II Reyes 6,1-7Milagro del hacha. Las leyendas en torno a Eliseo incluyen ésta, donde el profeta devuelve a un miembro de la comunidad de profetas el hierro de un hacha que ha caído al río, haciendo que ocurra lo que normalmente nunca ocurriría: que el hierro flote. Si tenemos en cuenta las circunstancias históricas que el redactor deuteronomista está analizando, podría ver en ello un símbolo para decir que Dios sacará a flote a Israel, del mismo modo que Eliseo sacó a flote el pesado metal.
II Reyes 6,8-23Guerra con Siria. Los enfrentamientos históricos entre Siria e Israel sirven de marco para esta nueva leyenda sobre Eliseo, donde los únicos que se dan cuenta de lo sucedido son el profeta, algunos soldados asirios, el rey de Siria, el piquete de soldados que va a capturar a Eliseo y el rey de Israel. El rey de Siria no ha conseguido asestar un solo golpe a Israel mediante la emboscada, gracias a que Eliseo, sin que se sepa cómo, mantiene informado de las estratagemas sirias al rey de Israel. Al indagar sobre los motivos por los cuales los israelitas no han podido ser sorprendidos, el rey sirio descubre que se debe a un espía que trabaja a favor de los israelitas. Envía una tropa con la misión de capturarle, pero Eliseo la domina de un modo pacífico, recurriendo a la oración: pide a Dios que haga lo necesario para poner a estos hombres en la misma capital de Samaría, en manos del rey de Israel. El desenlace es inesperado; si Eliseo hubiera estado trabajando realmente para el rey israelita, ésta hubiera sido la ocasión para destruir al menos parte del ejército enemigo. Pero el profeta no está interesado en que se derrame sangre; contra todo pronóstico, ordena al rey que dé de comer a estos hombres para que regresen a su país, y así lo hace el monarca israelita. Eliseo no trabaja para el rey, sino para la paz. Mientras los reyes se enfrentan con sus ejércitos, el profeta los enfrenta a ambos con una sola arma, la fe, con la convicción de que sólo en Dios y por Dios es posible superar los conflictos.
II Reyes 6,24-33Asedio y hambre en Samaría. Es una variante del relato anterior, donde Eliseo sigue siendo el protagonista principal. Se ambienta en el mismo conflicto entre Israel y Siria, pero la circunstancia concreta es el asedio impuesto por Siria y sus funestas consecuencias: hambre y carestía. El pueblo, representado en la mujer que habla con el rey, se halla en una situación extrema (6,26-29), ante la que el rey se siente impotente (6,27); sorprendentemente, inculpa de todo a Eliseo, a quien decide decapitar (6,31-33). El desenlace no se orienta a la forma como Eliseo escapa de la furia y de la decisión del rey, sino a la forma como Israel se libra de la mano enemiga. Eliseo vaticina dos profecías que tienen cumplimiento de un día para otro: el fin del asedio traerá abundancia de comida y bajada de precios (7,1); el incrédulo capitán del rey verá el cumplimiento de lo pronosticado por el profeta, pero no participará de ello (7,2).
La situación comienza a desenvolverse a favor de Israel gracias a una intervención extraordinaria del Señor. El narrador explica entre paréntesis algo que sólo él y el lector conocen: que el ejército sirio había huido presa de un terrible pánico infligido por el Señor (7,6s). Cuatro leprosos no pueden soportar más el hambre y deciden pasarse al ejército enemigo, resueltos a vivir un poco más o a morir en el acto (7,3-5). Al encontrar el campamento sin gente se dedican al saqueo desenfrenado, pero pronto deciden dar a conocer la noticia a sus paisanos, quienes tienen que esperar a que el atónito e incrédulo rey israelita lo confirme todo. Así cede la carestía y vuelve la calma a Israel; la primera profecía de Eliseo queda cumplida (7,16). La segunda se cumple cuando la gente que sale en estampida a saquear el campamento sirio se lleva por delante al capitán, pisoteándolo y provocándole la muerte (7,17).
El sentido de este relato, como del anterior, sigue siendo que la vida no puede ser anulada por la muerte. Incluso en los casos más extremos, Dios se vale de cualquier medio para que la vida prevalezca. En ningún caso se debe la victoria de Israel a la valentía o la bravura del rey; a él no puede atribuirse ningún triunfo sobre el enemigo, y por tanto ninguna gloria. Todo lo ha hecho el Señor por medio de su profeta.