Eclesiastés 8 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 17 versitos |
1

Consejero real

¿Quién como el sabio?, ¿quién sabe interpretar un asunto? La sabiduría serena el rostro del hombre cambiándole la dureza del semblante.
2 Yo digo: cumple el mandato del rey, porque así lo juraste ante Dios;
3 no te apresures a retirarte de su presencia, no te rebeles; porque puede cumplir su amenaza.
4 La palabra del rey es soberana, ¿quién le pedirá cuentas de lo que hace?
5 El que cumple sus órdenes no sufrirá nada malo.
6 El sabio atina con el momento y el modo de cumplirlas, porque cada asunto tiene su momento y su modo. El hombre está expuesto a muchos males,
7 porque no sabe lo que va a suceder y nadie le informa de lo que va a pasar.
8 El hombre no es dueño de su vida ni puede encarcelar su aliento; no es dueño del día de la muerte ni puede librarse de la guerra. Ni la maldad librará al que la comete.
9 Esto lo he observado fijándome en todo lo que sucede bajo el sol, mientras un hombre domina a otro para su mal.
10

Retribución

También he observado esto: sepultan a los malvados, los llevan a lugar sagrado, y la gente marcha alabándolos por lo que hicieron en la ciudad. Y ésta es otra ilusión:
11 que la sentencia dictada contra un crimen no se ejecuta enseguida; por eso los hombres se dedican a obrar mal,
12 porque el pecador obra cien veces mal y tienen paciencia con él. Ya sé yo eso: Le irá bien al que teme a Dios, porque le teme,
13 y aquello: No le irá bien al malvado, el que no teme a Dios será como sombra, no tendrá larga vida.
14 Pero en la tierra sucede un absurdo: hay honrados a quienes toca la suerte de los malvados, mientras que a los malvados les toca la suerte de los honrados. Y esto no tiene sentido.
15 Yo alabo la alegría, porque el único bien del hombre es comer y beber y alegrarse; eso le quedará de sus fatigas durante los días de su vida que Dios le conceda vivir bajo el sol.
16

El destino humano

Me dediqué a obtener sabiduría observando todas las tareas que se realizan en la tierra: los ojos del hombre no conocen el sueño ni de día ni de noche.
17 Después observé todas las obras de Dios: el hombre no puede averiguar lo que se hace bajo el sol. Por más que el hombre se fatigue buscando, no lo descubrirá; y aunque el sabio pretenda saberlo, no lo averiguará.

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Introducción a Eclesiastés

ECLESIASTÉS

El libro. En el momento en que la experiencia y la reflexión se constituyen en fuente de conocimiento y enseñanza, se siembra la semilla de la crítica. Esto sucedió en Israel bajo la palabra de los profetas ( Isa_29:14 ; Jer_8:9 ), que era crítica desde fuera. Pero sucedió también desde dentro, desde el seno de esa venerable tradición sapiencial. Qohelet y Job son los dos exponentes máximos de esa crítica interior al ejercicio de la sabiduría, dos momentos de un proceso dialéctico.
Qohelet se ha formado en una escuela y tradición sapienciales. Conoce las enseñanzas tradicionales. Cita proverbios viejos o fabrica otros semejantes que le pueden acreditar el título de maestro. No ha conseguido por ellos fama imperecedera, sino por su inconformismo consecuente y honrado. Paradójicamente, Qohelet, que niega la supervivencia del hombre, tiene fama inmortal.
En la mente tormentosa del autor, rebelde sin violencia, contestador sin arrogancia, la sabiduría entra en conflicto consigo misma. Y esto de modo entrañable, apasionado, si pudiéramos hablar de pasión fría.
Qohelet quiere comprender el sentido de la vida, da vueltas en torno a ella -como el viento de 1,6- y se estrella siempre en el muro de la muerte, que le lleva a acuñar la frase que le ha hecho inmortal, y con la que comienza sus reflexiones: «Pura ilusión... pura ilusión, todo es una ilusión» (1,2).
En algunos momentos le parece que la muerte aniquila por adelantado todos los valores de la vida, y comenta con ironía amarga, desoladamente: «los vivos saben... que han de morir, los muertos no saben nada»; otras veces, con más lucidez, comprende que la muerte relativiza simplemente los valores de la vida. Pero, al mismo tiempo, la muerte exige, impone, el aprovechamiento de la vida no para realizar obras inmortales que, si sobreviven al autor, de nada le aprovechan muerto, sino para acertar con el ritmo menudo y humilde de la tarea y disfrute cotidianos.
El «Eclesiastés» no es pesimista, sino realista. En él, la sabiduría se apea, llega al borde del fracaso; así encuentra su límite y se salva, barruntando un horizonte trascendente que dé sentido al sinsentido de la vida humana. Otros escritos de la Biblia comenzarán donde termina el Eclesiastés.
El libro es para ser leído lentamente, despacio y con pausas, hasta que sus peticiones estilísticas y temáticas se conviertan en resonancias internas del lector. En ese momento, el de la resonancia interna, comienza de verdad la comprensión y madura el disfrute.

El autor. El autor anónimo que vivió probablemente después del destierro, entre el siglo IV y III a.C., se presenta bajo el nombre genérico de «Qohelet», término misterioso que parece aludir al sabio o al maestro que va desgranando sus reflexiones ante una asamblea. El nombre ha llegado hasta nosotros en su traducción griega de «Eclesiastés», traducido a su vez en nuestras lenguas, quizás incorrectamente, por «El predicador».
Imposible averiguar cómo compuso el autor su obra. Puestos a ilustrar su aspecto, escogeríamos el modelo de un diario de reflexiones. Tienen algo de líricas estas páginas; un lirismo que se intensifica en algunos momentos. Escribe un libro brevísimo, y aun del valor de sus palabras no está seguro: «Cuantas más palabras, más vanidad». ¿Hay autor menos dogmático en el Antiguo Testamento que este enigmático Eclesiastés? Su lucha es contra la teología que ignora la realidad de la experiencia humana, presentando así el lado escéptico de la sabiduría convencional.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Eclesiastés 8,1-9Consejero real. El apartado anterior se ubicaba perfectamente dentro de los grandes temas de la sabiduría tradicional de Israel y de los pueblos vecinos. Lo mismo podemos decir de esta nueva sección, aunque la reflexión gira en torno a otro asunto distinto: el consejero real. Son normas de comportamiento en la corte que ocupan gran parte de la sabiduría egipcia que tanto influyó en Israel -véase, por ejemplo, 2 Sm 7; Sal 89-. Muchas de estas instrucciones consisten en el adiestramiento que un anciano ejerce sobre el joven rey.
Nos encontramos de nuevo con el típico recorrido que hace Qohelet: experiencia personal «versus» sabiduría tradicional y conclusión. En este caso, la actitud del consejero real ante el rey es el material de su experiencia. La exposición de la sabiduría tradicional se halla en el versículo 1: sabio es el que conoce la interpretación de las cosas (Isa_7:1-9; Jer_18:1-12), y se le conoce por su manera de actuar y su semblante (Job_29:24). La conclusión llega en los versículos 6-8, donde critica palpablemente la convicción de la sabiduría clásica de que al sabio no le podía ocurrir ningún mal.
Nos vamos convenciendo a lo largo de la lectura del Eclesiastés de que sólo la sabiduría es la que sale bien parada en todas sus conclusiones. Pero, ¿qué es la sabiduría? No la define de manera universal, hay que ir tratando caso por caso desde la experiencia personal. Para el Predicador no hay una fórmula infalible que convierta a alguien en un sabio.


Eclesiastés 8,10-15Retribución. Otra vez arremete Qohelet contra lo que dijeron los sabios antiguos, y ahora con una resabiada ironía a partir de dos postulados clásicos que encontramos en los versículos 12b y 13 (cfr. Pro_14:27; Sal 37): existía la firme convicción de que al que obra bien no le podía ir mal, y a la inversa.
El sabio vuelve al tema de las injusticias del mundo (3,16-18; 4,1-3; 5,7-9; 7,15): los malvados que pasan por piadosos, la sentencia contra el crimen no ejecutada y la suerte que no toca a los honrados. La experiencia es su mayor aval. ¿Solución? Qohelet no la ofrece, o mejor, la deriva hacia otro lugar: la felicidad mayor es alegrarse con lo que uno tiene -como en 5,17-19-.
Decíamos al principio que el Eclesiastés reflexiona al final de su vida. Desde quien lo ha tenido todo se van planteando diversas cuestiones y ofrece sus propias conclusiones, sin importarle enfrentarse a las tradiciones. Aquí, el tema en cuestión es la felicidad del ser humano, o empleando el término técnico, la retribución. Para el Predicador, la única retribución a la que se puede aspirar es a disfrutar de las cosas cotidianas, dado que las situaciones injustas pertenecen a la urdimbre con que está tejido el mundo. Fracasaría, según él, quien se empeñase en obtener su recompensa por medio de la justicia. ¿Y por qué no buscar la felicidad, no tanto para conseguir la justicia, sino para luchar por ella?