Salmos 38 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 22 versitos |
1 Señor, no me reprendas con ira,
no me corrijas con furor.
2 Tus flechas se me han clavado
y tu mano pesa sobre mí.
3 No hay parte ilesa en mi cuerpo,
a causa de tu enojo,
no me queda un hueso sano,
a causa de mi pecado.
4 Mis culpas sobrepasan mi cabeza;
como fardo pesado gravitan sobre mí.
5 Hieden mis llagas podridas,
a causa de mi insensatez.
6 Estoy encorvado, profundamente abatido,
todo el día camino sombrío.
7 ¡Tengo las espaldas ardiendo,
no hay parte ilesa en mi cuerpo!
8 Agotado, totalmente aplanado,
rujo y bramo en mi interior.
9 Señor mío, mis lamentos están ante ti,
no se te ocultan mis gemidos.
10 Mi corazón se agita, me abandonan las fuerzas,
y me falta hasta la luz de los ojos.
11 Mis amigos y compañeros
permanecen ajenos a mi dolencia,
mis familiares se mantienen a distancia.
12 Me tienden trampas los que quieren matarme,
los que desean mi desgracia me difaman,
todo el día rumorean calumnias.
13 Pero, como un sordo, no oigo,
como mudo, no abro la boca;
14 soy como uno que no oye
ni tiene réplica en su boca.
15 Yo espero en ti, Señor,
tú me escucharás, Señor Dios mío.
16 Me dije: Que no se rían a mi costa
quienes se insolentan contra mí
cuando vacilen mis pasos.
17 ¡A punto estuve de caer
mientras perduraba mi pena!
18 Sí, yo confieso mi culpa,
me duele mi pecado.
19 Mis enemigos mortales son poderosos,
son muchos mis enemigos traidores.
20 Los que me devuelven mal por bien
y me atacan cuando procuro el bien.
21 No me abandones, Señor,
Dios mío, no te alejes de mí;
22 ven pronto a socorrerme,
Señor mío, mi salvación.

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Introducción a Salmos

LOS SALMOS

Los salmos son la oración de Israel. Son la expresión de la experiencia humana vuelta hacia Dios. Son expresión de la vida de un pueblo seducido por Dios. La tradición atribuye muchos de ellos al rey David, y algunos a Córaj y a Asaf; pero esto es sólo una cuestión convencional. Una cadena anónima de poetas, a lo largo de siglos, es la imagen más realista sobre los autores de estas piezas.
Como son variadas las circunstancias de la vida y lo fueron las de la historia, así surgieron, se repitieron y se afianzaron algunos tipos de salmos. Por eso resulta preferible una clasificación tipológica atendiendo al tema, los motivos, la composición y el estilo.
Los himnos cantan la alabanza y suelen ser comunitarios: su tema son las acciones de Dios en la creación y la historia. Muy cerca están las acciones de gracias por beneficios personales o colectivos: la salud recobrada, la inocencia reivindicada, una victoria conseguida, las cosechas del campo. De la necesidad brota la súplica, que es tan variada de temas como lo son las necesidades del individuo o la sociedad; el orante motiva su petición, como para convencer o mover a Dios. De la súplica se desprende a veces el acto de confianza, basado en experiencias pasadas o en la simple promesa de Dios.
Los salmos reales se ocupan de diversos aspectos, que llegan a componer una imagen diferenciada del rey: batallas, administración de la justicia, boda, coronación, elección de la dinastía, y hay un momento en que estos salmos empiezan a cargarse de expectación mesiánica. Otro grupo canta y aclama el reinado del Señor, para una justicia universal.
El pecador confiesa su pecado y pide perdón en salmos penitenciales, o bien el grupo celebra una liturgia penitencial. Hay salmos para diversas ocasiones litúrgicas, peregrinaciones y otras fiestas. Otros se pueden llamar meditaciones, que versan sobre la vida humana o sobre la historia de Israel. Y los hay que no se dejan clasificar o que rompen el molde riguroso de la convención.
Los salmos se compusieron para su uso repetido: no los agota el primer individuo que los compone o encarga, ni la primera experiencia histórica del pueblo. Como realidades literarias, quedan disponibles para nuevas significaciones, con los símbolos capaces de desplegarse en nuevas circunstancias. A veces un retoque, una adición los adapta al nuevo momento; en otros casos basta cambiar la clave.
Por esta razón los salmos se conservaron y coleccionaron. Sabemos que surgieron agrupaciones menores y que después se coleccionaron en cinco partes (como un pentateuco de oración): 2-41; 42-72; 73-89; 90-106; 107-150. En el proceso de coleccionar, la división y numeración sufrió menoscabo: algunos salmos están arbitrariamente cortados en dos (9-10; 42-43); otros aparecen duplicados, al menos en parte (70 y 40; 53 y 14). Se explica que en la tradición griega se haya impuesto otra numeración. Aquí daremos la numeración Hebrea, añadiendo entre paréntesis la grecolatina.
En general, el estilo de los salmos se distingue por su realismo e inmediatez, no disminuido por la riqueza de imágenes y símbolos elementales; sólo algunos fragmentos con símbolos de ascendencia mítica se salen del cuadro general. Es intensa la expresión sin caer jamás en sentimentalismo. El lirismo es más compartido que personal; en muchos casos podríamos hablar de planteamientos y desarrollos dramáticos. La sonoridad y el ritmo son factores importantes del estilo. No sabemos cómo se ejecutaban: muchos se cantaban, probablemente con solistas y coro unísono; algunos quizá se danzaban, otros se recitaban en marchas o procesiones; otros acompañarían ritos específicos. Algunas de las notas añadidas por los transmisores parecen referirse a la ejecución. Estas notas, que asignan una situación histórica o dan una instrucción litúrgica, no son originales, por eso han sido omitidas en el texto, aunque entren en la numeración admitida.
Los salmos son también oración privilegiada de la comunidad cristiana y del individuo aislado. Muchos fueron rezados por nuesto Señor Jesucristo, quien les dio la plenitud de sentido que podían transportar. La experiencia de Israel y del hombre pasan por Cristo y debe encontrar de nuevo expresión en estas oraciones; su lenguaje puede llegar a ser lenguaje del rezo cristiano. El libro de los salmos es un repertorio que suministra textos para diversas ocasiones y a diversos niveles; su lectura puede interesar, pero sólo rezados serán realmente comprendidos.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Salmos 38,1-22La antífona inicial (2) anticipa los motivos dominantes en el salmo: pecado, ira de Dios y castigo. El dolor físico, en efecto, tiene una doble causa: «tu enojo» (4b) y «mi pecado» (4d). Será necesario que Dios aplaque su ira (3) y que el pecador confiese su culpa, como hace (5.19) para que su estado físico y anímico deje de ser deplorable (5-11). Mientras no se cumplan ambas condiciones, rugirá y bramará (9), hasta que su Señor se dé por aludido (10). El enfermo, de momento, es abandonado y vilipendiado por propios y extraños. Es como un sordomudo, incapaz de defenderse y de salir a flote del mal que le aqueja. No tiene apoyo alguno (12-15). A punto de caer, expuesto a que otros se rían a su costa, rodeado de enemigos mortales y poderosos, el poeta-orante pone toda su confianza en Dios, que responderá (16); cuándo y cómo, no lo sabemos. En Dios está la salvación. Este salmo se ha convertido en plegaria de todos los pecadores, según lo que leemos en 1Jn_1:8s. No pocos enfermos y pecadores han encontrado a Dios en el pecado o en las dolencias de la enfermedad.