II Reyes  10 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 36 versitos |
1

Baño de sangre

Ajab tenía setenta hijos en Samaría. Jehú escribió cartas y las envió a Samaría, a los notables de la ciudad, los ancianos y los preceptores de los príncipes, con este texto:
2 Ahí tienen con ustedes a los hijos de su señor, y tienen también sus carros, sus caballos, una ciudad fortificada y un arsenal. Y bien, cuando reciban esta carta,
3 vean cuál de los hijos de su señor es más capaz y más recto; siéntenlo en el trono de su padre y dispónganse a defender la dinastía de su señor.
4 Ellos, muertos de miedo, comentaron:
– Dos reyes no han podido con él, ¿cómo podremos nosotros?
5 Entonces el mayordomo de palacio, el gobernador, los ancianos y los preceptores enviaron esta respuesta a Jehú: Somos siervos tuyos. Haremos cuanto nos digas. No nombraremos rey a nadie. Haz lo que te parezca bien.
6 Jehú les escribió esta otra carta: Si están de mi parte y quieren obedecerme, mañana a estas horas vengan a verme a Yezrael, trayéndome las cabezas de los hijos de su señor. Ahora bien, los hijos del rey vivían con la gente principal de la ciudad, que los criaba.
7 Cuando les llegó la carta, prendieron a los setenta hijos del rey, los degollaron, pusieron las cabezas en unos canastos y se las mandaron a Jehú a Yezrael.
8 Llegó el mensajero y le comunicó:
– Han traído las cabezas de los hijos del rey.
Jehú dijo:
– Pónganlas en dos montones a la entrada de la ciudad, y déjenlas allí hasta la mañana.
9 A la mañana salió, se plantó y dijo a la gente:
– Ustedes son inocentes; yo conspiré contra mi señor y lo maté.
10 Pero, ¿quién ha matado a todos éstos? Fíjense cómo no falla nada de lo que el Señor dijo contra la casa de Ajab. El Señor ha cumplido lo que dijo por medio de su servidor Elías.
11 Jehú acabó con los de la dinastía de Ajab que quedaban en Yezrael: dignatarios, parientes, sacerdotes, hasta no dejarle uno vivo.
12 Después emprendió la marcha a Samaría. Cuando en el viaje llegaba a Bet-Equed-Roim,
13 encontró a unos parientes de Ocozías de Judá y les preguntó:
–¿Quiénes son ustedes?
Respondieron:
– Somos parientes de Ocozías, que vamos a saludar a los hijos del rey y de la reina madre.
14 Jehú dio una orden:
–¡Captúrenlos vivos!
Los capturaron vivos y los degollaron junto al pozo de Bet-Equed-Roim. Eran cuarenta y dos hombres, y no quedó uno.
15 Marchó de allí y encontró a Jonadab, hijo de Recab, que salió a su encuentro. Le saludó y le dijo:
–¿Estás lealmente de mi parte como yo lo estoy contigo?
Jonadab contestó:
– Sí.
Jehú replicó:
– Entonces, venga esa mano.
Le dio la mano, y Jehú lo hizo subir con él a su carro,
16 diciéndole:
– Ven conmigo y verás mi celo por el Señor.
Y lo llevó en su carro.
17 Cuando llegó a Samaría mató a todos los de Ajab que quedaban allí, hasta acabar con la familia, como había dicho el Señor a Elías.
18 Después reunió a todo el pueblo y les habló:
– Si Ajab fue algo devoto de Baal, Jehú lo será mucho más;
19 así que convóquenme a todos los profetas de Baal, todos sus fieles y sacerdotes. Que no falte ninguno, porque quiero ofrecer a Baal un sacrificio solemne. El que falte morirá.
Jehú actuaba así astutamente para eliminar a los fieles de Baal.
20 Luego ordenó:
– Convoquen una asamblea litúrgica en honor de Baal.
La convocaron.
21 Y Jehú mandó aviso por todo Israel. Llegaron todos los fieles de Baal, no quedó uno sin venir, y entraron en el templo de Baal, que se llenó por completo.
22 Entonces Jehú dijo al encargado del vestuario:
– Saca las vestiduras para los fieles de Baal.
Los sacó.
23 Luego Jehú y Jonadab, hijo de Recab, entraron en el templo, y Jehú dijo a los fieles de Baal:
– Asegúrense de que aquí hay sólo devotos de Baal y ninguno del Señor.
24 Se adelantaron para ofrecer sacrificios y holocaustos. Pero Jehú había apostado afuera ochenta hombres con esta consigna:
– El que deje escapar a uno de los que les pongo en las manos, pagará con la vida.
25 Y así, cuando terminaron de ofrecer el holocausto, Jehú ordenó a los guardias y oficiales:
–¡Entren a matarlos! ¡Que no escape nadie!
Los guardias y oficiales los pasaron a cuchillo y entraron hasta el camarín del templo de Baal.
26 Sacaron la estatua de Baal y la quemaron,
27 derribaron el altar y el templo lo convirtieron en letrinas, hasta el día de hoy.
28 Así eliminó Jehú el culto de Baal en Israel.
29 Pero no se apartó de los pecados que Jeroboán, hijo de Nabat, hizo cometer a Israel: los terneros de oro, el de Betel y el de Dan.
30 El Señor le dijo:
– Por haber hecho bien lo que yo quería y haber realizado en la familia de Ajab todo lo que yo había decidido, tus hijos, hasta la cuarta generación, se sentarán en el trono de Israel.
31 Pero Jehú no perseveró en el cumplimiento de la ley del Señor, Dios de Israel, con todo su corazón; no se apartó de los pecados que Jeroboán hizo cometer a Israel.
32 Por aquel entonces el Señor empezó a desmembrar a Israel. Jazael lo derrotó en toda la frontera,
33 desde el Jordán hacia el este, todo el país de Galaad, de los gaditas, rubenitas y los de Manasés; desde Aroer, junto al Arnón, hasta Galaad y Basán.
34 Para más datos sobre Jehú y sus hazañas militares, véanse los Anales del Reino de Israel.
35 Jehú murió, y lo enterraron en Samaría, con sus antepasados. Su hijo Joacaz le sucedió en el trono.
36 Jehú fue rey de Israel, en Samaría, veintiocho años.

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Introducción a II Reyes 

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Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

II Reyes  10,1-36Baño de sangre. No contento con el exterminio de toda la familia de Ajab, incluso de los parientes más lejanos, Jehú extermina también a todos los devotos de Baal: fieles, profetas y sacerdotes. Quema la estatua del dios y el Templo se convierte en letrinas (27). Pero Jehú tampoco escapa al juicio negativo que pesa sobre los reyes de Israel, desde Jeroboán hijo de Nabat hasta Joacaz, último rey del norte que verá la destrucción del reino a manos de los asirios. Es cierto que se atribuye a Jehú la purificación del culto (28), algo que según el narrador agradó al Señor, pero no se apartó de los pecados que Jeroboán hizo cometer a Israel, el culto a los dos becerros de oro de Dan y Betel (cfr. 1Re_12:25-33); éstos eran el signo visible del cisma ocurrido a la muerte de Salomón y sustituían el culto de Jerusalén. El juicio de la corriente deuteronomista es que Jehú «no perseveró en el cumplimiento de la Ley del Señor, Dios de Israel, con todo su corazón» (31). Así pues, lo que sobrevendrá a Israel, la invasión asiria y la posterior destrucción del reino, tienen desde aquí una explicación teológica: todo ello será el castigo de Israel por su desobediencia a la voluntad divina y su rebelión.