Eclesiastés 2 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 26 versitos |
1 Entonces me dije: vamos a ensayar con la alegría y a gozar de placeres, y también esto resultó pura ilusión.
2 A la risa la llamé locura, y a la alegría, ¿qué consigues?
3 Exploré atentamente guiado por mi mente con destreza: traté mi cuerpo con vino, me di a la frivolidad, para averiguar si eso es lo que más le conviene al hombre durante los contados días de su vida.
4 Hice obras magníficas: me construí un palacio, me planté viñedos,
5 me hice huertos y parques y planté toda clase de árboles frutales,
6 perforé pozos para regar el bosque donde crecían los árboles;
7 adquirí esclavos y esclavas, tenía servidumbre y poseía rebaños de vacas y ovejas, más que mis predecesores en Jerusalén;
8 acumulé también plata y oro, las riquezas de los reinos y provincias; me conseguí cantores y cantoras y muchas mujeres hermosas que son la delicia de los hombres.
9 Fui más grande y magnífico que todos los que me precedieron en Jerusalén, mientras la sabiduría me asistía.
10 No negué a mis ojos nada de cuanto me pedían, no privé a mi corazón alegría alguna; sabía disfrutar de todo mi trabajo, y ese gozo fue mi recompensa.
11

Evaluación: nada se saca bajo el sol

Después examiné todas las obras de mis manos y la fatiga que me costó realizarlas: todo resultó pura ilusión y querer atrapar el viento, nada se saca bajo el sol.
12 ¿Qué hará el sucesor del rey? Lo que ya antes ha sido hecho.
– Me puse a examinar la sabiduría, la locura y necedad,
13 y observé que la sabiduría es más provechosa que la necedad, como la luz aprovecha más que las tinieblas.
14 El sabio lleva los ojos en la cara, el necio camina en tinieblas. Pero comprendí que una suerte común les toca a todos,
15 y me dije: la suerte del necio será mi suerte, ¿para qué fui sabio?, ¿qué saqué en limpio?, y pensé para mí: también esto es pura ilusión.
16 Porque nunca nadie se acordará del necio ni tampoco del sabio, ya que con el correr de los años todo se olvida, ¡y el sabio morirá lo mismo que el necio!
17 Y así aborrecí la vida, porque encontré malo todo lo que se hace bajo el sol; que todo es pura ilusión y querer atrapar el viento.
18 Y aborrecí lo que hice con tanta fatiga bajo el sol, porque se lo tengo que dejar a un sucesor,
19 ¿y quién sabe si será sabio o necio? Él heredará lo que me costó tanta fatiga y habilidad bajo el sol. También esto es pura ilusión.
20 Y terminé por desilusionarme de todo el trabajo que había realizado bajo el sol.
21 Hay quien se fatiga con sabiduría, ciencia y acierto, y tiene que dejarle su herencia a uno que no se ha fatigado. También esto es pura ilusión y grave desgracia.
22 Entonces, ¿qué saca el hombre de todas las fatigas y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol?
23 De día su tarea es sufrir y penar, de noche no descansa su mente. También esto es pura ilusión.
24 El único bien del hombre es comer y beber y disfrutar del producto de su trabajo, y aun esto he visto que es don de Dios.
25 Porque, ¿quién come y goza sin su permiso?
26 Al hombre que le agrada, él le da sabiduría y ciencia y alegría; al pecador le da como tarea juntar y acumular, para dárselo a quien agrada a Dios. También esto es pura ilusión y querer atrapar el viento.

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Introducción a Eclesiastés

ECLESIASTÉS

El libro. En el momento en que la experiencia y la reflexión se constituyen en fuente de conocimiento y enseñanza, se siembra la semilla de la crítica. Esto sucedió en Israel bajo la palabra de los profetas ( Isa_29:14 ; Jer_8:9 ), que era crítica desde fuera. Pero sucedió también desde dentro, desde el seno de esa venerable tradición sapiencial. Qohelet y Job son los dos exponentes máximos de esa crítica interior al ejercicio de la sabiduría, dos momentos de un proceso dialéctico.
Qohelet se ha formado en una escuela y tradición sapienciales. Conoce las enseñanzas tradicionales. Cita proverbios viejos o fabrica otros semejantes que le pueden acreditar el título de maestro. No ha conseguido por ellos fama imperecedera, sino por su inconformismo consecuente y honrado. Paradójicamente, Qohelet, que niega la supervivencia del hombre, tiene fama inmortal.
En la mente tormentosa del autor, rebelde sin violencia, contestador sin arrogancia, la sabiduría entra en conflicto consigo misma. Y esto de modo entrañable, apasionado, si pudiéramos hablar de pasión fría.
Qohelet quiere comprender el sentido de la vida, da vueltas en torno a ella -como el viento de 1,6- y se estrella siempre en el muro de la muerte, que le lleva a acuñar la frase que le ha hecho inmortal, y con la que comienza sus reflexiones: «Pura ilusión... pura ilusión, todo es una ilusión» (1,2).
En algunos momentos le parece que la muerte aniquila por adelantado todos los valores de la vida, y comenta con ironía amarga, desoladamente: «los vivos saben... que han de morir, los muertos no saben nada»; otras veces, con más lucidez, comprende que la muerte relativiza simplemente los valores de la vida. Pero, al mismo tiempo, la muerte exige, impone, el aprovechamiento de la vida no para realizar obras inmortales que, si sobreviven al autor, de nada le aprovechan muerto, sino para acertar con el ritmo menudo y humilde de la tarea y disfrute cotidianos.
El «Eclesiastés» no es pesimista, sino realista. En él, la sabiduría se apea, llega al borde del fracaso; así encuentra su límite y se salva, barruntando un horizonte trascendente que dé sentido al sinsentido de la vida humana. Otros escritos de la Biblia comenzarán donde termina el Eclesiastés.
El libro es para ser leído lentamente, despacio y con pausas, hasta que sus peticiones estilísticas y temáticas se conviertan en resonancias internas del lector. En ese momento, el de la resonancia interna, comienza de verdad la comprensión y madura el disfrute.

El autor. El autor anónimo que vivió probablemente después del destierro, entre el siglo IV y III a.C., se presenta bajo el nombre genérico de «Qohelet», término misterioso que parece aludir al sabio o al maestro que va desgranando sus reflexiones ante una asamblea. El nombre ha llegado hasta nosotros en su traducción griega de «Eclesiastés», traducido a su vez en nuestras lenguas, quizás incorrectamente, por «El predicador».
Imposible averiguar cómo compuso el autor su obra. Puestos a ilustrar su aspecto, escogeríamos el modelo de un diario de reflexiones. Tienen algo de líricas estas páginas; un lirismo que se intensifica en algunos momentos. Escribe un libro brevísimo, y aun del valor de sus palabras no está seguro: «Cuantas más palabras, más vanidad». ¿Hay autor menos dogmático en el Antiguo Testamento que este enigmático Eclesiastés? Su lucha es contra la teología que ignora la realidad de la experiencia humana, presentando así el lado escéptico de la sabiduría convencional.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Eclesiastés 2,1-10Doble experimento. Este apartado se comprende en relación con el siguiente: el primero describe el doble experimento que Qohelet hace a conciencia, y el siguiente, su evaluación. Se presenta como si fuera un testamento de Salomón, modelo de sabiduría y esplendor (1Re_5:9-14), que al final de sus días recoge el fruto de sus esfuerzos.
Primer experimento: la experiencia de todo lo que se hace bajo el sol (1Re_1:12-18). Distingue entre las actividades de los hombres (1Re_1:13-15) y las de la sabiduría (1Re_1:16-18), aunque sus resultados son los mismos: «pura ilusión» y «querer atrapar el viento». ¿Qué significa esto para Qohelet? En primer lugar, que Dios ha dado a los hombres la dura tarea de las diversas labores -la palabra utilizada es «inyán», que sólo la encontramos en este libro-. En segundo lugar, que todas estas son, en definitiva, «querer atrapar el viento». En tercer lugar, que la sabiduría que ha adquirido Qohelet con esta investigación es algo vano, de nuevo «querer atrapar el viento». Los versículos 15 y 18 son proverbios populares de la época que expresan esta misma experiencia -una reflexión similar se halla en el famoso «Poema de Gilgamés», texto antiquísimo perteneciente a un pueblo vecino de Israel-.
Segundo experimento: el disfrute y la alegría (1Re_2:1-10). Se describen las obras propias de un gran señor de Jerusalén en el ámbito agrícola y comercial y su vida cortesana (Gén_9:20; 1Re_10:12; 1Re_11:1-3; 1Re_21:1; Isa_5:1-3). La conclusión a la experiencia de la vida opulenta la expresa el autor con ironía: «ésa fue la recompensa -en hebreo, jélek indica lo perecedero- de mis fatigas». También se encuentran ejemplos de este pesimismo en la literatura mesopotámica y egipcia de la antigüedad.
Trabajo o vida «muelle», para el sabio Qohelet da lo mismo. Lo que uno recoge son fatigas. El lector o lectora creyentes no tienen por qué terminar aquí su reflexión. Qohelet ofrece una pista interesante: ¡el corazón hay que ponerlo en lo que, o mejor dicho, en Quien concede una carga llevadera! (Mat_11:29s).


Eclesiastés 2,11-26Evaluación: nada se saca bajo el sol. Con la expresión «nada se saca bajo el sol», Qohelet evalúa sus experimentos anteriores. ¿Cuáles son los resultados de sus esfuerzos por adquirir bienes y sabiduría? 1. En primer lugar (12-14a), aunque la sabiduría es mejor que la necedad, aquélla no proporciona ventaja sobre ésta, pues la muerte equipara a sabios y a necios (3,19; 9,2s). 2. En segundo lugar (14b-17), todo esto produce dolor y sin sentido (cfr. Jer_20:14.18; Job_3:1-3). 3. En tercer lugar (18-21), y lo que parece más importante en este apartado, al dolor del esfuerzo en conseguir las cosas -«yitrón» es el esfuerzo en sentido general- se une el del tener que dejarlas a quien no se ha fatigado, con el agravante de no saber si será «sabio» o «necio». En resumen (22-26): «el único bien del hombre es comer...» (texto paralelo a 3,12.22 y 8,15, cfr. Isa_56:12; 1Cr_29:22; Neh_8:10; 1Co_15:32).
Con estas conclusiones, el Predicador se separa de la sabiduría tradicional, como en Pro_10:7.9.16.17, y llega incluso a burlarse de la insuficiencia de la doctrina que justificaba el escándalo de las riquezas otorgadas al malvado (Pro_11:8; Pro_13:22; Job_27:16s). El autor no habla de pervivencia después de la muerte, sino de que sabio y necio comparten una misma suerte (no así en Sab 2-5). Sin embargo, Qohelet se mantiene en lo más ortodoxo de la fe israelita cuando afirma que todo es don de Dios (25).
Si probamos a leer este apartado comenzando por el final, tendríamos: «el único bien del hombre es comer y beber y disfrutar del producto de su trabajo, y aun esto he visto que es don de Dios...». Aquí ha llegado el sabio después de haber examinado lo que queda de su sabiduría y sus bienes, como si dijera que el lugar donde se esconde el tesoro deseado está en lo más cotidiano: en el Dios de las pequeñas cosas.