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II Reyes 7,1-20Asedio y hambre en Samaría. Es una variante del relato anterior, donde Eliseo sigue siendo el protagonista principal. Se ambienta en el mismo conflicto entre Israel y Siria, pero la circunstancia concreta es el asedio impuesto por Siria y sus funestas consecuencias: hambre y carestía. El pueblo, representado en la mujer que habla con el rey, se halla en una situación extrema (6,26-29), ante la que el rey se siente impotente (6,27); sorprendentemente, inculpa de todo a Eliseo, a quien decide decapitar (6,31-33). El desenlace no se orienta a la forma como Eliseo escapa de la furia y de la decisión del rey, sino a la forma como Israel se libra de la mano enemiga. Eliseo vaticina dos profecías que tienen cumplimiento de un día para otro: el fin del asedio traerá abundancia de comida y bajada de precios (7,1); el incrédulo capitán del rey verá el cumplimiento de lo pronosticado por el profeta, pero no participará de ello (7,2).
La situación comienza a desenvolverse a favor de Israel gracias a una intervención extraordinaria del Señor. El narrador explica entre paréntesis algo que sólo él y el lector conocen: que el ejército sirio había huido presa de un terrible pánico infligido por el Señor (7,6s). Cuatro leprosos no pueden soportar más el hambre y deciden pasarse al ejército enemigo, resueltos a vivir un poco más o a morir en el acto (7,3-5). Al encontrar el campamento sin gente se dedican al saqueo desenfrenado, pero pronto deciden dar a conocer la noticia a sus paisanos, quienes tienen que esperar a que el atónito e incrédulo rey israelita lo confirme todo. Así cede la carestía y vuelve la calma a Israel; la primera profecía de Eliseo queda cumplida (7,16). La segunda se cumple cuando la gente que sale en estampida a saquear el campamento sirio se lleva por delante al capitán, pisoteándolo y provocándole la muerte (7,17).
El sentido de este relato, como del anterior, sigue siendo que la vida no puede ser anulada por la muerte. Incluso en los casos más extremos, Dios se vale de cualquier medio para que la vida prevalezca. En ningún caso se debe la victoria de Israel a la valentía o la bravura del rey; a él no puede atribuirse ningún triunfo sobre el enemigo, y por tanto ninguna gloria. Todo lo ha hecho el Señor por medio de su profeta.