I Reyes 22 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 53 versitos |
1

El profeta Miqueas
2 Cr 18

Pasaron tres años sin que hubiera guerra entre Siria e Israel.
2 Pero al tercer año, Josafat, rey de Judá, fue a visitar al rey de Israel,
3 y éste dijo a sus ministros:
– Ya saben que Ramot de Galaad nos pertenece; pero nosotros no hacemos nada para quitársela al rey sirio.
4 Y preguntó a Josafat:
–¿Quieres venir conmigo a la guerra contra Ramot de Galaad?
Josafat le contestó:
– Tú y yo, tu ejército y el mío, tu caballería y la mía, somos uno.
5 Luego añadió:
– Consulta antes la Palabra del Señor.
6 El rey de Israel reunió a los profetas, unos cuatrocientos hombres, y les preguntó:
–¿Puedo atacar a Ramot de Galaad o lo dejo?
Respondieron:
– Vete. El Señor se la entrega al rey.
7 Entonces Josafat preguntó:
–¿No queda por ahí algún profeta del Señor para consultarle?
8 El rey de Israel le respondió:
– Queda todavía uno: Miqueas, hijo de Yimlá, por cuyo medio podemos consultar al Señor; pero yo lo aborrezco, porque no me profetiza cosas buenas, sino desgracias.
Josafat dijo:
–¡No hable así el rey!
9 El rey de Israel llamó a un funcionario, y le ordenó:
– Que venga en seguida Miqueas, hijo de Yimlá.
10 El rey de Israel y Josafat de Judá estaban sentados en sus tronos, con sus vestiduras reales, en la plaza, junto a la puerta de Samaría, mientras todos los profetas gesticulaban ante ellos.
11 Sedecías, hijo de Canaaná, se hizo unos cuernos de hierro y decía:
– Así dice el Señor: Con éstos embestirás a los sirios hasta acabar con ellos.
12 Y todos los profetas coreaban:
–¡Ataca a Ramot de Galaad! Triunfarás, el Señor te la entrega.
13 Mientras tanto, el mensajero que había ido a llamar a Miqueas le dijo:
– Ten en cuenta que todos los profetas a una le están profetizando buena fortuna al rey. A ver si tu oráculo es como el de cualquiera de ellos y anuncia la victoria.
14 Miqueas replicó:
–¡Por la vida de Dios, diré lo que el Señor me manda!
15 Cuando Miqueas se presentó al rey, éste le preguntó:
– Miqueas, ¿podemos atacar a Ramot de Galaad o lo dejamos?
Miqueas le respondió:
– Vete, triunfarás. El Señor se la entrega al rey.
16 El rey le dijo:
– Pero, ¿cuántas veces tendré que tomarte juramento de que me dices únicamente la verdad en nombre del Señor?
17 Entonces Miqueas dijo:
– Estoy viendo a Israel desparramado por los montes, como ovejas sin pastor. Y el Señor dice: No tienen amo. Vuelva cada cual a su casa, y en paz.
18 El rey de Israel comentó con Josafat:
–¿No te lo dije? No me profetiza cosas buenas, sino desgracias.
19 Miqueas continuó:
– Por eso escucha la Palabra del Señor: Vi al Señor sentado en su trono. Todo el ejército celeste estaba de pie junto a él, a derecha e izquierda,
20 y el Señor preguntó: ¿Quién podrá engañar a Ajab para que vaya y muera en Ramot de Galaad? Unos proponían una cosa y otros otra.
21 Hasta que se adelantó un espíritu y, puesto de pie ante el Señor, dijo: Yo lo engañaré. El Señor le preguntó: ¿Cómo?
22 Respondió: Iré y me transformaré en oráculo falso en la boca de todos los profetas. El Señor le dijo: Conseguirás engañarlo. ¡Vete y hazlo!
23 Como ves, el Señor ha puesto oráculos falsos en la boca de todos esos profetas tuyos, porque el Señor ha decretado tu ruina.
24 Entonces Sedecías, hijo de Canaaná, se acercó a Miqueas y le dio una bofetada diciéndole:
–¿Por dónde se me ha escapado el Espíritu del Señor para hablarte a ti?
25 Miqueas respondió:
– Lo verás tú mismo el día en que vayas escondiéndote de habitación en habitación.
26 Entonces el rey de Israel ordenó:
– Apresa a Miqueas y llévalo al gobernador Amón y al príncipe Joás.
27 Y les dirás: Por orden del rey, metan a éste en la cárcel y ténganlo a pan y agua hasta que yo vuelva victorioso.
28 Miqueas dijo:
– Si tú vuelves victorioso, el Señor no ha hablado por mi boca.
29 El rey de Israel y Josafat de Judá fueron contra Ramot de Galaad.
30 El rey de Israel dijo a Josafat:
– Voy a disfrazarme antes de entrar en combate. Tú vete con tu ropa.
Se disfrazó y marchó al combate.
31 El rey sirio había ordenado a los comandantes de los carros que no atacasen a chico ni grande, sino sólo al rey de Israel.
32 Y cuando los comandantes de los carros vieron a Josafat, comentaron:
–¡Aquél es el rey de Israel!
Y se lanzaron contra él. Pero Josafat gritó una orden,
33 y entonces los comandantes vieron que aquél no era el rey de Israel, y lo dejaron.
34 Un soldado disparó el arco al azar e hirió al rey de Israel, atravesándole la coraza. El rey dijo al conductor de su carro:
– Da la vuelta y sácame del campo de batalla, porque estoy herido.
35 Pero aquel día arreció el combate, de manera que sostuvieron al rey en pie en su carro frente a los sirios, y murió al atardecer; la sangre goteaba en el interior del carro.
36 A la puesta del sol corrió un grito por el campamento:
–¡Cada uno a su pueblo! ¡Cada uno a su tierra!
37 ¡Ha muerto el rey!
Llevaron al rey a Samaría, y allí lo enterraron.
38 En el estanque de Samaría lavaron el carro; los perros lamieron su sangre, y las prostitutas se lavaron en ella, como había dicho el Señor.
39 Para más datos sobre Ajab y sus empresas, el palacio de marfil y las ciudades que construyó, véanse los Anales del Reino de Israel.
40 Ajab murió, y su hijo Ocozías le sucedió en el trono.
41

Josafat de Judá (870-848)
2 Cr 17– 19

Josafat, hijo de Asá, subió al trono de Judá el año cuarto del reinado de Ajab de Israel.
42 Cuando subió al trono tenía treinta y cinco años, y reinó veinticinco años en Jerusalén. Su madre se llamaba Azubá, hija de Siljí.
43 Siguió el camino de su padre, Asá, sin desviarse, haciendo lo que el Señor aprueba. Pero no desaparecieron los santuarios paganos; la gente seguía ofreciendo allí sacrificios y quemando incienso.
44 Josafat vivió en paz con el rey de Israel.
45 Para más datos sobre Josafat, las victorias que obtuvo y las guerras que hizo, véanse los Anales del Reino de Judá.
46 Desterró del país los restos de prostitución sagrada que había dejado su padre, Asá.
47 El trono de Edom estaba entonces vacante.
48 Josafat se construyó entonces una flota mercante para ir por oro a Ofir, pero no pudo zarpar, porque la flota naufragó en Esión Gueber.
49 Entonces Ocozías, hijo de Ajab, propuso a Josafat:
– Que vayan mis hombres con los tuyos en la expedición.
Pero Josafat no quiso.
50 Josafat murió; lo enterraron con sus antepasados en la Ciudad de David, su antecesor, y su hijo Jorán le sucedió en el trono.
51

Ocozías de Israel (853-852)

Ocozías, hijo de Ajab, subió al trono de Israel, en Samaría, el año diecisiete de Josafat de Judá. Reinó sobre Israel dos años.
52 Hizo lo que el Señor reprueba, imitando a su padre y a su madre, y a Jeroboán, hijo de Nabat, que hizo pecar a Israel.
53 Dio culto a Baal; lo adoró, irritando al Señor, Dios de Israel, igual que había hecho su padre.

Patrocinio

 
 

Introducción a I Reyes

1 REYES

Tema. Por el tema, los dos libros de los Reyes continúan la historia de la monarquía y la conducen en movimiento paralelo de dos reinos a la catástrofe sucesiva de ambos. Se diría una historia trágica o la crónica de una decadencia. El paralelismo de los dos reinos determina la composición del libro y hace resaltar una divergencia importante. Conspiraciones las hay en ambos reinos: al norte una conspiración produce cambio de dinastía; al sur produce cambio de monarca de la misma dinastía. Ataques externos los sufren ambos reinos: al norte favorecen los cambios dinásticos, al sur incluso los monarcas impuestos pertenecen a la dinastía de David. ¿Por qué sucede así? Porque la dinastía davídica tiene una promesa del Señor, perdura por la fidelidad de su Dios.

Horizonte histórico.
El autor tiene como horizonte de su libro el pueblo de Israel, unido o dividido. Si cruza la frontera nacional es porque algún personaje extranjero se ha metido en el espacio o el tiempo de los israelitas. Le falta, sin embargo, la visión de conjunto, la capacidad de situar la historia nacional en el cuadro de la historia internacional. Quizás por falta de información, o por falta de interés, o por principio. Los profetas escritores de aquella época tuvieron un horizonte más amplio.
Al faltar dicho horizonte amplio, falta la motivación compleja de muchos hechos que el autor cuenta o recoge. Esto se puede suplir en bastantes casos con datos sacados de los libros proféticos.

El principio teológico. La historia del pueblo y de la monarquía se desarrolla bajo el signo de la alianza, que constituye a Israel como pueblo de Dios y le exige fidelidad exclusiva y cumplimiento de los mandatos; cumplimiento e incumplimiento se sancionan con bendiciones y maldiciones. Es un código de retribución basado en la relación personal del pueblo con su Dios.
La fidelidad exclusiva toma al principio la forma de veneración y culto exclusivos al Señor, eliminando todo politeísmo, idolatría o sincretismo; los lugares de culto están diseminados por el país, aunque existe un santuario central para la corte y las grandes ocasiones.
Muy pronto la fidelidad exclusiva se encuentra amenazada en los santuarios locales: dioses y cultos de fertilidad, introducción de dioses extranjeros, imágenes prohibidas; entonces surgió la idea de atacar el mal en su raíz, purificando constantemente los cultos locales, hasta extirparlos con una fuerte centralización del culto. En ese momento la fidelidad exclusiva al Señor toma la forma de culto en un solo templo.

Mensaje religioso. Se puede resumir en dos palabras: conversión y esperanza. El tema de la conversión del pueblo y el perdón de Dios está presente a lo largo de toda esta historia. La fidelidad del pueblo no es lo último, la fidelidad de Dios la abarca y la desborda. La destrucción no es lo último, la historia continúa. No solo la historia universal -que continúa cuando desaparece Siria- sino la historia de Israel como pueblo de Dios.
El autor no quiere contar la historia de un pueblo desaparecido, sino que habla a los hijos y a los nietos, llamados a continuar la historia dramática. No por méritos del pueblo, sino por la fidelidad de Dios, quedan más capítulos por vivir en la esperanza.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

Patrocinio

Notas

I Reyes 22,1-40El profeta Miqueas. La intervención del profeta Miqueas viene introducida con gran aparato narrativo, en una serie de contrastes y retardando el oráculo. Sus palabras son tan extensas como las de cualquiera de los oráculos de Elías, y hasta casi más instructivas para nosotros; con todo, su nombre es una aparición efímera en la historia de la monarquía.
No se trata de un simple oráculo, sino de la confrontación del profeta verdadero con los profetas falsos: una historia que se repetirá en las figuras críticas de Jeremías y Ezequiel.
Miqueas comienza por repetir casi a la letra el oráculo de Sedecías. Algo sonaba en su voz, quizás un tonillo de imitación irónica, que hizo sospechar al rey. Aparte el hecho de que no ha pronunciado la fórmula clásica de introducción: «así dice el Señor».
Finalmente Miqueas pronuncia el oráculo. Puede tratarse de una auténtica visión profética, como en los oráculos de Amós y algunos de Jeremías.
En los oyentes de entonces pudo surgir la duda: ¿quién de los profetas tiene razón? Si todos son profetas, ¿es que algunos se arrogan el mensaje sin haberlo recibido? Y si han recibido un mensaje del Señor, ¿cómo se explica la contradicción? A esta pregunta responde la visión de Miqueas. Es un intento para explicar la complejidad del plan de Dios y de sus medios para realizarlo; es pieza capital en la historia de la profecía israelita.
Dios viene representado como un soberano con su corte y sus ministros; a imagen de las religiones antiguas y de las cortes de Israel y Judá. En la corte hay personajes que operan con la verdad y personajes que operan con la astucia y el engaño. El plan definitivo de Dios es que Ajab marche a la guerra y muera en ella. Para que marche, el Señor despacha una profecía, «un espíritu» de entusiasmo y esperanza, que negaría al rey; su muerte la anuncia como hecho futuro, ejecución de una sentencia pronunciada. Por Sedecías habla el espíritu engañoso, por Miqueas la palabra auténtica; entre los dos se desarrolla la dialéctica de la historia. Y el rey, al hacer caso a Sedecías, saca veraz a Miqueas («saca veraces a sus profetas» Sir_36:15).
Todo esto es un intento de explicación teológica, muy condicionada todavía por una particular representación de Dios. Intento que pretende salvar la soberanía de Dios en la historia, su acción por medio de profetas, la complejidad real de los sucesos y motivos humanos (se puede recordar el personaje «Satán» en el drama de Job). Una interpretación más refinada diría que el Señor, al enviar profetas, «permite» que surjan falsos profetas y falsas profecías y «permite» que el hombre se engañe a sí mismo escuchando lo que desea. Con estas salvedades y correcciones, podemos encontrar algo cierto y permanente en la visión: la ambigüedad del mundo de los espíritus, el engaño de nuestros deseos profundos, la asechanza de la adulación, la vigilancia constante necesaria para discernir los espíritus.