparece Siria- sino la historia de Israel como pueblo de Dios.
El autor no quiere contar la historia de un pueblo desaparecido, sino que habla a los hijos y a los nietos, llamados a continuar la historia dramática. No por méritos del pueblo, sino por la fidelidad de Dios, quedan más capítulos por vivir en la esperanza.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

I Reyes 19,1-21Elías, en el monte Horeb. Elías, perseguido a muerte, emprende una especie de peregrinación de vuelta, como remontando el pasado. Con él, algo de Israel vuelve al origen auténtico del pueblo. Empieza como fuga, empujado por la ira de Jezabel: deja la ciudad, el reino del norte, el reino del sur; en el límite de la cultura y del desierto, su huida se convierte en peregrinación: no es la fuerza de la reina que lo repele, sino la fuerza de Dios que lo atrae. En el límite urbano de la cultura un mensajero de Dios le hace comprender el sentido de su marcha. Antes del desierto, la huida ha querido desembocar en la muerte; a partir del desierto, una nueva comida milagrosa lo traslada a la experiencia del primer Israel. Las etapas del viaje son: la ciudad, el desierto, la montaña, el ángel, la presencia.
La marcha de Elías a través de los reinos del norte y del sur primero, y luego a través del desierto no es tanto un desplazamiento a través de una geografía cuanto un símbolo de la existencia humana, que pasa por una serie de altibajos, bien reflejados en las actitudes y sentimientos que se suceden en el ánimo de Elías a lo largo del camino: miedo, tedio, hastío, hambre, desesperación, conciencia de culpabilidad y al final, fortalecido con el alimento y la bebida, el caminar ilusionado y decidido hasta el monte donde Dios se le va a mostrar.
La pregunta del Señor (9) lo invita a tomar conciencia de su actividad, a desahogarse confiadamente. Interpelado por Dios, Elías se confiesa.
La revelación del Señor (11-13), nada más un pasar, es un momento capital que se ha de comparar con la que recibió Moisés, según Éxo_33:18-23. Huracán, terremoto y fuego son elementos ordinarios de la teofanía (entre otros muchos textos, pueden verse Sal_50:3; Sal_97:3-5): en ellos puede percibir el hombre una presencia de poder que transforma y consume lo más fuerte y estable. Viento y fuego están particularmente ligados a la vida del profeta. Pero Elías, el fogoso e impetuoso, descubre al Señor en una brisa tenue, en un susurro apenas audible. Primero ha tenido que alejarse de la urbe, cruzar el desierto, subir a la soledad de la montaña; después ha tenido que descubrir la ausencia de Dios en los elementos tumultuosos; finalmente, acallado el tumulto, la voz callada trae la presencia que sobrecoge.
Se repite el diálogo de antes, pero qué diverso suena (14). Aunque Elías sea una voz única y tenue salvada de la matanza, podrá mediar la presencia del Señor; aunque lo persigan a muerte, su vida esta henchida de la realidad de Dios.
Los profetas procedían de todos los ambientes y de todos los estratos sociales. Algunos habían nacido en la ciudad, como Isaías. Otros venían de ambientes rurales, como Amós y Miqueas. Algunos pertenecían a familias sacerdotales, como Jeremías y Ezequiel.
Eliseo fue llamado al ministerio mientras se hallaba en el campo arando. Casi todos los llamamientos proféticos están refrendados por un gesto externo, que viene a ser una especie de signo sacramental. A Isaías le purificó los labios con un carbón encendido uno de los serafines que hacían la corte al trono del Señor (cfr. Isa_6:6s). A Jeremías el Señor mismo alargó la mano y le tocó la boca, al tiempo que le comunicaba sus palabras (cfr. Jer_1:9). A Ezequiel le dio Dios a comer un libro enrollado, que le supo a mieles (cfr. Eze_3:1-3). A Eliseo le echo Elías el manto encima; es un gesto un poco enigmático, pero su sentido está claro: se trata del llamamiento al ministerio profético, ya que a partir de ese momento Eliseo lo abandonó todo y siguió a su maestro Elías.
El gesto de Eliseo de ir a despedirse de sus padres contrasta con la exigencia más tajante del evangelio en circunstancias similares (cfr. Luc_9:58-62). Es posible que haya que admitir un margen de hipérbole en el estilo evangélico; en todo caso es sabido que las exigencias de Jesús eran más urgentes y más radicales.
Con más o menos prontitud lo cierto es que Eliseo abandonó sus campos, sus yuntas y su familia y entró al servicio de Elías. Este abandono y ruptura con el pasado están bien simbolizados por el sacrificio de su pareja de bueyes, celebrado en compañía de su gente como acto de despedida.